Barber, Grieg y Dvořák causan emoción en la OSY

“… porque es con la verdad, como con otras virtudes que, cuando no se ponen límites, pueden perder su nombre de virtud”. Ludvig Holberg

Los designios de Barber y Grieg redujeron la complexión de la Sinfónica de Yucatán a una encantadora orquesta de cámara. El noveno programa de la agonizante temporada treinta y seis estaba constituido, en su primera mitad, por el dramático “Adagio” de Samuel Barber, además de la suite “Holberg” de Edvard Grieg. Descartando las infamias técnicas para quienes estuvimos allí, pero a la distancia, la emotividad se adueñó paulatinamente del escenario, luego de los accidentados primeros compases. De la nada, aquellos acordes comenzaron a formarse a trazos grandes, como pinceladas tímidas que fueran ganando hechura.

Desde el inicio, mantiene su contenido de gravedad y patetismo, necesitado de equilibrio sigiloso respecto a la velocidad. Nada tan serio puede decirse con ligereza y, a momentos, la acentuación merecía darse con menor rapidez. La batuta conminaba énfasis y energía que, finalmente, fueron alcanzados, dando la profundidad que exige el compositor. En su desarrollo, la interpretación tomaba de la solapa a quienes estábamos atentos, para llevarnos a la zona más alta en las escalas, hacia un canto agudo, climático, que resuelve en cavilaciones de intensidad cada vez menor. La orquesta hizo una versión de buena densidad; habría sido feliz, sin embargo, con refuerzos de la cuerda grave y mediana, considerando que toda construcción fortifica su cimiento, en el camino a las alturas.

Intensa la obra, la ejecución y también los aplausos. Así franquearon el ánimo para el homenaje de Grieg, encargado para una de las plumas sobresalientes de su natal Noruega, el escritor e historiador Ludvig Holberg, cuya existencia le sitúa coetáneo de J. S. Bach. La obra nacería para el piano -recurso acostumbrado- para luego convertirse al lenguaje de la cuerda. En su constitución, de cinco partes, Grieg estipula un estilo antiguo, un guiño al Barroco que fuera el soundtrack en los tiempos de su homenajeado, adaptando sus particularidades como compositor, endosándole peso romántico con matices nacionalistas.

A partir del “Preludio”, temas como una sarabanda, una gavota, un aire y un rigodón, conformaron el compendio precioso de temas que fueron interpretados con pulcritud. La salvedad, como suele suceder, recae en el “Aire”, por un peligroso pasaje para chelo. Se trata de un intervalo larguísimo, de la mano viajando sobre el diapasón que, a esa velocidad, se vuelve una pirueta hecha de vigor, pero con la más dulce intención. Puede sonar -y así sonó- como un espontáneo hipo que, aunque gracioso, resta en vez de añadir. Todo lo demás, glorioso.

Aquel compendio, la Suite Holberg, además de gratos recuerdos, trae a colación el finísimo sentido que Grieg impuso a su legado, en términos generales. La reacción del público fue jubilosa por la ejecución de tales frases que transportan, no solo a un siglo antepenúltimo sino a un estado de embeleso que se agradece.

Lo transitado en la noche llevó a otra suite: la “Checa”, del portento de Nelahozeves, villa que vio nacer a Antonín Dvořák, en lo que hoy es la República Checa. De nuevo, la sinfónica tuvo a sus familias reunidas. También de cinco partes, la obra lleva el sello inconfundible del compositor, su riqueza melódica. Dvořák se define evocando las danzas de su pueblo -y de otros pueblos conectados a su vida- con que hace admirable su inspiración. Igual que Mozart -accesible al instante- técnicamente significa un desafío poderle interpretar. La orquesta, con su densidad normal, se abría paso en el relato melodioso, con resultados tan afortunados, que era cierto: se había adueñado de la obra, ofreciendo una de las mejores interpretaciones que se pueda esperar de aquel niño bienaventurado, nacido de una aldea para hacerse patrimonio del mundo.

La orquesta ha elegido repertorios grandes en todos los tamaños de interpretación, es decir, con variedad en sus exigencias, de las que ha salido demostrando su calidad. Esta vez y sin invitados, no ha sido la excepción. Modificó sus recursos para devolver al oído la riqueza que pudo quedarse pendiente en temporadas anteriores. Y ha conseguido revivir la admiración de genios de un tiempo cercano o no tanto, que enaltece la cotidianeidad cultural de Yucatán. ¡Bravo!

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