La gran estafa del punk: una crónica de Ehekatl Hernández

"500 Minutos" (Bola de Papel, 2023), es el más reciente libro de Ehekatl Hernández, el cual se compone de un centenar de textos-canciones que construyen crónicas y ensayos breves, creando una bitácora de experiencias personales. Aquí te dejamos una probadita, ¡súbele el volumen...!

Siempre es burlarse, burlarse, burlarse. Tú eres feliz cuando estoy de rodillas, un día está bien, y al otro es negro. Así que si me quieres lejos bueno, ven y avísame / ¿Debo quedarme o me debo ir? / ¿Debería quedarme o debería irme ahora? / ¿Debería quedarme o debería irme ahora? Si me voy, habrá problemas / y si me quedo será el doble / así que ven y dímelo. Should i stay or should i go, The Clash

1992  

Dice el clásico que «uno no es lo que quiere, sino lo que puede ser» y a los 16 años mi hermano y yo sólo queríamos ser punks, entonces convencimos a un par de inocentes a seguirnos en tal cruzada de conversión: Karlos y el Pacha ambos amigos del CCH, el primero un tipo bien portado y medio nerd que tocaba la guitarra y leía cómics, y el segundo un bajito y raquítico aprendiz de punk que vivía con su abuelo y hablaba ceceando.

Solíamos frecuentar lugares llenos de mohicanos, botas, camisetas ro- tas y rostros furiosos. Nosotros siempre con bajo perfil y tras la barrera, observábamos esa peculiar fiesta brava llena de anarquía y cerveza, donde el buleado siempre solía ser algún desafortunado elegido casi al azar por la manada. Siempre habíamos salido casi invictos desde nuestra posición como desapercibidos observadores, sin meter apenas las manos pero con el orgullo de ser parte de esos hoyos donde el caos y la anarquía inundaban el ambiente.

Hasta que una noche todo fue diferente, quizá nos excedimos un poco en el atuendo o simplemente pecamos de confianza ya que en esa ocasión en nuestro pequeño grupo iban algunas chicas: Cata, la Tía y la Gato, por lo que teníamos que demostrar cierto dominio de la situación. En esa ocasión se nos unió también Yisús, un sujeto un par de años mayor que el resto y de rasgos simiescos que conocí en la parada del autobús y que resultó también ser estudiante del CCH, bajista y fan from hell del punk español, el sello Sub Pop y de los Pixies, además de impulsivo y provocador, y muy probable- mente con algún tipo de desorden mental no diagnosticado.

Esa noche el local empezaba llenarse, y nuestro pequeño grupo en un extremo del lugar, bailaba y canturreaba caguama en mano, la cosa se empezaba a animar y después de varios hitazos hard-core, garage y alguna otra cosa con tintes punkarras, comenzó a sonar Should I Stay or Should I Go de los Clash, que como un toque de guerra siempre indicaba el inicio de las hostilidades, se levantaba la veda de la cacería con el ritual del slam y su acometida de empujones, patadas y puños. Animado y envalentonado para impresionar a mis acompañantes decidí entrar al ruedo, ya había tenido ciertas incursiones, saliendo invicto, todo marchaba en orden, sin embargo sin imaginarlo yo me convertiría en la presa, justo en el momento donde la canción acelera su ritmo, sin ninguna dificultad alguien me hizo caer sobre el pegajoso suelo de cemento y en cuestión de segundos como hienas fuera de sí, una lluvia de suelas y casquillos de botas industriales, cayeron sobre mi endeble y enconchado cuerpo.

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Cada vez que trataba de ponerme en pie algo me hacía caer como una fuerza de gravedad aplastante. Mis amigos trataron de intervenir y auxiliarme, pero apenas entraron al círculo, sus cabezas fueron recibidas por puños que como proyectiles venían de todas partes, mientras que yo desde los suelos solo pensaba en cuánto habría de durar aquello, la música no paraba y parecía avivar más aún la saña de mis atacantes, incluso no dudo que entre la confusión ellos mismos se propinaron sendas patadas también, ya que mi cuerpo hecho un ovillo era real- mente muy poca cosa para tanto zapateo. No sé exactamente cuánto duró el ataque, y ante nuestra evidente desventaja numérica, la única forma en que esto hubo de detenerse, fue en el momento en que las tres chicas que nos acompañaban, se pusieron justo en frente de mi y mis dos colegas ya también caídos, y para nuestra sorpresa funcionó, supongo que en la Cartilla moral y manual de procedimientos del buen punk, está terminantemente penado golpear mujeres (al menos en público) y gracias a su caballeresca ética, (o al escarnio en el que se verían implicados), el zafarrancho se detuvo.

Hasta entonces, los organizadores del local convenientemente aprovecharon el desconcierto de los golpeadores para intervenir, echándonos a nosotros del lugar por «venir a provocar problemas», y entre reclamos y humillación, nos trepamos al vocho que mi padre nos había prestado, y conducimos sin rumbo fijo, mientras tratábamos de asimilar lo sucedido y darle un poco de coherencia a esa situación absurda. Al empezar a hacer conciencia del recuento de los daños, el Pacha sugirió ir a donde su hermana para recibir algunas curaciones, y valorar la gravedad de esos moretones, chichones y cabezas abiertas, y hacia allá nos dirigimos, o al menos eso intentamos porque justo a unas cuadras antes de llegar al destino, un auto patrulla nos marcó el alto por una-revisión-de-rutina-joven bajo pretexto de un reporte de agresiones en una fiesta privada por el rumbo.

500 Minutos fue publicado por Bola de Papel.

Entonces lo primero que se me vino a la mente fue la noche interminable y absurda de la película Los Caifanes sólo que sin romance ni divertidas gamberradas juveniles. Fue entonces que mientras Yisús, quién era bastante hocicón (metáforica y literalmente), empezaba a increpar a los guardias del orden, dos de las chicas, Cata y la Tía intentaban mediar la situación, al tiempo que el Pacha, Karlos y yo, para no despertar sospechas por nuestro lamentable aspecto, salíamos por la puerta lateral del auto casi a gatas hasta la calle siguiente para doblar la esquina y acercarnos a la casa de la hermana enfermera del Pacha, donde por cierto celebraban el bautizo de su sobrino. Desde luego al ver llegar a tres tipos, uno de ellos el tío de la criatura, con pinta de muertos vivientes, los invitados hicieron un silencio casi sepulcral entre el asombro y el susto que le provocaron esas tres cabezas con forma de carne molida, desde luego no fue la escena más linda de la noche para los ahí presentes, sin embargo la hermana del Pacha hábilmente nos jaló hacia un cuarto y nos atendió sin demasiadas preguntas.

Mientras tanto Yisús y las chicas seguían “negociando” a un par de cuadras de ahí con los agentes de tránsito de cuanto iba a ser “la cuota” por conducir sin licencia, no sin antes revisar exhaustivamente hasta el último rincón del desvencijado vocho en busca de armas, drogas o alcohol. Al final todo se “arregló”. Y en menos de una hora y tras llenarnos la cara con pomadas, gasas y grapas, regresamos todos al auto, estuvimos dando vueltas en silencio por algunas calles más de la colonia antes de decidir regresar a casa, al final nos despedimos sin mucho ánimo y aún sin entender bien a bien lo que había sucedido esa noche.

Recuerdo mirarme al espejo apenas llegar a mi casa y ver a alguien o algo, sobrepuesto a lo que debía de ser un rostro conocido, también tenía mucha hambre y fui directamente al refrigerador en busca de algo fresco y sustancioso. Karlos por el contrario se sintió orgulloso de su rostro mientras duraron la hinchazón y los morados, como todo un fracasado pero altivo Rocky Balboa, según me comentó días más tarde. Yisús por su parte se marchó caminando, blasfemando y clamando venganza, mientras que el Pacha decidió quedarse en casa de su hermana a pesar de que ésta no paraba de decirle cosas incomprensibles a regañadientes.

Fue gracias al valor o lástima de las chicas: Cata, la Tía y la Gato, quienes nunca perdieron la cordura, que no acabamos como papilla pegada al mierdoso suelo de ese lugar y también gracias a ellas fue que pudimos entender días después el orden de los acontecimientos y rebobinar el rumbo de tan penosos hechos. Karlos y yo, fuimos los más afectados físicamente y nos di- mos cuenta a la mala que nuestros depósitos de furia, testosterona, violencia y gamberrismo, apenas y contenían algo de eso, ni qué decir de nuestros famélicos cuerpos y nulas habilidades para el arte del puño y la patada. Sin embargo para Yisús y el Pacha esa noche significó el inicio de un largo y abyecto peregrinar para convertirse en “punks respetables”, que lo mismo los llevó a la cárcel, al psiquiátrico, a la indigencia, a mucho alcohol, a mu- chas drogas y por supuesto a muchas madrizas más. La misma canción de los Clash lo sentenciaba: Should I Stay or Should I Go (O me quedo o me voy), y tanto Karlos como yo esa noche decidimos irnos para nunca volver a intentarlo, hay que saber decir no a las batallas perdidas, y nosotros para ser punks de verdad, siempre estuvimos un poco más que perdidos.

EHEKATL HERNÁNDEZ (México, 1975) es diseñador de profesión, y melómano por convicción, ha sido productor y conductor de los podcast Odisea pop y La Aguja en el surco, desmenuzando discos y canciones con guiños hacia la narrativa y la cultura pop. Sus ensayos y artículos han sido publicados en diversos espacios digitales, así como en Adiós Tv y Coronalibro, compendios colaborativos editados por la UAM. Actualmente es miembro del consejo editorial de Bola de papel, y escribe periódicamente el blog el Hilo Negro.

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