En el bestiario de los bibliófilos y lectores, como en cualquier pasión amorosa, existen distintos grados de fidelidad. Esto tal vez sorprenda al neófito, pero no a los que estamos acostumbrados a estas lides de leer por placer. El tipo más común, es el lector monógamo, que como en la tradición judeocristiana, se compromete a leer sólo un libro a la vez hasta terminarlo. Lo cual no está mal, es perfectamente respetable y depende de los valores subjetivos de cada quien.
Pero no podemos soslayar que también existen los lectores polígamos, que como en las religiones hinduistas y mormonas, se relacionan con varios libros a la vez. Esto, aunque para algunos podría ser criticable, no está exento de cierto pragmatismo y comodidad. El lector polígamo es aquel que lee de manera simultánea varios ejemplares. Uno por la mañana tal vez, otro por la tarde y otro en la noche.
Y es que la rapidez de la vida contemporánea muchas veces así lo exige. Hay libros que, por lo general, dado su tamaño o su complejidad, son preferibles de leer en la solariega paz del hogar, tal es el caso de las novelas o ensayos. Otros, por su cualidad compacta y fragmentaria, son susceptibles de llevar a cualquier lugar, ya sea para leer en el transporte público, las oficinas o los baños (sí, el lector empedernido suele tener un libro junto al excusado).
Los libros de cuento o poesía son perfectos para este propósito, ya que su lectura rápida y breve permite una abstracción literaria no tan profunda, ideal para que uno no pierda la parada del autobús o el metro, además de que pueden leerse incluso estando de pie y en movimiento. Su cualidad fragmentaria también exime al lector de baño de terminar con entumecimiento de las piernas y sus sagradas posaderas.
Sin embargo, no se debe confundir al lector polígamo con el lector promiscuo, esa deleznable especie que lee por leer, tomando cualquier libro que se cruce en su camino. No, el polígamo tiene un férreo compromiso con los tres o cuatro libros que se encuentre leyendo de manera paralela, sin mezclar nunca tramas ni personajes entre sí, mientras que el promiscuo no sabe ni qué lee ni con qué libro amanece, pues su actividad es tanta que a la primera se aburre y cambia de lectura sin importar el género. Estas inmorales criaturas rara vez terminan un ejemplar: ¡vaya que se divierten!