Efraín Calderón Lara “Charras”: ¡Asesinado por la reacción!

Charras, líder sindical y luchador social, fue asesinado el 14 de febrero de 1974*

“Has muerto, camarada,

en el ardiente amanecer del mundo.

Has muerto cuando apenas

tu mundo, nuestro mundo, amanecía”. 

Octavio Paz

La historia de Yucatán, está plagada de episodios que no precisamente exaltan su memoria. Hechos y sucesos que han obedecido a los más bajos y sucios intereses cuya mano no ha temblado para pagar el precio necesario que sirviera a sus inconfesables fines. La oligarquía yucateca ha manchado con sangre las páginas de nuestra historia, segando vidas fértiles y valiosas, si estas se contraponían a sus intereses, especialmente si estos eran de carácter económico; los defensores de los derechos de los trabajadores, fueron las víctimas propiciatorias más destacadas para imponer sus voluntades mezquinas.

Tres nombres están inscritos en la historia de Yucatán en este rubro. En primerísimo lugar, el “Apóstol Rojo de los Mayas”, Felipe Carrillo Puerto. No mucho tiempo después, la mano asesina cobra otra víctima, otro líder popular cae, Rogerio Chalé. El caso más reciente en el tiempo es el del joven abogado Efraín Calderón Lara, nuestro inolvidable “Charras”. El Charras en el breve tiempo de su actuación pública, tuvo logros de la mayor trascendencia para la clase trabajadora de Yucatán. Nueve sindicatos independientes fueron constituidos bajo su asesoría, los incomparables beneficios de los que goza hasta hoy el personal de la UADY, tienen de alguna manera la mano del Charras. Estas acciones de asesoría jurídica en materia laboral, fueron acumulando el encono de los poderosos que vieron afectados sus intereses y que, al mismo tiempo, firmaron su sentencia de muerte.

Efraín Calderón, era miembro de una familia de profunda entraña “chenera”, apelativo cariñoso con el que se auto designan las familias originarias de los poblados campechanos con el desinencial CHEN, como Dzitbalchén, Bolonchén y desde luego Hopelchén, que es el que ha acaparado el sobrenombre. Lara, Calderón, Solís, Baqueiro, Barrera, son apellidos profundamente cheneros que han gestado una serie de combinaciones familiares muy conocidas en toda la península. Lara Calderón, Calderón Lara, Lara Solís, Lara Barrera, Barrera Baquiero, Lara y Lara, son linajes familiares totalmente identificados con Hopelchén. A una de estas dinastías pertenecía el Charras.

Su madre, Doña Adda Lara viuda de Calderón, fue una mujer profundamente trabajadora. Viuda a una temprana edad, Doña Adda se ve sola en el mundo y con la tremenda tarea de levantar a cuatro hijos, dos mujeres y dos varones. Doña Adda, de dulce carácter, tenía además un temple de acero. No se arredró ente la adversidad, y con su trabajo honrado en la Compañía Mexicana de Aviación, en las oficinas que estaban en el cruce de las calles 58 y 61, supo sacar adelante a su familia. La familia Calderón Lara, vivía en una casa de la calle 53, entre 70 y 72, a la vuelta de lo que conocíamos como “La Sanidad”, hoy Secretaría de Salud del Estado. Efraín, desde chamaco, se hace parte de un grupo de niños que decidieron auto nombrarse como la esquina que da apelativo al rumbo: “La Honradez”. Así que, el buen Charras, fue miembro destacado del grupo de La Honradez.

Llegada mi adolescencia, me hago parte de un grupo de chicas y chicos que vivían por el rumbo comprendido entre las calles 57, hasta la 51, y 66, hasta la 72. Mis condiscípulos eran de la preparatoria de la Modelo, y las niñas del grupo lo eran de dos colegios, el de Anita Medina, y de la María González. El centro de reunión era la casa de las hermanas Ferráez Evia. En este grupo era parte activa Rosaura Calderón Lara, la menor de los hermanos del Charras. Entre Rosaura y yo, se estableció una profunda empatía, al punto de que, la primera vez que puse los pies en una pista de baile en una fiesta, fue con ella; así que, las visitas a la casa de la familia Calderón Lara, se hicieron muy frecuentes. Toda la familia me recibía siempre con la mayor cordialidad. Recuerdo que, muchos sábados por la tarde, llegaba a platicar con Rosaura, y Doña Adda, muy a la costumbre de la época, discretamente, arrimaba su sillón muy cerca de nuestra conversación.

Poco a poco mi presencia en casa de la familia Calderón Lara se fue haciendo familiar. Muy pronto me empiezo a interesar en los proyectos del Charras. La cercanía con Efraín va surgiendo merced algo que se fue haciendo cotidiano; él tenía un problema en la columna vertebral, lo cual le obligaba a usar un chaleco ortopédico de varillas que requería de ser asegurado apretando unos pasadores con una pequeña llave de tuercas. Los sábados por la noche, cuando iba a salir con sus amigos, me decía: “Arielito, ya eres de confianza, pasa a mi cuarto y ayúdame con mi artefacto”, que así le llamaba a su chaleco. En esas cercanías cotidianas me fui adentrando en su manera de pensar, en sus proyectos como profesionista del derecho; me halagó mucho que me hiciera saber la admiración que sentía por mi papá, que era su maestro en la Facultad de Jurisprudencia en Derecho Penal, Oratoria Forense y Medicina Legal.

Me hizo saber su profunda admiración por la figura de Felipe Carrillo Puerto, no sabía Efraín qué tan ligado estaba su destino con el del Mártir del Proletariado Nacional. De su admiración por Carrillo Puerto nacieron muchas de sus ideas que lo acercaron a la clase trabajadora de Yucatán. Mi abuelo y mi padre, fueron socialistas verticales y congruentes y sus ideas fueron determinantes en mi formación ideológica, así que, cuando empecé a platicar con Efraín sus ideas sobre la verdadera función que deberían cumplir los sindicatos con sus agremiados, la empatía se acrecentó entre los dos. Al paso del tiempo la vida nos fue llevando por distintos caminos, mi grupo juvenil de chicas y chicos se fue disolviendo y ya no nos veíamos con misma frecuencia de entonces. La vida me lleva por la brega del magisterio y no vuelvo a tener la oportunidad de conversar con el Charras con la profundidad de antes, si acaso, un rápido saludo en la calle y ya.

El Charras reaparece para mí, en las páginas de los periódicos locales, los conflictos por los sindicatos de trabajadores de la industria del calzado, el de camioneros y sobre todo el de la construcción. Voy siguiendo las noticias con sumo interés. Histórica fue la firma del primer contrato colectivo de trabajo en el ámbito de la Universidad de Yucatán. De pronto, se empieza a difundir la noticia de que el Charras ha sido “levantado” y se desconoce su paradero; dada mi cercanía y afecto por la familia decido ir a la casa familiar para expresar mi solidaridad a Rosaura y a Doña Adda.

Al llegar a la casa, coincido con Silvia Cárdenas Vales, amiga del grupo y compañera de escuela de toda la vida de Rosaura; entramos a la casa y encontramos a Fidel Rodríguez sentado en el suelo y abatido, tiene una manta negra en la cabeza, Fidel nos hace saber que se ha encontrado el cuerpo de Efraín sin vida y torturado. Silvia corre al lado de Rosaura que está inconsolable en su cuarto y yo me quedo en la sala. Se ha ido a buscar al aeropuerto a Doña Adda, que ha ido a México a pedirle a Carlos Sansores Pérez que haga algo para que liberen a su hijo, y está regresando con la esperanza que la promesa del político le ha ofrecido. La llegada y entrada a la casa de Doña Adda fue desgarradora.

A consecuencia del crimen, se desata la lucha más justa que habían peleado las agrupaciones estudiantiles de Yucatán en toda su historia, muy pronto la lucha va tomando otro giro, pues se van incorporando a ella agrupaciones de los más diversos orígenes de la sociedad. El movimiento estudiantil se ha convertido en un levantamiento popular amplio y extenso que hace tambalearse al gobierno del estado encabezado por Carlos Loret de Moda Mediz. Lamentablemente, el movimiento más coherente que encabezó el gremio estudiantil, termina con una derrota y se va disolviendo en el aire.

Las fuerzas de la oligarquía van procurando perder en la memoria colectiva quién fue el Charras. Paso a paso, se va diluyendo su memoria. Al teatro de la UADY, se le había impuesto el nombre de “Efraín Calderón Lara”; un buen día, en silencio, sin levantar el polvo, se le cambia el nombre y se designa como Teatro Felipe Carrillo Puerto, jugada hábil, pues ¿quién se podía oponer a que se le pusiera el nombre del mártir y fundador de la institución?

Es un deber ineludible de todos quienes sabemos cuál fue la trascendencia de la obra del Charras, el de mantener viva su memoria y sus ideales. Luchar porque los derechos de la clase trabajadora sean respetados, y por encima de todo, señalar con índice de fuego a los autores reales de su cobarde asesinato. Los ejecutores materiales del crimen, un par de policías retirados, pagaron con la cárcel su falta. Los autores intelectuales del crimen, permanecen emboscados en la sombra y el anonimato. Ha de llegar el día que, como hizo el Profr. Antonio Betancourt Pérez con los asesinos de Carrillo Puerto, sea dada a conocer la lista de los asesinos reales. Mientras tanto, al recordar la muerte de Efraín Calderón Lara, el Charras, diremos en voz alta: ¡Asesinado por la reacción!

*Palabras pronunciadas por el autor en la sesión “Charras a 45 años” de la Academia Liberal de Profesionistas de Yucatán el domingo 10 de febrero de 2019.

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1 Comments

  1. says: ramiro garza

    Y a la luz de nuestros días siguen con formas similares toda esa mierda de criminales, ya no esos que dios los tenga a fuego lento, si en cambio su nauseabunda parentela…

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