Ovcharov y Guida triunfan al frente de la OSY

El oboísta ruso Alexander Ovcharov como solista y el director huésped, el italiano Guido Maria Guida, guiaron a la Orquesta Sinfónica de Yucatán durante los recitales del fin de semana, interpretando a Glinka, Rubstov y Sibelius, ganándose una ovación del público, según escribe Diego Elizarraraz. ¡Bravo...!

Bajo la convulsa batuta del laureado director invitado, Guido María Guida, la Orquesta Sinfónica de Yucatán dejó claro, este fin de semana pasado, que su acoplo a una distinta dirección no merma la calidad de su fuerza interpretativa, enarbolando obras que loaron ánimas rusas con una importante –ligeramente cansina–, adición finlandesa.

El concierto dio inicio con una obra del compositor considerado el padre de la música moderna rusa, Mikhail Ivanovich Glinka. Su Obertura Rusland y Ludmilla, una obra fabricada con densos elementos narrativos y fastuosos tratamientos tímbricos fue gestionada por el italiano con sumo control ante los precisos y rigurosos contornos orquestales. En menos de cinco minutos y a un tempo muy cercano al presto que pide el compositor –a pesar de que regularmente se interpreta mucho más rápido–, el director llevaba a la orquesta en un breve pero brillante decurso musical lleno de divertidos cambios armónicos.

Proyectada en la coloquial forma sonata, el entusiasmo del primer tema en la cuerda se desarrolla enigmáticamente en un espacio que rememora los hechizos de la ópera para terminar con los metales fluyendo vigorosamente hacia el grave a través de la escala por tonos enteros –una escala poco convencional para la época–. A toda velocidad y de manera un tanto cubista –en mi relativa opinión, por el estilo de la interpretación y la construcción de los mismos planos orquestales–, concluía la obra que habría de preceder el momento estelar del concierto.

El estupendo oboísta Alexander Ovcharov rinde un prolijo homenaje a su compatriota compositor Andrey Rubstov –que es también director–, con su Concierto para oboe y orquesta de cuerdas en tres movimientos. En el primer movimiento, un veloz rondó, el compositor parece exigir una viveza dinámica y nutrida, tanto para el solista como para la orquesta. Huelga decir que ambos afrontaron el reto con una entera serenidad. En lo que parecía ser el episodio central del rondó, el oboe, tranquilo y apacible, brota flotante mientras la orquesta le escolta, iniciando en la cuerda grave, con un acompañamiento que bien pudo haber sido escrito por P. I. Tchaikovsky[1].

Un bello episodio que retorna al tema principal con un fuerte tutti sólo para terminar con un lacónico grito a dos voces en un timbre fundido entre el violín y el oboe. A esto le siguió un segundo movimiento, dotado de un comienzo eminentemente emotivo, que poco a poco se torna, entre diálogos atenuados, en un poema trágico declamado con esmero y delicadeza. De los tres movimientos este es el más lírico. Para finalizar, un enérgico y conciso tercer movimiento, sumamente intenso, que permitió al solista demostrar por qué ha sido acreedor a llevar la insignia como el oboe principal dentro de esta habilidosa orquesta.

Después de una merecidísima ovación aplaudida, el ruso volvió a seducir nuestros oídos con un encore que seguía la misma línea heterogénea del primer movimiento. Un tema con variaciones muy al estilo de los caprichos de Paganini, tal como él mismo lo anunció antes de comenzar. Juguetón, virtuoso, pleno… Qué dicha para una audiencia escuchar a, y para una orquesta afinar e interpretar con, tan talentoso oboísta.

Acabado el intermedio, continuaba la segunda parte del concierto dedicada a la Sinfonía No. 2 del finlandés Jean Sibelius. Una obra conocida por sus melodías consoladoras y una orquestación que se inclina a configuraciones más occidentales. Considerablemente extensa y dispuesta en cuatro movimientos la orquesta logra equilibrar la potencia de esta sinfonía que comienza con un amable motivo intercalado entre la cuerda picada, las maderas y un llamativo e inusual retumbo inicial en el timbal. Dicho motivo cohesionará los gestos por el resto de la obra.

El segundo movimiento parece sintetizar los gestos preliminares, sirviéndose de la cuerda picada ahora en el grave y de manera sostenida para dar lugar al inquietante fagot, amplificando la angustia de la lucha entre los temas. La cuerda preludia, reparadora, otro terreno de conflicto que se antepone a un cambio en la premura de un paso que parece incontenible, uno en donde en todo momento el director mantuvo una imperativa postura hasta el pizzicato repetido que da pie al más breve de los cuatro movimientos.

El desenfrenado Vivacissimo, intervenido solo por melancólicas intervenciones del trío de maderas (oboe, flauta y clarinete) afianzadas por la cuerda, se conecta imperceptiblemente con el Finale por medio de ese memorable motivo ascendente que comienza en sol bemol. Con todo, pareció que la amalgama entre el director y la orquesta, que culminaba en el heroico y romántico último movimiento, tuvo una holgada repercusión en el público.

Una audiencia exaltada se levantaba entre aplausos después de un acertado, y sutilmente autoritario, control por parte del italiano de una avezada y consistente orquesta. ¡Bravo! ¡Gracias, OSY! ¡Gracias, Guido!

Notas:

[1] Pienso en el tercer movimiento, Élégie, de la Serenata para cuerdas Op. 48.

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