“Nostalgia: Esa ensoñada ineptitud para resistirse al gancho de una vida que se nos ha ido quién sabe cuándo, quién sabe cómo y quién sabe a dónde”. Xavier Velasco.
Hace unos días Los Hombres G y Los Enanitos Verdes anunciaron el inicio de una gira conjunta por México. En la presentación de su tour –según reportaron varios medios– David Summers y Marciano Cantero prometieron hacer una reinterpretación de sus mejores canciones. Las dos agrupaciones hacen una apuesta por llenar el escenario de fanáticos que hace más dos décadas disfrutaron de los españoles y los argentinos cuando formaban de aquel movimiento comercial –que fue inteligentemente disfrazado de cultural– denominado Rock en Tu Idioma y que se presentó como el “despertar del rock en español en México”. No se trata del único caso en el que agrupaciones o artistas surgidos en los años ochenta o noventa anuncian una gira mexicana con el objetivo de revivir con éxito viejas glorias.
Si hacemos un repaso a los principales conciertos que se están ofreciendo en todo el país nos vamos a encontrar con grupos y cantantes que surgieron hace dos o tres décadas y que hoy le apuestan a la nostalgia para vender boletos, aunque tengan que generar giras conjuntas conscientes de que por sí solos ya no tienen la capacidad para llenar grandes auditorios que les generen ganancias y hagan rentables sus presentaciones. Hombres G y Enanitos Verdes lo único que hacen es seguir una tendencia que viene arrastrando a la industria de la música en nuestro país. Ahí tenemos varios casos…
Están Emmanuel y Mijares que desde hace años están embarcados en un proyecto conjunto como un método seguro de supervivencia musical. Miguel Bosé, un artista que siempre estuvo a la vanguardia en el pop comercial y que no ha podido realizar desde hace varios años un disco inédito exitoso y que vive de sus glorias pasadas a través de producciones como Papito o su reciente Unplugged para MTV. Sabo Romo, que se ha subido al tren de la nostalgia musical al rescatar al “movimiento” Rock En Tu Idioma y relanzar “sinfónicamente” temas que fueron pegajosos en su momento pero que difícilmente resisten al paso del tiempo. Los ex Timbiriche: Sasha, Benny y Diego cuyo éxito reciente no solamente está sustentado en el reciclaje de sus canciones infantiles y adolescentes, sino también en el de otros intérpretes.
No hay que olvidar los lamentables casos de grupos coreográficos como OV7, Kabah, Jeans, Magneto y Mercurio quienes también desde hace ya varios años realizan presentaciones conjuntas en las que siguen demostrando que son pésimos cantantes y regulares bailarines. Por cierto, los OV7 y las Jeans no han parado ahí y ahora han lanzado otro proyecto de presentaciones titulado “90’s Pop tour” en el que además sacan del olvido a gente que merecía quedarse en el mismo como Litzy o The Sacados. Mirar las principales carteleras de conciertos en México es mirar lo estancada que se encuentra la industria de la música nacional. Lo que más vende en estos días parece venir directamente del baúl de los recuerdos de Raúl Velasco. Pero lo que hoy se nos presenta como algo que rescata lo mejor de nuestra nostalgia, en realidad es la radiografía de una generación que se quedó anclada en cuanto a su capacidad para crecer en términos de gustos musicales.
Hace unos días, Hugo García Michel la describía perfectamente en su columna musical en Milenio: la generación Timbirruca, es decir “gente que hoy anda entre los 30 y los 50 años. Personas que fueron plenamente formadas por la televisión mexicana en su etapa más siniestra, autoritaria y paternalista, aquella de los años 70, 80 y 90, cuando el PRI era amo y señor de la política y la actual Televisa, sin competencia a la vista, moldeaba con absoluta impunidad y sin contrapeso alguno la mentalidad de las masas”.
Lo que hoy vemos es precisamente una consecuencia de aquellos años y se refleja –como bien apuntaba García Michel- no sólo en la bajísima calidad de la música que se escucha actualmente en los medios masivos de comunicación, sino también en la proliferación de estas giras que están destinadas a un público que nunca pudo superar aquellos oscuros años para la música nacional y que hoy goza del poder adquisitivo para mantenerla a través de las presentaciones en vivo de artistas del pasado que luchan por permanecer vigentes con sus antiguos éxitos “renovados”.
El panorama es triste, porque es triste mirar a toda una de generación de mexicanos que nunca supo evolucionar musicalmente. Artistas y público que nunca se desarrollaron conjuntamente; los primeros, incapaces de continuar con una producción que les llevara a generar nuevos éxitos (lo que puede atribuirse a una falta de talento y creatividad, al hecho de ser artistas de plástico moldeados por el productor en turno) y los segundos, completamente desinteresados en formarse gustos musicales que vayan más allá de lo que alguna vez escucharon en Siempre en Domingo, y si lo hacen siguen esa misma línea que todavía lanza a alguno que otro artista nuevo que resulta ser en un digno heredero de la inocuidad producida en los años en los que nos hacían creer que el Festival Acapulco era un evento de renombre internacional.
Se trata de una zona de confort que, de proyectarse a otros aspectos de la vida, puede explicar muchas de las realidades de la cotidianidad nacional. Muchos somos miembros de una generación que sigue prefiriendo a lo malo porque es conocido y nos negamos a cosas buenas porque simplemente no nos interesa conocerlas o experimentarlas. Nuestro gusto está tan moldeado por lo “nostálgico” que somos incapaces o carecemos del interés de experimentar, de buscar, de escuchar nuevas propuestas, de trascender en términos de gustos musicales y, por ende, de ampliar nuestro horizonte cultural.
El asunto puede parecer como algo meramente anecdótico o sin importancia, pero realmente es preocupante para la industria musical mexicana. Si lo más rentable es el reciclaje de una de las peores épocas de la música en nuestro país, ¿qué oportunidades tienen las nuevas propuestas de ser rentables no solamente en el presente sino en el futuro? El rock, por ejemplo, está prácticamente ausente de la radio mexicana (copada casi en su totalidad por lo nostálgico y lo espantoso, que es lo “grupero”) por lo que las bandas independientes navegan en foros alternos y con muy pocas posibilidades de cimentar una carrera que les permita vivir de hacer música en un contexto de libertad creativa.
La industria musical mexicana es hoy una ramificación muy peligrosa de la industria de la nostalgia. Es difícil pensar lo que sucederá en el futuro. No me atrevo a pensar qué es lo que ocurrirá cuando esta generación pase, pero es previsible que exista un gran vacío y un gran retraso entre lo que se estará produciendo y vendiendo en México y lo que se esté haciendo en otras latitudes. Un vacío que es muy probable que nadie pueda llenar porque no existirá ni la capacidad, ni mucho menos el interés económico para hacerlo por parte de una industria que agota sus últimos recursos reciclando a cartuchos que hace mucho tiempo debieron ser quemados.