Sonatina de invierno

En lugar de su columna mensual, en esta ocasión Ariel Avilés Marín firma una breve ficción, en la cual su protagonista rememora tiempos aciagos acompañado de evocaciones musicales y de una vieja y misteriosa muñeca de madera...

El doctor Agesilas Perera, se acercó lentamente al mueble disquero, sus cansados pies, enfundados en las confortables pantuflas, parecían realizar el movimiento de los esquís de un trineo nórdico, producto de su dificultad para caminar; llegó al borde del mueble y se concentró en un acto inmemorialmente repetido y profundamente disfrutado desde el fondo de su alma, la contemplación de una antigua muñeca de madera policromada, con amplio vestido de española, en seda de color rosa viejo y una gran profusión de encajes negros en la amplia falda y una larga mantilla que cubría su cabeza de risos castaño obscuro; en el rostro de la muñeca destacaban por su expresión, unos ojos de cristal de color avellana, que le daban una vida sin igual y una expresión pícara de complicidad, que el doctor disfrutaba enormemente.

Parecía que en la antigua muñeca despertaban a la vida las innumerables tiples que muchos años atrás, habían hecho la delicia de sus noches inolvidables, de operetas y zarzuelas en los teatros “Plaza” y “Principal”, de una Mérida que se había disuelto en las brumas del tiempo. Con gran cuidado, Agesilas levanto el capelo de cristal que cubría la muñeca para protegerla del polvo, lo asentó con gran cuidado sobre la brillante superficie de roble del mueble, tomó la muñeca entre sus brazos y, lentamente, se dirigió a la poltrona acojinada del rincón de la sala, se sentó a contemplarla y se quedó dormido.

En sus sueños, Agesilas viajó a las inolvidables temporadas de teatro de su juventud, en las que, cada noche, se presentaba un estreno; y así, en quince días, veía quince obras diferentes. Por su mente desfilaron Ángela con el Conde de Luxemburgo, Danilo y Ana de Glavary y con ellos Susana y Julián, Maripepa y Luisa Fernanda y mil y un personajes tan queridos por él.

De pronto, un fuerte acorde de música le sacó de sus sueños; Agesilas se quedó atónito, al compás de la melodía de “La Rosa del Azafrán”, la muñeca, con su traje de seda en rosa viejo y encajes negros se acercaba lentamente a la poltrona, con sus brazos extendidos; todo el ambiente estaba rodeado por una fuerte luz que impedía distinguir con claridad cualquier detalle. La visión duró apenas un instante y se disolvió en la penumbra de la habitación.

A la mañana siguiente, la criada corrió a buscar a la patrona; al entrar a limpiar la sala se había encontrado al padre de la señora, en la poltrona acojinada, con la antigua muñeca entre los brazos y un disco sonando repetidamente en el equipo estereofónico.

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