La década de los años 80 del siglo XX fue un parteaguas en el cómic estadounidense, donde la experimentación, irreverencia y la aceptación de influencias de la década anterior por fin rindió los frutos esperados y permitió la consolidación y aceptación de un medio antes denostado por la crítica. 1986 fue el annus mirabilis donde el mundo se sorprendió con algunos de los mejores cómics de superhéroes, se indignó con unos ratones judíos y aceptó la aparición de nuevas editoriales. Pero lo más importante fue que por fin se dejaron atrás los complejos que el Comics Code trajo y se permitió una libertad creativa que no se ha vuelto a ver, al menos en las dos grandes editoriales, desde entonces.
Walk this way.
Para los posmodernistas, los años 80 fueron donde todo se fue al carajo: la Generación X invadió la cultura y con ello se redujeron los estándares artísticos; el desorden social y la anarquía permitieron el resurgimiento de regímenes totalitarios disfrazados de democracia (Reagan en E.E. U.U. y Thatcher en el Reino Unido), fueron también años de libertad para Latinoamérica, con la caída de regímenes militares; los sueños de conquistar el espacio se vieron destruidos por la explosión del transbordador espacial Challenger, un duro golpe del que la NASA tardó décadas en recobrarse y que, junto con la explosión de la central nuclear de Chernobyl en Ucrania, llenaron al gran público de terrores respecto a la tecnología; en México salíamos del terremoto del 85 y celebrábamos la que tal vez haya sido la última gran copa mundial de futbol, donde el argentino Maradona demostró que efectivamente Dios existe y a través de sus manos llegó hacia la final y el campeonato.
Todo lo anterior ocurría mientras los comiqueros mexicanos pasaban las de Caín viendo como el gigante Novaro desaparecía, dejando un vacío de cómic de licencia que títulos nacionales como Karmatrón eran incapaces de rellenar. No es de extrañar que los sensacionales y las antologías humorísticas se adueñaran de los puestos de revistas al no existir otra alternativa (salvo el sempiterno Hombre Araña) para satisfacer el hambre por las viñetas, ajenos a lo que sucedía en el norteño vecino.
Say you, say me.
Las dos grandes editoriales de cómics venían saliendo de gigantescos crossovers, donde propusieron cambios a sus direcciones editoriales. En el caso de DC, recordemos que dos años antes tuvo problemas financieros y aunado a un desdén de su compañía madre, casi terminan por vender sus personajes a Marvel, por lo que en 1985 se planeó revitalizar a la compañía y cambiar el enfoque de ventas al terminar Crisis en las tierras infinitas, maxiserie que pretendía poner orden a su continuidad y reiniciar las cosas desde cero, pero la sensatez mercadotécnica (¿o simple cobardía?) impidió hacerlo de manera completa. Sólo algunos títulos reiniciaron o cambiaron de giro, mientras que otros continuaron como si nada. En este ambiente, la editorial apostó por un comprobadísimo John Byrne, quien venía de escribir Uncanny X-Men y Fantastic Four con sendas corridas míticas, para relanzar a Superman, adecuándolo a los tiempos que corrían. En una miniserie de 6 números, Byrne no solo actualizó al personaje, sino que lo hizo relevante para las décadas postreras.
Lanzando el número con dos portadas diferentes, DC creaba el monstruo de las portadas variantes. En la miniserie se reestablecía el origen del personaje, eliminando todo aquello que el autor consideró ridículo o de bulto: adiós a la superfamilia, supermascotas, e incluso se despidió de Superboy, borrándolo de la historia y diciendo que Superman comenzó su carrera siendo adulto, lo que en cierta forma justificaba que usara sus poderes de forma correcta. Reinventando también a los villanos, Superman tenía amenazas acordes a sus poderes, los que estaban limitados a aquellos con los que originalmente fue concebido, nada de superventriloquismo o superinteligencia.
El caso de Lex Luthor fue especial, pues se convirtió en un ejecutivo ambicioso y sin escrúpulos que utilizaba su inteligencia para hacer el mal a través de sus empresas, cuidándose de no dejar rastro y que al tener poder político dificultaba que Superman le echara el guante. Fue una inteligente manera de demostrar que de nada sirve tener superpoderes cuando peleas contra el sistema, lo que dotó a las historias de una profundidad sin precedentes.
Desde años atrás, DC había estado importando escritores británicos para que escribieran sus cómics. Uno de ellos fue un joven Alan Moore, quien rescató a Swamp Thing de la cancelación y escribió la que es considerada la mejor historia de Superman que se haya escrito. Whatever happened to the man of tomorrow? fue una carta de amor al personaje, explotando sus fortalezas y demostrando por qué seguía vigente después de tantos años. En tan solo dos números, Moore ató cabos, cerró ciclos y nos dejó pidiendo más. Fue una demostración de que, pensando bien las historias, incluso los elementos más ridículos pueden justificarse para contar bien una historia. Básicamente probó que la renovación de Byrne era innecesaria por más que estuviera bien hecha, pues con un personaje como Superman siempre hay que esperar lo inesperado.
Alan Moore también fue el artífice de una maxiserie revolucionaria, que a la fecha se considera el parteaguas del cómic de superhéroes, porque todos sabemos que hay un antes y un después de Watchmen. La serie, cuyo único defecto quizá sea que es un producto de su época y hay que conocer bien su marco histórico para entenderla por completo, planteó una idea que Moore ya había manejado en su seminal Marvelman: ¿Qué pasaría si los superhéroes tuvieran pasiones como nosotros los humanos normales?
A partir de ahí Moore narra una historia detectivesca donde innova tanto en la narración escrita como en la gráfica, haciendo lo que se conoce como deconstrucción: tomar una idea, desmenuzarla y volver a construirla llegando a otro resultado que refleja lo que anteriormente fue, pero que evidencia sus fortalezas y debilidades. Moore hizo que los superhéroes se comportaran como adultos y que encararan las consecuencias de sus acciones, algo nunca visto en el cómic de superhéroes.
Algo similar hizo Frank Miller con Batman en la también legendaria The Dark Knight Returns (TDKR), historia situada en el futuro donde se hace la pregunta si Batman es relevante -o necesario- en un régimen totalitario, e incluso va más allá al preguntarse si un régimen totalitario realmente puede imponer un orden duradero en la sociedad. Miller, más que contar una historia de Batman, realiza un comentario sobre la sociedad estadunidense, en donde los superhéroes representan lo peor de su gobierno, entretenimiento, medios de comunicación y valores. Como puede verse, tanto Watchmen como TDKR historia plantean preguntas nunca abordadas de manera tan competente en un género siempre considerado para niños, de ahí que ganaran popularidad y se hayan convertido en referente del cómic para adultos.
Sledgehammer.
Por su parte, Marvel Comics tal vez no haya lanzado cómics históricos tan importantes como su competencia, pero plantó las semillas de lo que habría de venir en los años posteriores. En 1985 crearon el primer evento anual exitoso con Marvel Superheroes Secret Wars, cuya mayor repercusión fue cambiar el traje del Hombre Araña, situación que duraría hasta 1988.
Durante este tiempo, la actitud del Araña fue modificándose, volviéndolo más violento, cuestión que se achacó a su disfraz simbionte, aunque realmente fue un reflejo de la moda “oscura” que cómics como TDKR habían impuesto.
Dentro de dicha moda, Marvel publicó su New Universe, un nuevo sello donde se pretendía exponer cómics realistas, donde las acciones de los personajes tuvieran consecuencias observables por la sociedad del propio universo, a diferencia del universo 616 donde las peleas de superpoderosos difícilmente afectaban el devenir social. Algunos títulos de este universo fueron Psi-Force, Kickers, Inc., DP7 y Star Brand, siendo el más popular este último, debido en parte a ser la historia superheróica más convencional de todo el sello.
Otra innovación de este universo fue que las historias se narraban en tiempo real: los números se publicaban de forma mensual y en la historia realmente pasaba un mes entre número y número. Sin embargo, el mercado confundió realismo con sexo y violencia, y cómics realistas donde se ponderaban valores superheróicos no tuvieron la popularidad de la sangre y los semidesnudos, permitiendo que el New Universe fuera cancelado en 1989. Aunque la idea de cómics realistas no abandonó a uno de sus artífices, Jim Shooter, quien se basó en ese sello para posteriormente crear la editorial Valiant.
No olvidemos que Frank Miller también trabajaba para Marvel y en 1986 escribió una de las mejores historias de Daredevil. Born again es otro arco que ayudó a poner de moda los cómics oscuros, en donde vemos al defensor de Hell’s Kitchen combatir simbólicamente las drogas y la pornografía. Magistralmente ilustrada por David Mazzuchelli, la historia también critica los valores estadounidenses y pone en perspectiva el supuesto interés del gobierno por proteger a su pueblo. Hay que aclarar que, aunque estas historias eran truculentas y perturbadoras, tenían un desarrollo que las sostenía, por lo que no trataban únicamente de causar un shock en el lector, que fue en lo que cayeron la mayoría de los cómics “oscuros” que perdurarían hasta finales de la década de los 90.
Livin’ on a prayer.
Los 80 fueron la década dorada para las editoriales independientes que emergían y desaparecían en lo que parecía un ritmo constante. En 1986 nacieron sellos como Slave Labor Graphics, que pretendió aprovechar la moda oscura para publicar cómics violentos de corte humorístico y que tendría sus mayores éxitos años después con títulos como Milk & Cheese y Johnny The homicidal maniac. Malibu Comics también surgió ese año, estableciendo lo que a la postre se convertiría en un éxito con títulos como Men in black, el sello de autores Bravura y el añorado Ultraverse, además de acoger los primeros títulos de Image, sólo para ser comprada y desaparecida por Marvel en los 90.
Pero sin duda, la gran aparición ese año fue la editorial Dark Horse Comics, reconocida por trabajar títulos de licencias famosas como Star Wars, Alien y Predator, además de albergar cómic de autor como Sin City de Frank Miller y Hellboy de Mike Mignola. Dark Horse descubrió que la única manera de competir con las dos grandes era atrayendo fanáticos de otros medios y escenas, incluyendo manga, lo que a la fecha la ha mantenido a flote y ocupando un buen espacio del pastel de ventas en la industria gringa.
Durante toda la década el cómic independiente fue el semillero de autores que intentaban acabar con el estigma de infantilismo del cómic en Estados Unidos. Tuvo que llegar un título que ganara un premio serio de periodismo para que las editoriales y el gran público voltearan a ver lo que se estaba haciendo en el mundo de los globitos y las viñetas. Art Spiegelman llevaba publicando un comix llamado Maus desde 1980 como parte de un fanzine llamado Raw.
A pesar de tener buenas críticas y ser una narración bastante original y poco ortodoxa sobre el holocausto judío, fue hasta 1986 que Pantheon Books se animó a publicar la recopilación de los primeros capítulos en un tomo que al aparecer en librerías permitió que Maus saliera del ghetto comiquero y se volviera un fenómeno que terminó convirtiéndose en el primer cómic en ganar el premio Pulitzer -entregado a lo mejor del periodismo, la literatura y la música, que automáticamente convierte en leyenda a sus ganadores- en 1992 (una vez que fue publicado en su totalidad), demostrando que el cómic era un medio de comunicación serio, poderoso y apto para transmitir historias de todo tipo y nivel.
Quén pompó.
Los 80 fueron una gran década para el entretenimiento y los cómics no podían ser la excepción. Este somero recuento sólo puede ser comprendido accediendo a las obras mencionadas, que han marcado la pauta para el cómic como lo conocemos actualmente y que colocan a 1986 como un año excepcional, que abrió los ojos del mundo y permitió que por fin obtuviera el reconocimiento mediático tan larga e injustamente negado.