Sabed ser lo que sois, enigmas siendo formas;/deja la responsabilidad a las Normas,/que a su vez la enviarán al Todopoderoso…/(Toca, grillo, a la luz de la luna; y dance el oso.) Poema “Filosofía” (fragmento) de Rubén Darío.
En su quinto programa de la temporada treinta y ocho, la Sinfónica de Yucatán ofreció una selección de composiciones de origen europeo, rasgo que puede considerarse su único punto de convergencia. De las lejanas corridas de toros surgió la expresión no hay quinto malo; así, el repertorio número cinco de la Sinfónica de Yucatán no lo fue, pero su complexión de cosa extraña, realmente sí. Anteriormente, ha mezclado saltos de estilo que, a vuelo de pájaro, parecían inconexos, pero sus buenos resultados quitaron aquellas sombras.
Ello no significa que deje de ser peligrosa la reunión de Rossini con Mozart, al menos en un sentido anímico. Desde luego, el objetivo era un traje a la medida de la audiencia, que celebra haber escuchado las tonadas – o parte de ellas – en algún programa infantil y que, por fin ahora, venía de aquel escenario vivo, con toda la gracia estipulada en la interpretación. El don de Rossini para divertir – como el de Mozart – fue la primera gestión cumplida. Aplausos – y cómo no – al por mayor, por la obertura de Guillermo Tell, una ópera que glorifica al héroe legendario. Alcanzó su punto de ebullición con el emblemático estribillo que forma parte de algunos cláxones de nula elegancia.
Desconfigurando la sinfónica, la familia de cuerdas vio salir a las demás, hasta armarse en orquesta de cámara, para la obra de Mozart. Pequeña en el título, la Serenata Nocturna en realidad es fastuosa y no necesariamente por su número de instrumentos, que puede reducirse a la forma de cuarteto y seguir siendo colosal. Originalmente de cinco partes, hoy solo sobreviven cuatro, donde la primera – el allegro – ha sido arroz de muchos moles: ambientando películas, documentales, series de dibujos animados y hasta bodas.
En su desempeño, pese a soltar amarras, el conjunto de cuerdas todavía era demasiado sonoro; bajo esa constante, avanzó por el resto de sus movimientos. Generaba, para azoro de algunos, dinámicas de mayor intensidad a la necesaria, limitando la belleza de su expresión. Lo que tenía que lograr el susurro, demostraba los ribetes del descuido. El exceso de fuerza pudo ser la causa o la desangelada acústica del lugar. Sin embargo, los aplausos limaron cualquier aspereza, porque Mozart siendo pequeño, es más grande que la suma de sus partes.
Para la conclusión de la experiencia, llegó la primera de las sinfonías de Beethoven, el arcángel compositor. Grandes cantidades de ingeniosidad sirvieron para cuajar su inocencia de niño, que aun a los veinticinco lo seguía siendo, con el uso de lo que una sinfónica es según sus términos. Atreviéndose a ser él mismo, Beethoven usa la fuerza para innovar esquemas, con variaciones de tempo y profusiones sonoras, repatriando alientos y percusiones a la Sinfónica de Yucatán, los que Mozart no necesitó.
Manteniendo sus normas, el segundo movimiento tendría más velocidad de lo que anuncia, provocando el tremendismo que le es natural. Cuando se alcanza el tercer movimiento – un dizque minueto, porque aquello más bien iba a cien por hora – la audiencia permanecía en estado de hipnosis. Así las estipulaciones del dueño del pentagrama. Cambios y arrestos que le distanciaban de Haydn y de Mozart, con quienes posiblemente tendrá puntos tangenciales, pero hasta allá.
Aquella sinfonía, con llegar a su cuarto movimiento, que gira un motivo simple – una escala que termina en risotada – había remediado los efectos eclécticos en la primera mitad del evento. La batería de aplausos por la calidad de la interpretación, debió acompañarse de cohetes, como en las ferias de pueblo, pero es posible que la administración del teatro no lo considerase prudente. Ahí quedaba de nuevo la música del genial Ludwig moviendo sentimientos: lo normal en su legado.
La Sinfónica de Yucatán también se atreve a alternancias que generan extrañezas. Salomónica, por momentos tendrá que darse al que apenas va llegando como al que lleva mucho instalado, viviendo en el arte una cosa cotidiana. Es justo y perfecto dar a César lo de César y adiós, estuvo genial. ¡Bravo!