Sebastián Liera denuncia públicamente a la Sedeculta por negarse a pagar 80 funciones a los actores de “La hija del Rey“, parte del Programa Nacional de Teatro Escolar en Yucatán. Fotos: José Ernesto Jiménez
A quien corresponda:
Mi nombre es Carlos Sebastián López Cruz, desde 1994 hago teatro profesionalmente; es decir, que vivo de ello. Soy egresado del Centro Universitario de Teatro de la UNAM, promoción 2000-2004. Desde entonces, mi nombre artístico es el de Sebastián Liera, en honor al hombre de teatro en toda la extensión de la palabra que fue Óscar Liera. Actualmente, y desde hace ocho años, vivo en la ciudad de Mérida, Yucatán, donde impartí clases en la Escuela Superior de Artes por más de siete años y he participado en montajes y puestas en escena de diversas compañías y colectivos, incluyendo la ya desaparecida Compañía de Teatro del Estado “Balts’am”. Hago teatro comunitario con jóvenes mayahablantes en el oriente del estado desde hace tres años, tiempo que tengo colaborando con Tapanco Centro Cultural y desde hace medio año soy responsable de proyectos de Red Alterna/Agrupación de Artistas Escénicos.
A finales de septiembre, principios de octubre de este 2016, la actriz Zuleyma Leal, asistente de dirección del maestro Juan Ramón Góngora Alfaro, titular a su vez del proyecto LA HIJA DEL REY, aprobado para ser producido por el Programa Nacional de Teatro Escolar (PNTE) 2016 en Yucatán, me contactó para integrarme al reparto de actores y actrices: acepté. Mis compañeras y compañeros de escena venían trabajando, por lo menos, desde dos meses antes. Hacia finales de octubre, nuestro director de escena nos comentó que por parte de la Secretaría de la Cultura y las Artes (Sedeculta) del estado le ofrecieron dar la mitad de las 80 funciones comprometidas en 2016 y la otra mitad en 2017; él contestó que nos preguntaría, pero que lo preferible era dar todas las funciones en 2016. Nuestra respuesta fue que estábamos preparadas y preparados para dar las 80 representaciones en 2016, aunque fuera necesario tener cuatro funciones al día. La Sedeculta respondió a esto con retrasos en la liberación del recurso para poder empezar la producción.El 7 de noviembre, LA HIJA DEL REY en su versión íntegra, sin cortes ni adaptaciones, escrita por José Peón Contreras, fue estrenada sin que la escenografía y el vestuario fueran realizados y sin teatro para recibir a las escuelas, porque ninguno de los edificios teatrales bajo administración de la misma Sedeculta habían sido solicitados por los funcionarios a cargo de ejecutar el PNTE en tierras del Mayab. Entre la semana de estreno y la fecha en que entramos al Teatro Joaquín Jiménez Trava, del IMSS, nuestro director de escena fue de función en reunión y de reunión en función para conseguir entrar al teatro. El recurso para la realización de la escenografía y el vestuario se liberó el mismo día del estreno, de modo que las primeras funciones corrieron sin una y sin el otro en auditorios, salones y patios de escuelas de la ciudad de Mérida y de uno o dos municipios más. Cuando entramos al teatro, la escenografía estaba realizada en un 80 por ciento y sólo tres de los nueve vestuarios estaban en condiciones de ser usados (ninguno se había terminado) y los demás fueron rentados o prestados.
Dado que la Sedeculta, al parecer, ni siquiera firmó un convenio con el IMSS para el uso del Teatro Joaquín Jiménez Trava, el préstamo del mismo -hecho de palabra gracias a la amistad entre colegas del oficio-, concluyó sin que hubiéramos terminado de dar las 80 funciones comprometidas y, sobre todo, sin que el 100 por ciento de los vestuarios estuvieran terminados. Eso, desde luego, no impidió que cumpliéramos con lo pactado: entre el 7 de noviembre y el 16 de diciembre, con días que iban entre las funciones dobles y las cinco funciones diarias, alcanzamos la meta de las 80 representaciones pactadas y llegamos a poco más de 8 mil 300 espectadores, en su mayoría adolescentes y jóvenes de educación media y media superior.
La experiencia fue por demás gozosa y maravillosa, pues quienes participamos en el proyecto estábamos entregados en cuerpo y alma a nuestro oficio; nos significó, por un lado, un desgaste que en dos o tres de nosotros se tradujo en jornadas de fiebre, vómito, dolores corporales y gargantas afónicas -por decir lo menos-. Dichas jornadas iban desde las 5 de la mañana en que nos levantábamos para estar en la Sedeculta a las 7 y partir a escuelas y comunidades donde nos presentábamos, hasta las 6 o 7 de la noche (o más tarde, si íbamos a municipios apartados de la capital del estado), cuando retornábamos a la Sedeculta para regresar a nuestras casas. Esta dinámico nos orilló a no poder contar con tiempo para participar en otros proyectos: fuimos exclusivamente del PNTE. Había varias razones para ello: amamos el proyecto desde que fuimos invitados y se nos había asegurado que, de llegar a la meta en 2016, se nos pagaría.
El 15 de diciembre de 2016, a sólo tres funciones de alcanzar las 80 representaciones programadas (cinco de las funciones se cancelaron porque estando listos, vestidos y con luces y teatro abierto las escuelas no llegaron), pudimos presentarnos en el Teatro José Peón Contreras de la ciudad de Mérida. Lograrlo no fue fácil: costó mucho trabajo convencer a los funcionarios de la Sedeculta sobre la importancia de presentar, a 140 años después de su estreno mundial, la obra de José Peón Contreras que lo hiciera famoso y el más ilustre de nuestros dramaturgos en el mismo teatro que lleva su nombre. Ése día, el antropólogo Alejandro Pérez López, director de Desarrollo Cultural y Artístico de la Sedeculta, dijo públicamente que había un recurso del destinado al PNTE que no se había gastado (no dio razones del por qué no se había gastado) y que INBA había autorizado que se usara para pagar 10 funciones más al reparto de actrices y actores; 10 funciones más que, desde luego, daríamos. La noticia nos emocionó, tanto por el pago (aunque sólo sea un promedio de 500 pesos por función), cuanto por el hecho de seguir haciendo la legua o subirnos a las tablas con nuestro proyecto.Sobre el pago de las 80 funciones, el antropólogo le dijo al maestro Juan Ramón Góngora que ya había sido transferido a la Secretaría de Administración y Finanzas (SAF) del gobierno estatal y que en breve nos sería depositado. A su vez, el titular de la Sedeculta, Roger Metri Duarte, respondió que todo lo relacionado a los pagos se viera con Luis Velázquez, jefe del Departamento de Teatro. Días antes, Velázquez había respondido: “si el antropólogo te lo prometió que él te lo cumpla”. Sabemos que el recurso había sido liberado meses antes desde instancias federales; no entendemos, a menos que empecemos a pensar mal, cuáles son las razones para no pagarnos. Estamos cansados, pero podríamos estar contentos, porque lo estaríamos por trabajar con dignidad, rigor y profesionalismo en lo que nos apasiona, que es la escena. Sin embargo, no lo estamos. En su lugar estamos muy, muy enojados; a nuestra dedicación y profesionalismo la institución está respondiendo con la burla y el desprecio que las tiendas de raya dedicaban a los peones del porfiriato.
Esta carta no es, desde luego, colectiva: algunas y algunos de mis compañeros tienen miedo de decir nada porque después podrían no ser recontratados por la Sedeculta para eventos y funciones que discrecionalmente organiza o para ser beneficiarios de apoyos a la creación. No, esta es una carta a título personal de Sebastián, al que se podrá linchar y tachar de tonto porque no sabe cómo funcionan las cosas en tierras de cacicazgo cerverista. Pero, lo que sí sé, por colegas de otras entidades federativas, es que la Coordinación Nacional de Teatro del INBA puede presionar a los “disfuncionarios” de cultura de nuestros estados para que nos paguen y, por experiencia propia (no es la primera vez que participo en el PNTE), que desde su instancia pueden hacer recomendaciones que pongan inclusive en riesgo la participación en Yucatán dentro del PNTE (no sería la primera vez) debido al mal manejo de sus recursos. A dicha Coordinación va dirigida, en gran parte, esta carta.
Sería una lástima que el PNTE, siendo uno de los programas más valiosos y bellos de la política cultural federal en materia de artes escénicas, desapareciera; sobre todo en estos tiempos en los que todas y todos necesitamos con urgencia que las palabras, las ideas y las acciones que se cocinan en las artes y las culturas ocupen los lugares que la muerte, el desprecio, la burla, el despojo, la miseria, el cinismo y la explotación han vuelto su residencia en la tragedia nacional que padecemos. Lo correcto, como en cualquier Estado que de verdad sea democrático, sería que la cadena de funcionarios que no funcionen y sólo parasiten con cargo al erario público dejen su puesto y todos y cada uno sean llamados a cuentas por el uso que dieron al dinero público durante su administración.