La verdad embozada
“¿Qué connotación tiene la pureza en este caso? Desde luego es sinónimo de ignorancia. Una ignorancia radical, absoluta de todo lo que sucede en el mundo pero en particular de los asuntos que se relacionan con ‘los hechos de la vida’ […], pero más que nada, ignorancia de lo que es la mujer misma”. Rosario Castellanos, La mujer y su imagen, en: “Mujer que sabe Latín” (1973).
La cita de Rosario Castellanos puede ser ya más que cuarentona, pero la idea pervive. La fantasía edulcorada que inventa una identidad para la niñez, que fuerza desde los círculos de poder, desde el imaginario de la (realmente fallida) civilización el deseo de silenciar, de paliar y ocultar, de inventar que para los menores “todo es hermoso”, termina por contrastar brutalmente con el entorno que buena parte de esa niñez enfrenta día a día.
No hay más que enterarse superficialmente en cualquier medio del amplio catálogo de abusos, violencia, agresiones, perversiones. No es nuevo, es verdad. Pero hoy nos enteramos con mayor velocidad. El silencio, esa “nada” tan elocuente, tan poderosa, tantas veces necesitado de voz, es el motivo de la obra de Miriam Chávez Freyer, quien como proyecto terminal de exposición para la licenciatura en artes visuales de la UADY y como parte del proceso de investigación de su tesis ha presentado “Una voz desde el silencio” que se inauguró este jueves 4 de agosto en el Centro Cultural José Martí.
Miriam ha comentado que al compartir con otras personas que el tema de su exposición es el abuso sexual cometido particularmente contra niñas, la respuesta ha sido generalmente de inquietud y desagrado con respecto a lo fuerte o escabroso del tema, en una sociedad que por cierto, sigue silenciando esos hechos. El arte, es claro, también puede ser una plataforma de expresión –absolutamente humana– para perversiones, odios y violencia contra quien fuere. Sin embargo, el deseo de Miriam a través de su obra, en la que emplea técnicas convencionales en la que se combinan la figuración y los elementos simbólicos es precisamente brindar voz a esas historias silenciadas a través de una propuesta estética y un proyecto artístico con el fin de contribuir por lo menos a su denuncia.
¿Y de qué manera les brinda esa voz? Quizá la sección más simbólica se encuentra en las piezas escultóricas en las cuales coinciden e interactúan manos pequeñas y manos adultas que por sí mismas exponen la índole de la relación, acompañadas de otros elementos que igualmente poseen significados propios: flores, mundos, cadenas, muñecas… Un nido- refugio, un colibrí-esperanza y un columpio hacen las veces de vínculo con las instituciones y personas cercanas con la misma causa.
Así, la exposición se compone por varias obras escultóricas de pequeño formato, realizadas en vaciados de resina, una pieza construida con anillas de latas de aluminio, dos instalaciones, una pintura al óleo y una docena de trabajos bidimensionales realizados algunos con técnicas gráficas y otros a lápiz. En estos últimos la expositora quiso rendir un homenaje a instituciones y personas que de diversa manera combaten el abuso infantil. La diversidad de materiales podría pensarse confuso antes de ver la exposición, sin embargo, en la experiencia de la visita a la muestra el espectador podrá confirmar que los discursos visuales se complementan entre sí de manera equilibrada.
La exposición permanecerá hasta finales de agosto en el Centro Cultural “José Martí” (Parque de las Américas), y con ella la invitación, a través del trabajo de una artista emergente como Miriam Chávez, a no apartar la mirada de una realidad dolorosa y acallada.