Danzando en la calurosa noche meridana
A fines de septiembre, la Orquesta de Cámara de Mérida dio un concierto en el Museo de la Canción Yucateca digno de los mejores salones de baile no solamente de Europa, sino de cualquier lugar del mundo. La bellísima música fue una celebración por haber alcanzado tres lustros el Centro de Investigación, Documentación y Difusión Musicales “Gerónimo Baqueiro Fóster”, institución intrínseca a la Escuela Superior de Artes de Yucatán (ESAY),
La selección del repertorio presentado el 20 de septiembre llevó por título “Yucatán y su música: bailes de salón siglos XIX y XX”, mismo que fue punto de partida para el reencuentro con un tiempo que, no por pasado fue mejor, sino porque despierta la evocación de una época que a muchos nos hubiera gustado vivir. La peculiaridad del evento residió en que cada nota de aquellos pentagramas, surgió de la inspiración de un compositor yucateco.
El maestro Russell Montañez salió al encuentro de la audiencia, para dar información preliminar de cada partitura, aperitivo que surtió sus excelentes efectos: al momento de empezar, cada pieza era recibida con dulce expectativa o con gran interés, según su anunciación. El primer tema fue un vals compuesto por Amílcar Cetina Gutiérrez, forjador de grupos de cámara y del conato de la primera sinfónica en Yucatán, en tiempos de don Felipe Carrillo Puerto. Fue intitulado “El Sueño Que Pasa”. Sus primeros acordes fueron suficientes para dar una atmósfera exactamente dimensionada en los años veinte del pasado siglo – quién lo iba a decir – casi ya cien años a esta parte.
Más composiciones, más compositores yucatecos, más deliciosos momentos crearon una velada plena de refinamiento y buen gusto. La orquesta marcaba acentos de danzón y mazurka con obras que llevan por nombre “Dolce Amore”, “La Oliva” y que respectivamente fueron compuestas por Gumersindo Solís y Perfecta Aurora Zorrilla, reconocida como nuestra primera compositora y Chan Cil, el padre de la Canción Yucateca entre ellos.
Un emotivo detalle fue contar con la presencia de la señora Rosa Elena Castillo, motivo inspirador para que Efraín Pérez Cámara compusiera su vals homónimo – Rosa Elena – cuyo único defecto sería la brevedad, común en casi todas las obras presentadas. Sin embargo, podría decirse que su duración no fue causa de menoscabo sino todo lo contrario: resultaron exquisitas en la filigrana de sus armonías.
Próximo al final, sonaron dos piezas del maestro Arturo Cosgaya Ceballos – hombre de su tiempo, el siglo diecinueve. Si el vals puede considerarse la expresión de la delicadeza, el schottisch (Voz actualmente simplificada como chotís) le pudiera llevar cierta delantera por lo chancero de su espíritu, difícil de describir, porque está hecho con esencias de coqueteo. Lleva por título “El Primer Beso” y la interpretación de la orquesta reflejó fielmente tal carácter. Daba a imaginar por momentos, la mirada de una bella dama, con sonrisa clandestina, tras un abanico de mano. Llegó el “Fin de Siglo”, que con su ritmo ternario demostró la sensibilidad suave de un vals con tenues reminiscencias a Tchaikovsky.
Tras el cierre, la ovación sincera fue íntima pero nutrida, que se hizo extensiva no solo a quienes tienen en las manos el don de la música, sino hacia aquellos que tras quince años o más han dejado de sí sus inteligencias y sus corazones, como los maestros Enrique Martín Briceño y la enérgica pasión de don Luis Pérez Sabido, quien desde el nombre es en sí, una aportación a la música del Yucatán nuestro. La noche fue un pasaje de ida y vuelta a un tiempo del que se sabe mucho, tiempo que ha dejado una herencia invaluable, agradecida y disfrutada por veladas magníficas como esta y que fue, por mucho, más que solo música. ¡Bravo!