Un análisis de la melodramática psique nacional.
“Los Ricos También Lloran” siempre me ha parecido el mejor título para definir a la telenovela mexicana. Supongo que cuando el productor Valentín Pimstein decidió que el legendario culebrón de los años setenta se presentase en las pantallas de la vieja Televisa con tal rótulo en sus gráficos, sabía perfectamente que solamente con eso iba a despertar el interés de un auditorio que históricamente había sido moldeado en dos aspectos: el melodrama y esa enorme necesidad de saber, que al menos en la ficción, las clases más acomodadas no estaban exentas de padecer de las mismas tragedias del corazón que se presentan en todas las clases sociales de nuestro país.
El triunfo de aquella telenovela marcó un antes y un después en la historia de nuestra pantalla televisiva. Televisa supo que ese era el tipo de narrativas que iban a garantizar el éxito de sus producciones, que podían convertirse en el sello de la televisión mexicana y por eso comenzó a producirlas en serie. México se transformó en un excelente exportador de sufrimiento “a la mexicana” y así el monopolio de la ficción televisiva nacional lo obtuvo el melodrama. A partir de entonces nuestra televisión ha sido incapaz de producir exitosamente algún otro tipo narración. Hemos tenido, por supuesto, algunos intentos en el terreno de la comedia, del thriller policiaco, incluso del terror, pero al final terminamos regresando a lo mismo porque la telenovela es algo que hemos aprendido realmente bien.
Hay que apuntar que una ruptura vino con Argos, la casa productora de Epigmenio Ibarra que con títulos como “Mirada de Mujer”, “Nada Personal”, “Infames” y con esa obra maestra que fue “El Octavo Mandamiento”, trató de introducir otro tipo de elementos temáticos a la telenovela mexicana. Con Argos aparecieron asuntos considerados tabú para la ficción televisiva del país como la situación política, el autoritarismo, la corrupción, la discriminación social, la censura a la prensa y la diversidad sexual entre otros.
Argos Rompió con la frivolidad temática de la telenovela mexicana, pero siempre poniendo a las cuestiones del corazón como una parte fundamental de su narrativa para poder tener éxito en un público que difícilmente aceptaría un producto televisivo nacional si no incluía la vertiente que había consumido por décadas. Tuvieron un éxito bastante importante sobre todo si consideramos que las producciones de Argos no se presentaron a través de las pantallas del Canal de las Estrellas, sino a través de otras televisoras emergentes como lo fueron en su momento Televisión Azteca o Cadena Tres.
Pero a pesar de lo logrado por Argos, la necesidad de los mexicanos de disfrutar a través de sus pantallas el hecho de que “Los Ricos También Lloran”, siempre ha estado ahí. Parecería que en nuestro ADN televisivo llevamos inserto el melodrama, pues nadie está a salvo; incluso los millennials que han sido expuestos a otro tipo de contenidos gracias a la enorme diversidad programática que hoy existe, llevan en sus genes la obsesión por conocer los dramas que transcurren tras las paredes de las casas de Las Lomas o los Country Club. El mejor ejemplo de lo anterior es la serie biográfica de Luis Miguel –qué gran satisfacción es la de poder adentrarse en los “secretos” de un personaje famoso– y, por supuesto, “La Casa de las Flores”, telenovela creada por Manolo Caro para Netflix.
Caro, como lo fue Valentín Pimstein en su momento, es un productor que ha entendido perfectamente el momento que vive el consumidor de ficción mexicano. Sabe que éste no está acostumbrado a contenidos producidos en México que sean complejos. Es decir, Caro ha comprendido que podemos ver otros géneros que vienen de otras latitudes, pero cuando se trata de televisión mexicana nos terminamos apegando a aquello que se hace bien aquí, a lo que consideramos como lo nuestro a pesar de que, tal vez, nos apene reconocerlo.
Aunque también es evidente que no pueden presentarse los mismos temas tal y como se hacían en los tiempos de Soraya Montenegro. Hoy existen otros matices, hay un lenguaje audiovisual más sofisticado y hay actuaciones en tonos más naturales, pero al final de lo que habla es de lo mismo de lo que ha se hablado en cualquier cantidad de telenovelas nacionales: traiciones amorosas, secretos familiares, relaciones rotas y personas desesperadas por alcanzar la satisfacción emocional a través de lo romántico, todo en el contexto de una familia de alta posición económica que se supone que es perfecta y sin problema alguno.
Me parece muy significativo que la telenovela traiga de nuevo a Verónica Castro como protagonista. Hace 39 años, Castro saltaba a la fama internacional al personificar a Mariana Villareal, una muchacha pobre que lograba ascender en la escala social gracias a una serie de factores que suelen aparecer solamente en las telenovelas mexicanas. Como dato curioso, si ustedes revisan algunos de los capítulos de “Los Ricos También Lloran”, van a encontrar que desde entonces Pimstein introducía elementos de comedia en su melodrama, los cuales eran en su mayoría provocados por la tormentosa relación que sostenían en la primera parte del culebrón Villareal y Luis Alberto Salvatierra (interpretado por el recientemente fallecido Rogelio Guerra).
Ahora Castro personifica a Virginia de la Mora en un papel en apariencia diametralmente opuesto a el que la llevó a la fama. Se trata de una mujer que procura cuidar las formas sociales impuestas por el contexto en el que vive y, al mismo tiempo, ansiosa por mantener la unidad de su núcleo familiar, sobre todo una vez que éste comienza desmoronarse a partir de que la amante de su marido se suicida al interior del negocio, una florería. Sin embargo, las coincidencias entre Villareal y De La Mora son más que evidentes, sobre todo a partir de revisar la segunda parte de “Los Ricos También Lloran”, en la que Castro se ha convertido en una matrona millonaria que busca también con desesperación recuperar a los suyos.
Caro utiliza a Castro para “La Casa de las Flores” porque sabe que no solamente es uno de los pilares de la telenovela mexicana, sino porque dentro de su limitado rango actoral ha conseguido desarrollar el ritmo perfecto para el género. La va a rodear de actores jóvenes como Cecilia Suárez –divertidísima como Paulina de la Mora, quizá el personaje más interesante de toda la telenovela- y de otros curtidos en el mundo de la actuación como Arturo Ríos, Verónica Lánger o David Ostrosky, que con su talento ayudan a levantar el nivel interpretativo del melodrama, algo que también es un sello de las telenovelas, pues en ellas suelen encontrarse actores muy talentosos que dan soporte a otros –la gran mayoría- que están ahí por cualquier cantidad de razones entre las que no se encuentra su capacidad actoral.
En resumen, “La Casa de las Flores” condensa perfectamente todos los esquemas de la telenovela mexicana. Tiene guiones sencillísimos, capítulos de relleno en los que no pasa absolutamente nada y giros de la trama que son tan previsibles que terminan siendo enormemente divertidos. Retrata, como siempre lo han hecho nuestros culebrones, a los integrantes de otras clases sociales como elementos disruptivos de esa vida en apariencia perfecta. Es el caso de Renata, la amante del padre de los De La Mora, de Claudio, el hijo de Renata, o incluso de Micaela, la niña que es producto de tal infidelidad y que de alguna manera recompone por momentos a sus medio hermanos millonarios y a su nueva madrastra, sacando a relucir un poco de humanidad de entre sus intrincadas vidas.
No puedo dejar de mencionar al personaje de María José, un transexual interpretado por el actor español Paco León. Siempre será bienvenida la representación de la diversidad sexual en un programa de ficción, sobre todo cuando se hace con mucho respeto y dignidad como se hace en “La Casa de las Flores”. No obstante, no puedo dejar de preguntarme cuál será la razón por la que no se eligió a un actor transexual para interpretar al personaje, sobre todo cuando en el mundo entero existe un movimiento muy importante para que estos personajes sean interpretados por actores y actrices transexuales y no por hombres y mujeres que se visten del sexo opuesto para interpretarlos. Ello también habla de que estamos ante un producto que intenta ser revolucionario pero que, como he insistido a lo largo de este artículo, simplemente reproduce lo que se ha venido haciendo por muchos años en la televisión mexicana.
¿Funciona entonces “La Casa de las Flores”? Claro que sí, y lo hace porque nos remite a muchos otros productos televisivos –y cinematográficos- que le han allanado el camino a la producción de Manolo Caro. Funciona porque aunque nos empeñemos en negarlo, estamos curtidos de melodrama y porque su producción está hecha dentro de los niveles que exige Netflix para sus contenidos. Aún así, no dejo de preguntarme cuándo nuestra televisión será capaz de producir otro tipo de material, otro tipo de ficción.
Si miramos las producciones mexicanas que se han presentando en la revolucionaria plataforma y las comparamos con las de otras latitudes, nos daremos cuenta de que en nuestro país no podemos despegarnos de lo mismo de siempre; que “Club de Cuervos”, “Ingobernable”, “Luis Miguel” o “La Casa de las Flores”, son miradas no tan diferentes a los mismos temas, a los mismos conflictos, a las historias que nos siguen contando eso que nos atrae como moscas a la pantalla; a las historias que nos recuerdan que “Los Ricos También Lloran”, y que por ello nos producen una felicidad que no tiene parangón alguno en nuestra golpeada y sufrida psique televisiva nacional, la cual siempre está dispuesta a deleitarse y a sumergirse en los océanos narrativos que se han formado por años a través de dichas lágrimas.
https://www.youtube.com/watch?v=I-z8-ZEiVw0