El cuento y sus orillas: 9no aniversario del taller Hipogeo

En su columna, Mar Gómez escribe acerca de Rosalba Robles Vessi y su reflexión en torno a los límites del cuento, realizada en el marco de las Tertulias Literarias por el 9no aniversario de Hipogeo Taller de Cuento, efectuadas de agosto a septiembre en la Biblioteca Cepeda Peraza.

Para los festejos del noveno aniversario de Hipogeo Taller de Cuento, se programaron nueve tertulias literarias en la biblioteca Manuel Cepeda Peraza, donde por supuesto el protagonista principal es EL CUENTO (así, con mayúsculas).

En Mérida, Yucatán, se sitúa un escenario taller donde convergen más de cuarenta escritores que coquetean con este género de la literatura. Taller conformado por hombres y mujeres mayores de dieciocho años, comunidad heterogénea, de diferentes profesiones y edades que comparten el gusto por la escritura y en concreto por el Cuento. No es un taller de lectura, no es una editorial, ni es una reunión para discutir sobre publicaciones; el tema riguroso es la creación y el tallereo. En los meses de agosto y septiembre se programaron tertulias abiertas al público para festejar un año más de trabajo. En el primer mes se programaron temáticas relacionadas al desafío de la creación, el cuento y sus orillas, decálogos y anti decálogos, lo maravilloso, lo extraordinario y lo fantástico en el cuento.

La escritora que nos ocupa esta ocasión, participó en la segunda tertulia con un ensayo acerca del cuento y sus orillas, es integrante activa de este grupo, quién se describe como yucateca por voluntad desde hace cuarenta y cuatro años, recorriendo los caminos blancos de esta tierra de punta a punta. Ella es la historiadora Rosalba Robles Vessi, formada también con estudios en ciencias políticas, quién nos refiere que la literatura no obstante su buena fama, su legión de practicantes novatos y de exitosos escritores no cuenta con una definición general acerca de las características del cuento, de sus fronteras, límites y formas. Y esto sucede no obstante su larga data y origen que nos traslada posiblemente a la era neolítica cuando se contaban, quizás al caer la noche, las aventuras vividas durante el día y que habían hecho posible sobrevivir un día más.

Rosalba narra de una manera simple, certera y sin rebuscamientos que la cuna del cuento es la oralidad más primigenia, haciendo énfasis en que, según Borges, todos los idiomas que él conocía usan el mismo verbo, o verbos de la misma raíz para el acto de narrar y enumerar; que hay diversos estudios y enfoques acerca de las raíces históricas del cuento que a lo largo de las mesas con que se celebra el noveno aniversario de Hipogeo irán siendo abordados.

En su ensayo nos comparte que se han escrito también cientos, miles de páginas que tratan acerca de las características y orillas del cuento, que si bien enriquecen el dialogo, el análisis y multiplican las escuelas y corrientes, ninguna resulta ganadora si de definiciones definitivas y generalizables se trata.

En su análisis hace hincapié en los autores que argumentan: Qué quién busque desde su inseguridad definiciones precisas que colgarle al cuento, partirá con las manos vacías y que en cambio, quienes perciban la maleabilidad y flexibilidad de sus orillas, quienes trabajen desde sus contornos, sus límites pegajosos, blandos, siempre cambiantes y suaves, no como muros que encierran y asfixian, sino como frontera que deja pasar el arte, la creatividad, la imaginación, la sorpresa y la verosimilitud y, diría Cortázar, quien logre además el efecto intenso de un nocaut, partirá con el corazón rebosante. Señala también que el cuentista trabaja verticalmente, hacia abajo o hacia arriba del espacio literario, pero no acumulativamente, no en suma de tiempo. El cuento no resiste, no acepta los actos de fe de las tesis acerca del mismo, porque ellos lo llevarían a perder su valor.

La escritora, ahora mostrándonos su faceta de ensayista expone para alimentar nuestras dudas, a diferentes autores expertos en el género, desglosando de manera resumida el pensamiento de cada uno de ellos. Inicia con Horacio Quiroga, de quién refiere que nos comparte secretos profesionales para poner en práctica, siempre y cuando mantengamos el espíritu de la creatividad, como es la sugerencia de tomar a los personajes de la mano y llevarlos firmemente hasta el final, o bien, la de coger por sorpresa la atención del lector desde las primeras líneas.

Borges es mencionado en su texto, bajo el argumento de que este autor nos regala consejos que marcan los límites de su propia orilla, como lo es evitar la vanidad, la modestia, la ausencia de pederastia y el suicidio. Es decir, evitar todo y tomarlo todo. De Bioy, explica: en vista de que acepta que no hay reglas, apuesta al buen tino y compara el arte de escribir cuentos con el arte de cocinar. Tener la receta en mano, dice, a nadie le asegura una buena sazón.

En su ensayo refiere que el desplazamiento de reglas generales para escribir un cuento no omite la necesidad del conocimiento y el análisis de la morfología de este, es decir su estructura, motivos, tema, tono, trama, estilo y la lógica de la narración. Porque bien sabemos una narración de hechos no la hace un cuento y sin embargo un cuento es una narración que exige el detalle de sus partes constitutivas y la relación de esas partes entre sí y con el conjunto.

En consonancia con lo anterior, y dando continuidad a su análisis nos explica que Gabriel García Márquez refiere que un cuento es una historia orgánica con principio, desarrollo y fin; o lo que es lo mismo, Introducción, desarrollo y cierre. De Ricardo Piglia: para construir un cuento, prefiere poner el acento en la parte intermedia a diferencia de quienes prefieren finales contundentes. Finales de nocaut.

Por otra parte, respecto a las orillas, argumenta “Han existido momentos en los que se distinguía la novela del cuento de acuerdo con el tiempo requerido para su lectura, siendo, por supuesto, el tiempo mayor para la novela; ésta, además, a diferencia del cuento, puede ser suspendida en su lectura en cualquier momento, por el contrario, el cuento nos exige, de preferencia, una lectura continua en un solo lapso”.

En el cuento hay pocos personajes, el centro, el meollo está en la historia que se cuenta, y afirman los clásicos modernos que en esa historia que se cuenta hay dos historias sustentadas como un iceberg; en la parte visible, apenas la punta que asoma y la parte profunda que sabemos que ahí está, pero no es visible a primera vista.

Y siguiendo con su lista de autores, no puede faltar en sus menciones uno de los mejores cuentistas de todos los tiempos: Edgar Allan Poe, de quien nos recuerda la siguiente apreciación: un cuento es una obra de imaginación que trata de un solo incidente que puede leerse de un tirón, ha de ser original, chispeante y debe tener una unidad de efecto.

Rosalba nos invita a reflexionar con las siguientes interrogantes: ¿acaso podríamos suponer que Borges relata la parte hundida, a través de capas y capas y desde ahí construye no una sino varias historias? Piglia señala que Borges construye perversamente una trama secreta con los materiales de una historia visible. ¿Cómo precisar entonces sus orillas? Cada cuento en Borges contiene su particular y propia orilla.

¿Vale la pena preguntarnos cuándo fue que el cuento se fue configurando a partir de las orillas que hoy más reconocemos en él? Pudo ser cuando a fines del siglo XIX, para alcanzar una divulgación más amplia en revistas y periódicos, se escribían éstos bajo el esquema de 1) Introducción; 2) Presentación de personajes; 3) Lo que ellos hacen y lo que les hacen y 4) desenlace. Los periódicos impusieron en esa época la extensión, un molde. La orilla se ajustó y el autor debía dejar fuera, por tanto, todo lo superfluo e innecesario.

Cierra su ensayo recordando a dos autores más de la literatura cuentística y abordando algunas características a manera de sugerencias:

Edith Wharton todo tema contiene su propia extensión. Y si el tema es bueno, bien podría ser cuento o novela. Para más adelante decir que esto no es una regla válida para todos, sino solo una guía. Benditas diríamos ahora, las orillas maleables, y al gran Chejov, del que menciona que en su opinión es central el argumento: “Que cada uno escriba como pueda y como deba y eso nos recuerda una pauta: se escribe sobre lo que interesa al escritor no a la persona. El cuento es lo que su autor quiera con las siguientes características”:

-Libertad. Libertad para crear. Amplitud de temas y formas No hay un molde general y son sus orillas flexibles las que lo hacen posible.

-Un buen cuento se obtiene desde la perseverancia en la escritura, perseverancia que es más que disciplina

-La literatura y el cuento son una forma de arte, que se multiplica cuando desde una actitud vital se trabaja para tratar que un texto reproduzca una realidad con un profundo aliento interno

-Un cuento se escribe de manera muy personal. Habrá influencias, sin embargo, escribir es un acto íntimo y solitario

-Se escribe sobre la vida, y lo que se escribe cobra vida cuando se cuenta y si el cuento expresa arte, lo hace en tanto reproduce actos de la vida.

– La mente tiene un poder que no descansa y ese movimiento continuo es capaz de crear belleza, pasión y verdad y el cuento puede ser un vehículo para expresarlo.

Finalmente, la cita con los talleristas de Hipogeo Taller de Cuento es todos los martes de seis a nueve en la biblioteca central estatal Manuel Cepeda Peraza, donde los asistentes como Rosalba, se dan la oportunidad de trabajar simultáneamente otros géneros, pero siempre presentes en este espacio con cuentos de creación propia.

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