El “temperamento inglés” de la OSY seduce al público

Los compositores Vaughan Williams, Britten y Haydn conquistan a la audiencia en concierto de la OSY, según escribe Felipe de J. Cervera en su crónica musical.

Who wants to live forever? Brian May

Un lirismo necesario, de rasgos vaporosos, presentó la Sinfónica de Yucatán en el doceavo programa, próxima a clausurar su temporada trigésimo quinta. De sus recorridos frecuentes por Europa, eligió obras de dos ingleses oriundos -y de uno trasplantado desde Austria- para hablar de vigor y de lo ágil que puede ser, aun dispuesta como orquesta de cámara, sin metales ni percusiones. Ralph Vaughan Williams, Benjamin Britten y Joseph Haydn colmaron el recinto con sus felices pentagramas, haciendo gala de pompa y circunstancias basados, como es natural, en sus respectivos y personalísimos modos de expresión.

De regreso a su relieve acostumbrado, la batuta de Juan Carlos Lomónaco, lanzó los preliminares. Fue entonces que aquel clamor de acordes mostraba su juego en las “Variaciones de Dives and Lazarus”, amalgama de situaciones sufridas y narradas por la cuerda. En 1939, semanas previas a la Segunda Guerra Mundial, fue estrenada mostrando su vértice, sin ser literal en su transcripción, acerca de un tema popular -un villancico- de nombre idéntico: es una de muchas historias bíblicas, cuando el rico ignora al pobre, que plantea el anhelo del desvalido por una caridad que nunca llega y con recompensas algebraicas de la vida eterna. Vaughan Williams deposita una melancolía intensa a través de un canto de madera, incesante.

La reunión familiar del violín con arreos de arpa, consolida la espiritualidad del mensaje, en el más contemporáneo lenguaje inglés. En sus enunciados alargados, se acrecienta toda la culpabilidad frente al desvalido y sus consecuencias. El diálogo doliente, avanza sin pausas. Se diluye en el violín de Christopher Lee, que llora para acceder a las casi ensordinadas contestaciones del pleno hasta el clímax, haciendo recordar los pasajes elegíacos de Barber. Llegados al mensaje general, la densidad sonora es mayor y la cuerda sigue sin ceder. Los chelos y contrabajos formaban la base de vestigios hasta el descenso, como un crepúsculo que irremediablemente se vuelve noche. La interpretación obtuvo espontánea la sinceridad del aplauso.

Llegado el turno de Britten, la orquesta casi seguía las órdenes presidenciales de no mover una coma. Con su alineación de instrumentos, ahora descartando el arpa, variaba la temperatura. La Sinfonía Simple opus 4, escolar y liviana, es portento de cualidades. Exige vigor y gracia en proporciones equivalentes, siguiendo los criterios elogiosos de un siglo atrás, de nuevo en los años treinta; pasa de un recurso al otro, alardeando su naturaleza pueril. Así, el pizzicato retozón de su segundo movimiento, picotea matices siempre amables. Luce con simpleza melódica, ad hoc al ejercicio sinfónico del que proviene.

Luego, profundas meditaciones y más vigor en sus movimientos restantes, hasta estallar como artificio en la recta final. Britten, con facilidad o lo más parecido a ello, despunta a manos de la sinfónica. La precisión es vital en él y la intensidad, en cada una de sus variaciones, quedaba afianzada por la batuta. El desempeño orquestal recibió abundantes vítores, como abundante acaeció su calidad interpretativa.

La Sinfonía No. 104 “Londres”, trajo la presencia de los demás instrumentos. Para obras como esta, los análisis son un acceso al intrincado intelecto de Haydn, madurísimo por la creatividad de toda una vida. Su relojería no tuviera mayor relevancia, si no fuere porque en ella está basada la simetría de sus ideas e incluso, los elementos sorpresivos que remachan su elevado nivel. Haydn es fastuoso, pero desfigura jamás su intención. Sexagenario, frente a sus admiradores está sobrado de recursos. Ha hecho de la improvisación una vía alterna que puede recorrer haciéndola pasar pivotal: es inalcanzable en el virtuosismo, así escribiere cualquier corchea con su gastada pluma.

Frente al capital de una partitura así, la interpretación de la sinfónica recreaba cada motivo con el buen gusto que exige el estilo. La OSY de nuevo hacía suya otra partitura, desplegando una refinada versión para beneplácito del pueblo bueno de Yucatán. Haydn dejó una atmósfera de preciosismo. Compositores como él surten un efecto artístico de impacto. Desde luego, ninguno de los previos ha sido menor, pero cuando la trascendencia de un legado alcanza definiciones que elevan la moral humana, no se puede estar equivocado. La Sinfónica, consciente de ello, sigue ganándose el mérito de ser institucional y socialmente, un faro de cultura: los maravillosos visitantes, como Haydn y los ingleses, lo refrendan. ¡Bravo!

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