Rachid Bernal: precisión pianística con la OSY

En su crónica musical, Diego Elizarraz comenta sobre la "precisión quirúrgica" de Rachid Bernal al piano, acompañado por la Orquesta Sinfónica de Yucatán en la interpretación del Concierto para piano No. 21. La OSY cerró la velada con la Sinfonía No.6 de Tchaikovsky, la "Patética". ¡Bravo!

Una quirúrgica y precisa interpretación de Mozart la que nos obsequió el pianista Rachid Bernal el viernes pasado, al interpretar el Concierto para piano No. 21 del nativo de Salzburgo; eso y dos encores: el Estudio para piano No. 12 Op.25 de F. Chopin y el conmovedor Intermezzo de Manuel M. Ponce ¡Bravo, Rachid! A esto le siguió la OSY con su sesuda rendición de la sexta sinfonía de Tchaikovsky en manos de su director José Areán… Literalmente en sus manos, pues para esta última obra el maestro dirigió sin batuta. ¡Qué meticulosidad, qué maestría, bravo!

Antes de escuchar el concierto pensaba que programar a ambos compositores es poco común, no así la elección de estas dos obras, que sí intrigó mi curiosidad, lo cual dispuso mi escucha como la de un detective buscando relaciones, y diferencias, entre una obra y otra. El concierto para piano es una diáfana representación de la sólida habilidad e inigualable talento del ‘músico de músicos’ –en palabras de Mario Lavista–, una evidente muestra del llamado estilo mozartiano –o concepción mozartiana[1], cualidad presente en todos sus conciertos para piano–.

En los tres movimientos, Rachid y la orquesta mantuvieron un imaginativo diálogo enmarcado en las geniales inventivas del compositor. Las cadenzas del primer y tercer movimiento confirmaron el espíritu poético de la obra a la par de los ritornelos orquestales y los cambios armónicos que tendían a resolver en modo menor, intensificando las esporádicas y escondidas disonancias, particularmente en el ominoso –y muy famoso– segundo movimiento, alternando melosas melodías con oscuros y misteriosos afectos.

En contraposición, la ‘Patética’ de Tchaikovsky posee una inercia emocional, típica del periodo romántico, pero que no había estado presente en ninguna de sus sinfonías previas. Si bien trabajada de una forma un tanto clásica, no inhibe osadas decisiones, tal es el caso del segundo movimiento escrito en compás irregular (5/4) y el uso de sofisticados tratamientos –un poco delibescos[2]– de recursos elementales como la yuxtaposición de escalas ascendentes y descendentes en distintas configuraciones orquestales.

Las proezas compositivas del cuarto movimiento con sus ilusiones auditivas que con sumo cuidado interpretó la orquesta, permitieron entrever la aproximación de Tchaikovsky a la forma sinfónica, ya no desde su común coqueteo con el ballet, sino desde un lugar más exigente, más arriesgado, más personal.

¡Bingo!… Mi intriga detectivesca la esclareció una idea que llegó en el ralentado final del enigmático cuarto movimiento: en ambas obras, tanto el salzburgués como el ruso representan, con indómita fuerza, la voz del yo. Cada voz como una inconmensurable gestación del alma humana. Un legado para nosotros, los otros, cortesía de cada compositor e impensables sin la fluida, tersa y profunda ejecución de los intérpretes ¡Gracias, OSY!

[1] Nota del autor: N.A. The mozartian conception en el libro de Arthur Hutchings, A companion to Mozart’s piano concertos, Londres, 1950.

[2] N.A. Léo Delibes, compositor francés coetáneo de Tchaikovsky.

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