La guerra por el Planeta de los Simios

En 1968 se estrenó El planeta de los simios, dirigida por Franklin J. Shaffner y protagonizada por Charlton Heston. Basada en la novela del francés Pierre Boulle, cuenta la historia de un grupo de astronautas que, tras un viaje interestelar llegan a un planeta en el que los simios han formado una civilización y en el que los humanos son tratados como bestias sin alma ni entendimiento. Con una premisa que parecía propia de un churro de serie B, resultó ser una de las mejores cintas de ciencia ficción de la historia, cargada de planteamientos filosóficos, crítica social, advertencias sobre el futuro de la humanidad y denuncias del fanatismo religioso que se opone al avance del conocimiento. Al fin y al cabo, el Planeta de los Simios es la Tierra y nosotros somos los primates que juegan a ser dioses.

Éxito comercial y de críticas, este filme dio lugar a cuatro secuelas que narran una historia completa, incluyendo viajes espaciales, apocalipsis, revoluciones y paradojas temporales que cierran un círculo en el que el final es el principio, algo insólito en las franquicias cinematográficas. Por momentos esas secuelas llegan a ser malas, buenas, interesantes, olvidables o simplemente extrañas, pero ninguna estuvo a la altura de la original. También hubo una serie animada, otra de acción en vivo y muchos, muchos cómics.

Décadas después llegó a manos de Tim Burton el proyecto de dirigir una nueva versión. El planeta de los simios (2001) de Burton es una cosa muy extraña, un fracaso comercial y de críticas, pero a la que personalmente aprecio mucho. En vez de volver a contar la misma historia, Burton se fue por un camino completamente distinto (ni siquiera los nombres de los personajes se repiten), pero mantuvo los temas de religión, opresión social, belicismo, esclavitud y maltrato animal.

Esta malhadada película no engendró secuelas (aunque sí algunos cómics) y el mundo tuvo que esperar otros diez años antes de ver una nueva entrega: Rise of the Planet of the Apes (2011), dirigida por Rupert Wyatt. El enfoque fue novedoso a la vez que volvía a las raíces de la saga original. En vez de hacer refrito directo de aquella cinta de 1968, se basó muy libremente en la cuarta entrega de aquella saga: Conquest of the Planet of the Apes (1972), en la que un chimpancé inteligente llamado César lidera una rebelión de simios esclavos contra sus amos humanos.

La cinta, de bella realización, impresionantes efectos visuales y conmovedoras actuaciones, fue un éxito en todos los sentidos y, justo como esperaban los estudios, inició una nueva serie, continuada por Dawn of the Planet of the Apes (2014) y War for the Planet of the Apes (2017), ambas dirigidas por Matt Reeves. Esta última, aun en cartelera, cierra la llamada Trilogía de César, el chimpancé creado magistralmente con efectos digitales y la soberbia actuación de Andy Serkis.

En un principio desestimé las primeras dos entregas. Me parecieron buenas películas, pero lejos de la profundidad de la cinta original. Caen en varios clichés narrativos y sus personajes antagónicos son siempre gratuitamente cretinos y carentes de dimensión. Pero con el tiempo he aprendido a apreciarlas. Después de todo, vuelven a los mismos temas filosóficos y éticos, si bien simplificados y adaptados a una audiencia de principios del siglo XXI, con sus propias preocupaciones y temores. Si en 1968 fue la guerra atómica, hoy es la experimentación con animales, pero la opresión contra “los otros” sigue siendo el eje fundamental.

Ahora, War for the Planet of the Apes me ha dejado boquiabierto. Casi todas las objeciones que tenía contra sus dos antecesoras se han esfumado de un plumazo. Si en aquellas tenemos que “los malos” son siempre a la vez antipáticos y majaderos, aquí tenemos a un gran antagonista interpretado por Woody Harrelson, con ecos del Coronel Kurtz de Marlon Brando (entre otras referencias, la cinta contiene varias a Apocalypse Now de Coppola). Un tipo despiadado y soberbio, pero cuyas motivaciones pueden ser comprendidas.

Su pecado, su tragedia, y la de sus seguidores, estriba en su incapacidad para comprender que la humanidad, es decir, la cualidad del ser sensible, libre e inteligente se presenta de muchas maneras, incluyendo no sólo a los simios, sino a los humanos que, enfermos, pierden el don divino de la palabra hablada. En este personaje y su banda de soldados casi fanáticos quedan representados el militarismo estadounidense y la locura definitiva de la humanidad: que aún en el fin del mundo es capaz de hacerse la guerra a sí misma. Algo que me había molestado de las dos entregas anteriores era que el apocalipsis llegaba por el descuido de los científicos (quienes buscaban la cura a las enfermedades neurodegenerativas). Ese tufo anticientista siempre me había caído mal, especialmente cuando en la saga original eran los pecados de la guerra y la codicia los que habían llevado a la humanidad a su destrucción. War for the Planet of the Apes recupera ese mensaje olvidado.

También continúa con el tema de la opresión contra lo diferente, y de la forma más violenta que se hubiera visto en todas las entregas. Ver a la gente de César sometida a la esclavitud, la tortura y los asesinatos arbitrarios, con imaginería que remite directamente al Holocausto, tiene un poderoso impacto en el espectador, uno que no se borrará fácilmente. Los simios traidores, que se humillan ante el esclavista para tener una posición apenas por encima de la de sus congéneres, recuerdan ejemplos siempre presentes de aquellos que prefirieron besar las cadenas que los sujetaban y aliarse con los opresores.

César completa un arco de personaje que iniciara con la primera película. De joven inocente que, por el privilegio de haber crecido con una familia amorosa, ignoraba la injusticia en el mundo, a caudillo revolucionario idealista, a líder protector e incorruptible, a viejo patriarca cansado, consumido por el rencor y atormentado por la culpa de actos pasados. Pero, sobre todo, lo que más me impresionó de esta película fue su excelente realización. El ritmo paciente y cuidado, el tono trágico y sombrío que deja la aventura completamente de lado (las escenas de acción son pocas y esporádicas), la hermosa fotografía y las composiciones de cuadro parecen más pertenecientes a un filme de ésos a los que llaman “cine de arte” que a la novena película de una saga que lleva el estrambótico título de El planeta de los simios.

Andy Serkis como César

Dado que hay largos momentos en los que sólo vemos simios en escena, y éstos son generados con imágenes digitales por captura de movimiento, ésta es en gran parte una película de animación. Pero tanto el trabajo de los actores como de los creadores de los efectos visuales le imprimen tal personalidad a estos simios, que uno olvida del todo que está viendo animales hechos por computadora y los toma en serio, como personajes reales viviendo un drama fundamentalmente humano.

La película tiene sus defectos, claro está. Sigue con la idealización de la sociedad simia, propia de esta época de millennials veganos animalovers y misántropos. Y hay un momento muy bobo en el que, para que el plan de los simios funcione, un humano tiene que ser inverosímilmente estúpido y de una forma muy específica. Y así hay uno que otro error, que sería nitpicking pretencioso señalar.

Como dije, esta película cierra la Trilogía de César, y no puedo imaginar mejor forma de hacerlo. Tampoco puedo esperar lo que supongo será la saga de George Taylor (el personaje de Charlton Heston), algo que ya anuncian la introducción de dos personajes en esta cinta. Si Fox pretende que esta serie sea un espejo de la saga original, podemos esperar dos películas más para tener un total de cinco. Será difícil superar esta entrega, pero si la calidad se mantiene como el promedio de la trilogía, creo que el futuro de nuestro planeta de simios será maravilloso.

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