Después de su visita a México en 1938, André Breton invitó a Frida Kahlo a exponer en París. La muestra estaba prevista para la galería de Charles Ratton aunque, finalmente, se exhibió en la galería Renou et Colle con el título Mexique, del 10 al 25 de marzo 1939. Para entonces Frida Kahlo ya se había desplazado hasta la capital francesa para asistir al evento cuya inauguración se había pensado inicialmente para mucho antes.
Como Jaime Moreno Villareal lo ha presentado amenamente en su libro Frida Kahlo en París, 1939 la experiencia estuvo lejos de complacer a la pintora mexicana, en particular porque, en principio, la exposición organizada por Breton le estaría dedicada exclusivamente, cuando al final tuvo que compartir sala, no sólo con Manuel Álvarez Bravo, cuya fotografía Muchacha viendo pájaros (1931) fue escogida para ilustrar la portada del catálogo, sino también con cantidad de objetos “populares”, así como con piezas de arte prehispánico.
Cabe decir, en defensa de Breton, que los surrealistas ya tenían por costumbre en sus exposiciones exponer obras de arte contemporáneas con piezas provenientes de África, América y Oceanía. Sea como fuere, más allá de insistir en el disgusto que le causó la organización de la
exposición en cuestión, que le pareció deficiente, es interesante analizar el texto que Breton escribió para ella en 1938 y que incluyó en el catálogo de la muestra de París.
Este famoso escrito, que lleva por título Frida Kahlo de Rivera, y que fuera posteriormente añadido por Breton al texto de Le surréalisme et la peinture, en su edición de 1945, quedó como uno de los más importantes testimonios de la visita de Breton a México, junto con el Manifiesto para un arte revolucionario independiente, Recuerdo de México, y Visita a León Trotsky. Sin embargo, su importancia capital estriba probablemente, en que, allende su apología personal de Frida Kahlo, Breton parece también estar defendiendo, a través del ejemplo de su obra, la idea del papel que para él debía tener el arte en general.
En efecto, desde el primer párrafo de su texto, Breton declara que, si para él existían múltiples motivos que hacían de México una tierra excepcional, el encuentro con Frida Kahlo y el contacto con su pintura le habían confirmado que en este país era posible encontrar una “concepción del arte como debe de ser en nuestra época”, es decir “una concepción que sacrifica deliberadamente el modelo exterior al modelo interior”.
Después de comparar a Frida Kahlo, no con una suerte de “femme enfant” -como a veces se argumenta-, sino a las grandes figuras femeninas del romanticismo alemán Bettina Brentano y Carolina Schlegel, Breton declara que “Frida Kahlo de Rivera está situada preciosamente en ese punto de intersección de la línea política (filosófica) y de la línea artística a partir del cual anhelamos que se unifiquen en una misma consciencia revolucionaria sin que por ello se vean arrastrados a confundirse los móviles de esencias que los recorren”.
Esta necesidad de unificar el papel revolucionario del arte, pero sin confundir la esencia de la actividad política con la de la actividad artística responde directamente a las ideas defendidas por Breton en el Manifiesto para un arte revolucionario independiente. Por ello se puede considerar que una de las motivaciones de la apología de Frida Kahlo por Breton era hacer de ella y de su pintura una figura de proa en su determinación de promover el “modelo interior” en oposición a los imperativos del realismo socialista, aunque también a la concepción “burguesa” del arte por el arte, igualmente condenada por Breton en este último manifiesto.
En todo caso, es en parte en ello que Breton ve en la pintura de Kahlo una afinidad con el surrealismo y no debido a un vago parentesco “estilístico” (como si el surrealismo pudiese considerarse como un “estilo”) tal como a veces se entiende. Vale la pena recordarlo en este centenario (1924-2024) de la publicación del Primer manifiesto del surrealismo.