Un relato musical de Óscar Muñoz.
Estrictamente, Rosita no era precisamente una chava bonita, bonita; sin embargo, tenía otro tipo de atractivo, digamos un encanto visual que me fascinaba. Tampoco era una muchacha con una inteligencia desmedida, aunque era lista; no era aplicada en la escuela, pero sí disciplinada; no era genial, pero sí entendida. En una palabra, más que una mujer con la que uno pudiera conversar con profundidad temas sensibles o escabrosos, era con la que uno podría estar toda la tarde retozando a gusto.
Lo inusitado en Rosita era que se había convertido en una coleccionista de discos, que era uno de los aspectos que me atrajo de ella, claro, además de su figura exuberante. Cuando nos relacionamos en un noviazgo, más carnal que espiritual, a principios de los años ochenta, ella ya contaba con discos, ahora clásicos, de música Disco. Su primer álbum, según ella, había sido Off the Wall, de Michael Jackson, el cual presumía como el mejor disco de todo el universo. A mí, la verdad nunca me gustó, aunque tampoco me disgustaba oírlo con ella a mi lado.
En ese mismo tiempo, tuve una cercanía con otra chica que también era coleccionista de discos, Coco, por cierto, con una figura atrayente, pero nunca como la de Rosita. También tenía cierto ingenio, pero sin inteligencia desbordada. En realidad, ambas eran lindas, eso sí, cada una con sus atractivos, una más que la otra. ¿Qué era lo que las distinguía, además de que una tenía una figura más exuberante que la otra? Sus colecciones de discos.
A diferencia de Rosita, Coco tenía, en lugar de discos de discoteque, más de Hard Rock, como Physical Graffiti, de Led Zeppelin; Rising, de Rainbow, o Jailbreak, de Thin Lizzy, por ejemplo. Y la verdad, ese tipo de repertorio me estaba atrayendo más que la coleccionista Rosita. El compendio de discos de cada una era muy diferente. Así que me encontraba en medio de una coleccionista sensual y atractiva y una colección de discos extraordinaria y atrayente. Al principio, traté de escuchar con atención los discos de Rosita cuando estábamos juntos, pero ella era la que me seducía más que su música. Lo intenté otras veces más y nada, no me nacía ningún gusto por ninguno de sus discos.
En cambio, cuando lo hice por primera vez con Coco, ¡uy, qué emoción! Nunca me había imaginado a Coco con ese maravilloso gusto por el Hard Rock. Aquella primera vez, ella puso un disco que me hizo sentir extasiado, casi al borde de un orgasmo: Back in Black, de AC/DC, una verdadera maravilla musical. Cuando terminó el álbum, Coco sólo sonrió. Sí que había algo de perversión en ella. Yo había terminado en el piso, estropeado por la energía desbordante de AC/DC.
Al día siguiente, aún atarantado por aquel orgasmo musical, me encontré a Rosita, quien me preguntó si nos veríamos esa tarde a escuchar discos. Ante tamaña cuestión, le dije la verdad: “Mira, Rosita, me gustas, me fascinas, me encanta estar contigo, lo gozo, de verdad, mejor dicho, te disfruto a ti, pero no tus discos. Así que, para que no te vengan con el chisme, te diré de una vez que estoy involucrándome con Coco. En realidad, ella tiene los mejores discos que he escuchado en mi vida. Lo siento, no eres tú, son tus discos.”