Animales nocturnos: venganza y estética cinematográfica

Illustration by Cristiana Couceiro

Entre las producciones cinematográficas más sonadas del 2016 y que recién van cosechando nominaciones y premios en lo que va del año se encuentra “Animales nocturnos”, que lenta y discretamente se ha ido colocando dentro de las preferencias de los cinéfilos más exigentes. La película dirigida por Tom Ford con Amy Adams, Jake Gylleenhaal, Aaron Taylor-Johnson y Michael Shannon, ciertamente es de esos gustos adquiridos mientras se está mirando, dado que la trama de este thriller psicológico no es sencilla.

De entrada, el filme es metanarrativo, lo cual ya se prefigura desde los mismos títulos de inicio. Es decir, cuenta una historia dentro de una historia. Una ficticia y una “real”, donde una acaudalada burguesa dueña de una galería de arte recibe el manuscrito del nuevo libro de su ex esposo, del cual se separó en malos términos. Ella lee la novela al tiempo que su vida aparentemente perfecta se desmorona ante sus ojos. Sin embargo, no puede evitar establecer relación entre las emociones provocadas por lo que está leyendo y la historia sentimental de su propia existencia.

El lenguaje no verbal es parte fundamental del guión, puesto que muchos elementos se dejan a la interpretación del espectador, lo cual se agradece en un mundo donde la gran mayoría de los productos fílmicos se entregan ya procesados para hacerlos digeribles ante la audiencia. Aquí, el director se esfuerza en incorporar imágenes llenas de una hermosa y terrible poesía visual, como puede constatarse tanto en el diseño de producción, vestuario e iluminación.

Los guiños se presentan bajo la forma de obras de arte que rodean a la protagonista, que dan cuenta de la tormenta interior que está experimentando a medida que se suceden las acciones. La fotografía y los primeros planos contemplativos contrastan con las tomas abiertas y el ritmo que la parte literaria conlleva al ser representada en su mente, que de esta manera nos invita a ser parte de su imaginación adentrándonos en la representación que tiene lugar en su sus pensamientos y recuerdos, ambos llenos de claroscuros literales y metafóricos.

Resulta imposible soslayar la cuidada estética manejada en esta película, tanto en los aspectos antes mencionados, como en los encuadres, emplazamientos y la paleta de colores utilizada, en especial cuando se trata de retratar la atmósfera de Susan (Adams). Y es que Tom Ford, antiguo diseñador de modas y director creativo de la casa Gucci, tiene un bagaje visual envidiable. Pertenece a esa nueva camada de directores como Damien Chazelle (La La Land, 2016) o Nicholas Winding Refn (The neon demon, 2015), una estirpe de estetas relativamente nuevos dentro del séptimo arte. Después de todo, este es apenas el segundo trabajo de Ford detrás de la cámara después de “A single man” (2009).

Sin embargo, su talento no radica únicamente en el terreno de lo visual, ya que también es el autor del guión adaptado a partir de “Tres noches” , la novela original de Austin Wright. El cuadro se complementa con las actuaciones, a menudo contenidas y elegantes, sin gran dramatismo a pesar de la crueldad de lo relatado. Luego entonces, no es de sorprender que tenga un final abierto cuyo desenlace es anticlimático, dejándonos amplio espacio para el análisis y sacar conclusiones ante lo que acabamos de ver. En resumen, un filme disfrutable pero incómodo, de esos que no podemos dejar de ver y que nos dejan con más preguntas que respuestas. Justo como en la vida real.

https://www.youtube.com/watch?v=kdWE0ljawrA

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