El camino a Ixtlan: (Re) descubriendo a Oliver Stone I

Somos opuestos en lo que a nuestros estilos y sensibilidades concierne. A mí no me gusta mostrar nada. Me gustan las cosas sin explicación. A él obviamente no le interesa eso. Me imagino que si Oliver Stone mostrara su película a mil personas y esas mil personas no entendieran exactamente el punto que quiso transmitir, sentiría que ha fracasado.  Quentin Tarantino, director de cine.

Stone es más político que muchos de sus contemporáneos, pero sus películas no funcionan como letanías ideológicas. Poseen una energía e intensidad que arrastran al público. Puede que al final tengas preguntas, pero mientras Stone esté contando su historia, no hay espacio para nada más. Roger Ebert, crítico de cine.

Todos parecen tener una opinión respecto a Oliver Stone. Veterano de la guerra en Vietnam y realizador tres veces reconocido con el Oscar, se le considera, en el mejor de los casos, un director audaz, apasionado y un poco extremo en sus decisiones artísticas, pero con un poderoso punto de vista que nunca pierde oportunidad de expresar en la manera más cruda y enérgica que el medio cinematográfico le pueda permitir. En el otro extremo, no falta quienes lo acusan de pretencioso, excesivo, autoindulgente y moralista; más interesado en ser un paladín de la conciencia colectiva de su país que un artista por derecho propio. No fue por nada que el crítico español Carlos Boyero lo calificó alguna vez como “el Pepe Grillo de la cultura estadounidense”.

No obstante, existe una tercera capa de controversia de la cual toda conversación respecto a su trabajo parece incapaz de sustraerse: la percepción popular que se tiene casi siempre de él mismo, cimentada en los excesos registrados dentro de su vida personal, sus presuntamente provocadoras declaraciones a los medios y las incesantes teorías conspiratorias para las cuales se supone que sus películas son plataformas de propaganda. A partir del estreno de “JFK” (1991), el más polémico y comercialmente exitoso título en su haber, la reputación de Stone como un seudo-historiador paranoico y reaccionario quedó establecida de maneras a primera vista irreversibles:

Kevin Costner y Stone durante el rodaje de “JFK”

Su extensa lista de oponentes (…) lo caracteriza como un mentiroso, un hipócrita, un megalómano y un charlatán. Se ha escrito que su moral es “repugnante”, que no existe nada “demasiado obsceno, indecente o no ético” que él no haría para “explotar y comercializar una gran tragedia nacional”. Se le acusa de difamación de carácter, de envenenamiento de mentes jóvenes y de sabotaje a la confianza en las instituciones norteamericanas. Algunos han ridiculizado su filme; otros han sugerido que sea boicoteado.[1]

“JFK”, thriller de corte histórico-político en el cual Stone y su equipo de colaboradores tuvieron la osadía de desafiar la conclusión oficial del informe de la Comisión Warren en relación a la muerte del Presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, misma que rechaza tajantemente cualquier posibilidad de que el homicidio haya sido otra cosa que la acción de un único asesino, dio lugar a una sombra de escrutinio bajo la cual la legitimidad de todos los subsecuentes proyectos de Stone estaría constantemente en la mira. Año con año se vería en la necesidad de recordar y rectificar que no era (ni es) un historiador, sino un dramatista con el derecho a una licencia creativa para interpretar la historia más que para limitarse a registrarla.

Sin embargo, nadie estaba dispuesto a bajarlo de lo primero, y por lo tanto, a dejar de recriminarle sus interpretaciones. Intentando derribar lo que él consideraba como uno de los más grandes mitos de su tiempo, Oliver Stone terminó dando vida a otro mito aún más difícil de destruir alrededor de su persona. Y en el proceso, muchos puntos pendientes a discutir respecto a ese espíritu “controvertido” quedaron enterrados. Entre ellos, las circunstancias iniciales que contribuyeron a dotarlo de dicho matiz.

 

Un rifle por una cámara

William Oliver Stone hizo su gran entrada al mundo el 15 de septiembre de 1946 en Nueva York. Su padre, Louis Stone, un adinerado corredor de bolsa en Wall Street, había luchado en la Segunda Guerra Mundial. Durante una breve estancia en Francia conoció a Jaqueline Goddet, a quién poco tiempo después desposaría. Oliver, único hijo de ambos, llevó una infancia privilegiada y tranquila hasta 1962, cuando su padre quedó económicamente arruinado tras realizar una serie de malas inversiones. Esto causó que el matrimonio se disolviera.

Durante un breve periodo, ingresó a la Universidad de Yale. Sin embargo, en 1965 decidió abandonarla para partir hacía Vietnam, donde trabajó impartiendo clases de inglés en una escuela de Saigón. Al año siguiente se trasladó por una temporada a México y alquiló un departamento en Guadalajara para intentar escribir una novela. De regreso en Estados Unidos, consideró dar una segunda oportunidad a Yale, pero optó mejor por alistarse en el ejército. Como resultado de tal decisión, Oliver Stone se embarcó, una vez más, a Vietnam. En septiembre de 1967 fue asignado al Segundo Pelotón de la Compañía Bravo, mismo que se encontraba combatiendo en la frontera con Camboya. Durante los quince meses en los que estuvo activo fue herido primero en el cuello y luego en la pierna. Su desempeño lo hizo receptor de varios galardones militares; entre ellos la Medalla “Corazón Purpura” a la valentía.

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Stone cuando fue parte del ejército norteamericano

Hasta ese momento, al igual que sus compatriotas, Stone estaba convencido de la realidad de una conspiración comunista internacional que hacía justificable la intervención estadounidense en el sureste asiático. Como hijo de un veterano en una guerra anterior, regresó a casa esperando el respeto que suponía vendría asociado al uniforme. Pero el país al que retornaba no era el mismo que había dejado. Poco a poco, comenzó a preguntarse si alguna vez lo fue:

Cuando volví a casa tuve problemas, como muchos veteranos. Fui a la cárcel y tuve…tuve problemas personales durante varios años en Nueva York. Creo que nos encontramos con un país que era hostil con los veteranos y al que la guerra le era indiferente. Y eso nos dolió. [2]

Se dice que Siddharta Gautama quedó conmocionado al abandonar por primera vez los muros de su palacio y descubrir que, contrario a lo que creía desde su infancia, nadie escapa al envejecimiento, la enfermedad y la muerte. Determinado a vencer estas realidades, se comprometió a llevar la vida de un asceta. No es demasiado descabellado reconocer en el inicio de su despertar existencial aquella clase de dolor a la que Stone alude en sus recuerdos y que lo vincula con el futuro Buda no solamente a nivel espiritual[3], sino también biográfico: el dolor por la pérdida de la inocencia.

El descubrimiento visceral de una fuerza corrupta operando abierta o secretamente para encubrir la verdad del entorno y el radical cambió de dirección que la aversión hacia la misma ocasiona en el individuo conforman no solamente la gasolina emocional que lo propulsó a ingresar a la Escuela de Cine en Nueva York (NYU) bajo la enseñanza de Martin Scorsese y cultivar una carrera inicial como escritor de guiones, sino también el estimulo para que Richard Boyle (James Woods) tome partido respecto a la complicidad del gobierno estadounidense con las dictaduras latinoamericanas en “Salvador” (1986), Ron Kovic (Tom Cruise) pase de ser ardiente defensor de la guerra de Vietnam a comprometido opositor de ella en “Nacido el 4 de Julio” ( 1989) y Jim Garrison (Kevin Costner) investigue a fondo el asesinato de Kennedy en “JFK”. En la vida y en el cine de Oliver Stone, los enemigos del statu quo no nacen. Se hacen.

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Tom Cruise en “Nacido el 4 de julio”

 Los motivos del viaje

He estado siguiendo muy de cerca la carrera de Stone desde mi adolescencia. Más que un “fan” en el sentido tradicional del término, me considero un estudioso apasionado. No obstante, ésta no es una pasión que acostumbre ser compartida o alentada. De hecho, en algunos círculos su imagen se encuentra tan devaluada que el hecho de manifestar un mínimo de interés por su filmografía ha bastado para que mi credibilidad intelectual sea puesta en tela de juicio. Querer apreciar su cine es el equivalente a insistir en apoyar a las Águilas del América: algo para lo cual se requiere de extremadas dosis de paciencia, convicción, agallas y memoria selectiva.

¿Por qué escribir sobre Oliver Stone? ¿Por qué ahora? ¿Para qué molestarse en dedicarle toda una serie de artículos ensayísticos siendo ésta la primera de varias partes? Podría dar muchas razones. Entre ellas, datos tan banales como el hecho de que septiembre próximo, además de enmarcar su septuagésimo cumpleaños, coincide con el lanzamiento de “Snowden”; su dramatización del controvertido informante de NSA. También podría argumentar las características específicas que lo distinguen de sus contemporáneos. Por ejemplo, que mientras otros directores abordan de manera casual proyectos inspirados en hechos y personajes históricos, Stone ha hecho de dicha costumbre la columna vertebral de su carrera. O que mientras la mayoría no dispone más que de referencias en tercera persona para llevar el conflicto en Vietnam a la pantalla, Stone es el único que cuenta con las cicatrices (“Pelotón”, 1986). O que pocos pueden presumir de haber generado un impacto cultural tan grande con alguna de sus películas como para convencer al Congreso de Estados Unidos de conceder acceso público a documentos previamente clasificados (“JFK”, una vez más). Por último, retaría a cualquiera a intentar recordar cuándo se había visto que un estudio de Hollywood otorgase luz verde para editar ni más ni menos que cuatro versiones distintas de un filme considerado de manera unánime como un fracaso artístico y comercial (“Alexander”, 2004, 2005, 2007 & 2013).

Colin Farrell en “Alexander”

Pero hay un conjunto diferente de preguntas que, a nivel personal, considero urgente intentar responder: ¿Por qué se habla tanto de los homicidios en los que se insiste en acusar a “Asesinos por Naturaleza” (1994) por haber inspirado, mientras que nada se menciona sobre su estructura de montaje? ¿Por qué más tiempo y energía suelen ser empleados en descalificar las inexactitudes históricas de “Nixon” (1995) que en observar con atención lo que propone su puesta en escena?

A pesar de haber logrado acumular por más de treinta años la nada despreciable suma de tres cortometrajes, seis guiones de largometraje, veinte largometrajes de ficción (incluyendo dos de terror, un film noir y un drama de bomberos), cuatro documentales, quince en calidad de productor (varios a través de Ixtlan, su propia compañía), cuatro proyectos televisivos, seis libros de no-ficción y una novela, ¿por qué la indiferencia que predomina en cuanto a una discusión seria de los méritos en su trabajo sugiere que debería resignarse a llevar en su epitafio la mera distinción de haber hecho una película sobre una conspiración para matar a un presidente? Y sobretodo… ¿Por qué es importante para alguien como yo la posibilidad de que lo contrario llegue a ocurrir?

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La polémica e hiperviolenta “Asesinos por naturaleza”

Me encuentro más que dispuesto a incluirme entre los primeros en reconocer que apenas ha producido algo cinematográficamente significativo desde “Un Domingo Cualquiera” (1999). Pero incluso en sus recientes proyectos de factura menor existen elementos esperando a ser expuestos bajo una luz quizás un poco más clara y justa. Asimismo, aunque podemos reservarnos el derecho de objetar sus premisas ideológicas, lo anterior no tiene que constituir un obstáculo insorteable en el camino a la comprensión de lo que, para bien o para mal, hace único su estilo.

He decidido emprender este viaje de redescubrimiento para reflexionar en torno a lo que el cine de Stone representa para mí, lo que representa para sus detractores y lo que representa en relación al panorama fílmico de la actualidad. Con dicho propósito, planeo retomar títulos que no volví a ver desde su paso por salas de cine o rentadoras de video, acercarme a otros que me eran hasta ese momento indiferentes y visitar por enésima aquellos que conozco como la palma de mi mano, pero ahora con un distinto par de ojos. No pienso hacerme de la vista gorda en cuanto a sus debilidades, pero tampoco convertirlas en el eje de mis disertaciones. Los aspectos formales en lo referente al manejo de política e historia serán abarcados, pero siempre en cuanto a herramientas en servicio de la película propiamente dicha. A través de entregas estructuradas en bloques temáticos, pretendo realizar un esfuerzo comprometido por elevar la discusión en relación a los aciertos y desaciertos de su cine hasta el nivel que creo le corresponde.

Como mencioné al principio, todos tenemos una opinión sobre Oliver Stone. El descubrir cuántas de ellas prevalecen al final de esta travesía -por las razones correctas o incorrectas- lo dejo en manos de quien decida acompañarme.

Referencias:

[1] Anson, Robert Sam, The Shooting of JFK, Revista Esquire, Diciembre de 1991.

[2] Oliver Stone, en el documental Backstory: “Born On The Fourth of July”, 2004.

[3] Poco después de finalizar la filmación del largometraje “Entre el Cielo y la Tierra” (1993), Stone se convirtió formalmente al Budismo.

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