Una reseña del libro “Ponche de ácido lisérgico” (The Electric Kool-Aid Acid Test).
Este 2018 murió Tom Wolfe, uno de los más importantes escritores anglosajones del siglo XX, gran novelista y figura señera en el movimiento del nuevo periodismo estadounidense. Curiosamente, este mismo año se cumplen cinco décadas de la publicación de una de sus obras más sobresalientes, The Electric Kool-Aid Acid Test. Publicada en 1968, annus mirabilis, es el testimonio esencial del movimiento psicodélico que marcó la década de 1960, el encabezado por Ken Kesey y los Merry Pranksters. Honremos la memoria de Tom Wolfe (aquí puedes leer más sobre él), celebrando el quincuagésimo aniversario de un libro que hizo historia.
Lo primero que uno encuentra al leer este libro es lo difícil que es de clasificar. Estamos acostumbrados a dividir la prosa tajante y claramente entre la no ficción y la ficción. En la primera categoría caben los reportajes o las memorias, y en la segunda tenemos las novelas. Incluso una novela basada en hechos reales sigue siendo una novela y, por tanto, un ejercicio de ficción. Tom Wolfe era un periodista y alguien que se le aproximara por primera vez esperaría encontrar un reportaje con el formato familiar de los periódicos y las revistas. No es así.
Como explica Tom Wolfe en una nota, su intención no era solamente reportar los hechos protagonizados por los Pranksters, sino recrear la atmósfera mental y la realidad subjetiva de ello. En sus palabras, comprender la aventura no sería posible de otra forma. Y tiene razón, porque la experiencia psicodélica no es una que pueda describirse como un simple recuento de acciones. Entonces Wolfe rompe con los esquemas narrativos preexistentes y nos da un libro que es una experiencia en sí mismo. Echa mano de todos los recursos: diálogos, descripciones, monólogos internos; incluso intercala versos con la prosa, o convierte la prosa en verso, y juega con la tipografía.
¿Reportaje? ¿Novela? The Village Voice llegó a llamar al libro “novela de no ficción”, producto emblemático de una década que se caracterizó por romper paradigmas en el arte, el pensamiento y el modo de vivir. ¿Cuál puede ser el tema de un libro tan vanguardista en sí? Ni más ni menos que la historia de Ken Kesey, figura icónica de la contracultura sesentera, quien popularizó el uso del LSD y definió el estilo de vida de los que llegarían a ser llamados hippies.
De orígenes humildes y campiranos, Kesey siempre tuvo algunas características sobresalientes: su gran inteligencia, su indomable vitalidad y su irresistible carisma. Era un hombre corpulento, alto y musculoso, acostumbrado a la vida en el campo y a la actividad al aire libre. Parecía más un leñador que un literato, siempre distinto a los intelectuales de clase media a los que trató en sus años de universitario. Promesa literaria que sacudió al medio con su novela One Flew Over the Cuckoo’s Nest (hecho famoso por la estupenda adaptación cinematográfica de Milos Forman con Jack Nicholson), conoció el LSD por casualidad, al ofrecerse voluntario para experimentos psicológicos auspiciados por el gobierno.
Después de una segunda novela, abandonó la literatura por muchas décadas; la experiencia con el LSD fue para él abrir una puerta que ya nunca se cerraría. El oficio literario le pareció demasiado pequeño para expresar la realidad que había vislumbrado en sus viajes de ácido, por lo que decidió hacer de su vida, y las de quienes lo rodeaban, la realización de sus nuevos ideales. Adquirió una casa en La Honda, California, a donde se mudó con su esposa e hijos y algunos amigos.
Kesey y su pandilla adoptaron el nombre de Merry Pranksters, los alegres bromistas, y vivían de forma comunal en su casa, rodeada de bosques que pronto fueron cubiertos por obras de arte improvisadas, equipos de luz y sonido, y decoración estrambótica. Fue con ellos que nació el estilo de vida hippie, los accesorios que se volvieron una moda, el arte psicodélico y, sobre todo, la reverencia a las drogas alucinógenas, en especial la marihuana y el LSD.
Poco a poco comenzaron a llegar más personajes, entre ellos el legendario Neal Cassady, una de las figuras más importantes de la escena beatnik y hippie a lo largo de dos décadas. Cassady se volvió icónico por la intensidad con la que vivió hasta sus últimos días, siempre arrojándose hacia el límite de la experiencia. Otros personajes incluyen a la bella y alocada Mountain Girl; el veterano de Vietnam Ken Babbs; el artista y matemático Paul Foster, y el técnico Sandy Lehmann-Haupt. Además, estaban los visitantes regulares, como la emblemática banda de rock ácido The Greatful Dead, el poeta Allen Ginsberg, y la banda de motociclistas, los Hell’s Angels.
Kesey proyectaba y realizaba “fantasías”, eventos cuyo propósito era experimentar con vivencias que rompieran los límites de la experiencia. Una de las fantasías más famosas de los Merry Pranksters fue un recorrido de Estados Unidos, de costa a costa, en el famoso autobús escolar Furthur, pintado y tuneado para cubrir las necesidades psicodélicas de los viajeros. Atravesando el país en 1964, los Pranksters sembraron tendencias que llegarían a abarcar todo el país e iniciaron a muchas personas en el uso de los alucinógenos.
Luego vinieron los Acid Tests, que fueron grandes fiestas realizadas en diferentes lugares de la Costa Oeste, en donde los Merry Pranksters distribuyeron LSD a los invitados. Las fiestas debían ser experiencias en sí, por lo que los locales eran llenados con equipos de sonido, proyectores de cine, obras de arte y diversos objetos dispuestos al azar para estimular los sentidos. Algunas de las personalidades más célebres de la sociedad y espectáculo asistieron a estos eventos, que convirtieron a California en el epicentro del movimiento hippie.
La filosofía de Kesey es nebulosa y bastante difusa. Su rechazo a las reglas de una sociedad represiva y su afán por romper con los límites y tabúes están más claros que aquello que sí quería promover. Fuera de la máxima de “ir más allá” y de absorber la experiencia vital con todo, Kesey parecía adecuarse más bien a la situación que tener un conjunto de principios fundamentales bien definidos. En una ocasión los Pranksters fueron invitados a un mitin de protesta contra la Guerra de Vietnam, donde ellos hicieron un performance surrealista, tras denunciar que el método del movimiento antibélico estudiantil estaba condenado al fracaso, porque ellos mismos seguían el juego político de los poderosos.
No todo fue alegría y diversiones. Wolfe nos cuenta algunos aspectos oscuros de los Pranksters y evita romantizar a estos pioneros de la contracultura. En las primeras etapas del viaje del Furthur, una joven tiene un episodio psicótico producto del abuso con LSD, y los Pranksters la abandonan sin problemas en un hospital psiquiátrico. La falta de consideración hacia cualquiera que no estuviera “en onda” era una constante en ese grupillo. Hay también algo siniestro en la figura de Kesey. Su irresistible carisma también le permitía ser manipulador e incluso autoritario, pues es claro que, a pesar de los ideales anárquicos de los Pranksters, Kesey era un monarca absoluto, con Mountain Girl y Babbs como sus lugartenientes.
Un aspecto del relato de Wolfe que me causó suma incomodidad es la absoluta invisibilización de Faye, su esposa. Nunca se le da una voz en la narración; ella aparece mencionada siempre como un elemento de fondo, cuidando a los niños y atendiendo el hogar mientras Kesey se alzaba como profeta. Parece ser que ella siempre estuvo de acuerdo con todo el experimento, incluso con la relación de Kesey con Mountain Girl, que resultó en el nacimiento de una niña. Kesey y Faye siguieron casados hasta la muerte de él, y siempre lo apoyó. Pero nada de eso se desprende del libro de Wolfe.
Como sea, la obra es espectacular, alucinante. No sólo me permitió conocer más a fondo la contracultura sesentera, sino que de hecho planteó en mí numerosas reflexiones e inquietudes. Aquí me permito poner algunas líneas a título personal: el brío y la vitalidad de los Pranksters me provoca una gran envidia existencial. Siendo por naturaleza introvertido, y habiendo tenido una vida más bien hogareña y familiar, toda esa intensidad me parece inalcanzable, e irremediablemente me deja con la sensación de no haber vivido lo suficiente.
Estos párrafos lo dicen tal cual:
“Los intelectuales siempre han tenido la sensación de que no pueden asir la vida real. La vida real pertenece a esos negros funky y boxeadores y toreros y trabajadores de los muelles y recogedores de uvas y espaldas mojadas. Nostalgie de la boue. Bien, pues los Hell’s Angels eran la vida real. No podía volverse más real que eso, y Kesey lo había conseguido. Gente empezó a llegar de San Francisco y Los Ángeles a La Honda más que nunca. Era como un atractivo turístico intelectual.”
Y también:
“Ellos están hablando acerca de –¿cómo describirlo? – acerca de… la vida, cosas que están pasando por ahí, cosas que están haciendo –o acerca de cosas de una naturaleza tan abstracta y metafórica que él tampoco puede aprehenderlas. Entonces él se da cuenta de que lo que realmente les interesa no son ningunas de las divisas intelectuales que conforman las conversaciones de moda en L.A., los temas, libros, películas, nuevos movimientos políticos estándar… Por años, él y sus amigos no han hablado de otra cosa que de productos intelectuales, ideas, figuraciones, caramelos cerebrales, como sustitutos para la vida; sí. Aquí ni siquiera emplean las palabras intelectuales acostumbradas –mayormente es sólo cosa.”
Después de algunos arrestos por posesión de drogas y una temporada como fugitivo en México (cuyo retrato no es muy halagador), Kesey tuvo que pasar unos meses en prisión a principios de 1966. Tras su salida se mudó a Oregon con su familia, y aunque fue ocasionalmente visitado por los viejos Merry Pranksters, lo cierto era que el movimiento había llegado a su fin. Sin embargo, las semillas que estos alegres bromistas sembraron por los Estados Unidos (y hasta en México), florecieron en la forma de una contracultura que cambió para siempre a la sociedad posmoderna, y cuyas ramificaciones llegan hasta nuestros días. Sin más que añadir, me despido deseándoles amor, paz y mucha psicodelia.