Elle o la perversidad del amor*

Después de un par de filmes menores dentro del cine francés, el realizador holandés Paul Verhoeven ha regresado a la palestra con “Elle” (2016), un thriller con tintes de humor negro en el cual nos presenta la vida y las secretas motivaciones de una empresaria que, después de haber vivido una tragedia en su infancia, ha logrado encumbrarse en los negocios, siendo el soporte económico de su familia. Empoderada de esta forma, resulta presa de una violación que desemboca en una serie de reacciones en cadena por demás inusuales.

La premisa anterior sirve como excusa para ahondar en la psicología del personaje, interpretado de manera magistral por Isabelle Huppert, considerada por muchos la mejor actriz del orbe, incluso por encima de su contemporánea Meryl Streep. Y es que encarnar a Michele Leblanc a todas luces fue un reto para la Huppert, puesto que a sus 63 años no sólo se ha jugado el físico para este papel, sino que lo ha expuesto en escenas de inusitada violencia y poder erótico, algo de lo que pocas divas del cine pueden presumir.Así, Michelle Leblanc (su alterego en la pantalla) se rehúsa a ser una víctima más, al tiempo que realiza pesquisas para encontrar a su acosador, que insiste en atosigarla en un intento por quebrantar su psique. Paralelamente, ella también acosa a su vecino, médico y casado, ya que se ha convertido en el objeto de sus propias fantasías sexuales. Contrario a lo que pudiéramos pensar, Elle no se muestra vulnerable, sino que se revela como una depredadora con un instinto de supervivencia a toda prueba.

Por ello, devora todo a su paso, mostrándonos que ella y sólo ella mantiene el control sobre su vida. Verhoeven, astutamente, va dosificando su narrativa mediante ciertas pistas que contribuyen a la construcción de dicho animal femenino en la cima de la cadena alimenticia.  Todo en ella nos remite a un ser complejo y fragmentado por sus experiencias de vida, hasta llegar a ser una adulta fría y calculadora, incapaz de la mínima empatía para con los suyos, casi denotando rasgos sociopáticos.

Esto no es cosa menor, pues aunque la violencia femenina se tome a modo de guisa oscura en ciertos momentos, lo cierto es que las ramificaciones del guión también reparan en el hecho del entorno familiar como elemento traumático, debido a la incapacidad de Elle para relacionarse tanto con su madre como con su padre. Algo hay de retorcido en estos vínculos amorosos que se ve reflejado incluso en la historia del hijo, incapaz de afrontar la madurez sin ayuda de su propia madre, ahora reemplazada por su pareja, de carácter similar. En definitiva, toda una espiral freudiana es la que se aborda en esta línea argumental secundaria.

Retomando el hilo conductor del filme, el director -con cierto sadismo- somete a Elle a diversas pruebas de las que emerge triunfalmente, evidenciando los daños colaterales de una niñez atípica que a la postre la han convertido en una mujer manipuladora, solitaria incluso, que practica una sexualidad no ajena a las parafilias y con una perversidad erótica digna de la posmodernidad. Así retoma la exploración de los tópicos de la lente detrás de “Bajos instintos” y “Showgirls”, sus grandes éxitos pertenecientes a los ya lejanos noventa.No obstante, este filme no es apologético de la misoginia ni el hembrismo, pues sin efectismos visuales se cimienta en las actuaciones y en el relato de una relación sui generis que, parece decirnos, siempre encuentra un cómplice (no sin consecuencias). Lo cual no es casualidad, ya que el guión surge de una novela de Philippe Djian, que en 1986 fue el autor de lo que se convertiría en una joya del cine erótico europeo: Betty Blue. Mire ambas, en especial si usted cree que no hay nada más extraño y perverso que ese sentimiento llamado amor.

*Este artículo fue publicado en una versión resumida por el autor en su columna de Milenio Novedades el sábado 18 de febrero. Si deseas consultar la fuente original da click AQUÍ.

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