Sobre la gentrificación: un ensayo de Noé Vázquez

Es posible que uno de estos días tu casero toque a tu puerta para discutir un posible ajuste de la renta. Eso significa que esa fuerza exterior desconocida llamada gentrificación ha tocado a tu puerta. ¿Pero qué es la gentrificación, de dónde viene y cuáles son sus causas? Noé Vázquez escribe al respecto...

Una ciudad es una yuxtaposición, un entronque de épocas y momentos, gente que pasa y deja su impronta. Sedimentos de entidades vivas en capas y capas de sustrato. Si hay una deontocronología en los árboles, las ciudades forman anillas, superposiciones y acumulaciones que agregan capa tras capa. La ciudad exterior esconde otra, una soterrada que conocieron nuestros padres y nuestros abuelos. Donde hubo un muro destruido habrá una remodelación, una capa de pintura, un panel de yeso, una placa de cantera, una remodelación. Construimos y destruimos a voluntad, el tiempo y los elementos añadirán su pátina, harán lo propio cada uno a su modo particular.

Cuando uno lee las novelas de Patrick Modiano, vemos el París presente de la narración, pero también, la ciudad oculta que se queda sepultada en la memoria y permanecerá con nosotros como un secreto que nos llevamos. Comercios que ya no existen o que cambian de nombre, librerías de viejo que cerraron, libreros que murieron o se mudaron, viejos libros que hace tiempo dejaron de editarse y autores que ya fueron olvidados. No todo se conserva porque cada época realiza su curaduría, aplica su criba, selecciona y elimina, elige lo que es de valor o equivocadamente, preserva lo mediocre y desdeña lo sublime, lo arriesgado u original. En esa selección entre los escombros, nos queda la memoria, que siempre es falible y abunda en reinvenciones, en interpretaciones. Modiano solo se apropia de una tendencia que siempre ha existido, la añoranza hacia lo que se escapa, a lo que termina por desaparecer de los paisajes tan cambiantes.

Desconozco en qué momento las personas con cierta educación universitaria comenzaron a hablar de gentrificación. Mi diccionario de Word 2007 ni siquiera reconoce la palabra. O quizá el término vino a la par del proceso que nombra. Lo cierto es que tiene una raíz inglesa en la palabra gentry que es terrateniente o aristócrata, y es precisamente la clase aristocrática o la burguesía quien tiene el poder o lo medios de transformar las ciudades, de reencausarlas, de redefinirlas o de resignificarlas a su modo y conveniencia. No niego que los pobladores originarios de determinado espacio tengan también ese poder. Tal vez esa identidad se va conformando de una manera más lenta y orgánica mientras que, el proceso de gentrificación es mucho más forzado, acelerado y extralógico. Es un fenómeno recién venido que no logra entender el espacio que ocupa, y se comporta como un invasor.

La gentrificación transforma un sitio en aquello que Marc Augé denominó “no lugar”, un espacio despersonalizado o carente de identidad. Un sitio hostil para la vida diaria y cuya arquitectura no es amigable con la convivencia, con la solidaridad y el espíritu. A diferencia de los lugares, los “no lugares” no están vinculados a la comunidad y no evocan un sentido de pertenencia geográfica. El ser humano, el poblador, es visto como una entidad transitoria y despersonalizada. Un viajero que va de paso y que no establece vínculos con la tierra o con los espacios. Ejemplos de no lugares hay muchos: todos son asépticos, no poseen una señalética que los asocie con sus dueños o habitantes: estaciones del metro, paradas de autobús, terminales aéreas, cabinas telefónicas, cuartos de hotel. Incluso, existen ciudades construidas de cero en un tiempo récord y que no tuvieron un crecimiento orgánico de acuerdo a sus necesidades desplegadas en su etapa de construcción.

Tal es el caso de la ciudad de Brasilia, en Brasil. Son lugares inhóspitos que pueden carecer de un pasado histórico y que carecen de un significado para la mayoría. Generalmente, estas ciudades invocan la soledad, el aislamiento y la desorientación. Otras ciudades han adquirido su propia identidad con el tiempo. Uno de estos casos es Canberra, que es la capital administrativa de Australia; la otra es Putrajaya en Malasia, la cual fue construida en 1990. Cada ciudad empieza por ser garabato que gradualmente deviene en signo. Y son los habitantes quienes, a la postre, imponen su tradición y su significado, y esas tradiciones cambian con el tiempo. Por ejemplo, alguien que vivió en la década de los cincuenta en la ciudad de México podría no ser capaz de entender la ciudad ahora, le parecería un galimatías abrumador, vertiginoso y carente de humanidad. Y para un habitante actual, esta misma ciudad le va a parecer ajena o extraña en unos cien años. Una ciudad solo es el armazón, el andamiaje o el cimiento de otra que vendrá en el futuro.

La gentrificación nos duele porque supone la pérdida o la transformación de un espacio que consideramos nuestro. Algo de nuestra memoria se queda en las calles que recorremos, algo de nosotros se permanece en aquel árbol, aquella banca del parque, en la tienda de la esquina a la que vamos siempre. Pero también, los vínculos que establecemos con las personas a nuestro alrededor, con quienes se crea un tejido social, una red formada por saludos, por complicidades. Los procesos de gentrificación vienen a desgarrar ese tejido, a quebrar un orden y una identidad a la que tenemos mucho apego.

Gentrificar supone el cese del control de los espacios de las personas locales. La rendición del control hacia entidades ajenas a la comunidad. Pueden ser corporaciones transnacionales, instituciones financieras, compañías inmobiliarias dedicadas al blanqueo de dinero; incluso, directamente organizaciones del crimen organizado. David Harvey, en su libro Ciudades rebeldes, nos advierte sobre la necesidad de defender nuestras ciudades de este tipo de despojos. Para Harvey, la ciudad debe ser un espacio privilegiado para ejercer la actividad pública, promover los cambios sociales, gestar las revoluciones y la participación de la población. La especulación inmobiliaria, la gentrificación o el reordenamiento pueden llegar a crear espacios impersonales o asépticos, desprovistos de identidad y de cultura.

Este proceso de transformación, de reordenación, de urbanización o de remodelación incide sobre el carácter del barrio o la ciudad. De repente surgen cambios que no pasan desapercibidos. Notas que algunos comercios empiezan a adquirir sillas o sillones del tipo Acapulco, siendo que tú apenas los conocías por haberlos visto en alguna película mexicana de los sesenta. Pero se nota algo en el ambiente. Es verdad que de un día para otro puedes ver en la calle personas vestidas al estilo hippie, aunque podría tratarse de algunas visitas de tu vecino que tiene familiares en Morelos. Pero, ver extranjeros hablando inglés sentados en algún café puede causar una sensación de extrañeza y disparar las alarmas.

Otra señal ominosa puede ser el auge del modo de renta Airbnb. La gente está adquiriendo propiedades para explotar este modelo de negocio y muchas veces esto contribuye al aumento de la renta. Algo que puede prestarse a sospecha es que, siendo tu barrio un lugar con pocos comercios ya afianzados desde hace varias décadas, de repente se llena de cafeterías o restaurantes. De súbito, esa casa abandonada vende café orgánico y bocadillos gluten free junto con un menú muchas veces confuso o difícil de entender; aquel viejo edificio ahora es un hotel boutique de un consorcio internacional y se convierte en un lugar de moda para veraneantes, gente que hace trabajo desde casa, inmigrantes con alto poder adquisitivo. Signo de los nuevos tiempos, entonces, que nos agarra por sorpresa porque en algún punto de nuestro destino tuvimos que aprender la diferencia entre la leche descremada, deslactosada, de soya, de almendra, de arroz, orgánica y otras tantas para así poder ordenar a tono en un Starbucks. O bien, lo que antes era una sencilla operación de pedir un café americano se volvió una confusión de procesos como pour over, cold brew, drip coffee, turkish o latte.

Las tribus gentrificadoras traen sus propios códigos al momento de beber una taza de café. Los procesos se hacen más orientados, sofisticados, enfocados a cierto público y, por tanto, se hacen más caros. Otra señal gentrificadora es la apertura de barberías por todas partes. Ser hipster está de moda, llevar una barba cuidada se convierte en un must. Otra característica es la apropiación cultural y esto es muy notorio en el ámbito de la gastronomía. La gentrificación se adueña de los platillos típicos o tradicionales de determinada zona y los convierte en tendencias de alta cocina a través de una interpretación tanto gourmet —alta calidad, cocción precisa, presentación elegante— como a nivel de fusión —somos testigos de hibridaciones como el licuado de chile relleno y la espuma de chapulín, entre otros ejemplos—. Se resignifica cualquier tradición culinaria para agregarle una capa de hype, de interpretación hacia lo cool y un barniz de tradicionalismo bastardo junto con la defensa hipócrita de los pueblos originarios. Lo que para muchos es cotidiano, como una simple tlayuda con sal o un tamal de frijol, se convierte en un objeto de comercialización y lo despoja de sus elementos autóctonos y tradicionales para prostituirlo y comercializarlo.

Estos procesos de remodelación y reinterpretación de la vida urbana y rural —la existencia de los pueblos mágicos es un ejemplo— tienen una motivación perversa: atraer gente con alto poder adquisitivo a la zona, lo cual provocará el desplazamiento de los pobladores naturales hacia las periferias, donde las condiciones de vida son peores, pero el costo de vida es mucho menor. Se crea una burbuja inflacionaria que dispara los precios y segrega a la población. Así las cosas, Don Chano y Doña Trini, tus vecinos de toda la vida, de buenas a primeras se estarán mudando a Ciudad Neza o Iztapalapa porque ya no les alcanza para vivir en la colonia Roma. Hay prioridades, claro, y ese espacio tan querido y entrañable ya fue adquirido por alguien más. Ahora bien, es posible que uno de estos días tu casero toque a tu puerta para discutir un posible ajuste de la renta. Eso significa que esa fuerza exterior desconocida llamada gentrificación ha tocado a tu puerta.

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