“Nadie puede amar a la naturaleza como yo”. Beethoven
Un trasfondo de sensibilidad fue pauta en el pautado del concierto número seis de la OSY. Tres compositores europeos, de tiempos y contextos diferentes, se fusionaron para el episodio semifinal de la temporada treinta y cinco. Guardando las proporciones, se buscaba llegar al lucimiento sonoro, manteniendo un estado de ánimo de suaves contornos. La Orquesta Sinfónica de Yucatán, con el equipo exclusivamente de casa -prescindiendo de invitados-, esta vez comenzó con la fuerza de la cuerda, amarrando el célebre Adagio de Tomaso Albinoni a la base continua del órgano, dispuesto para la maestra Irina Decheva. Este tema, obligado en las colecciones de cualquier melómano, es una construcción de intensidad gradualmente al alza. En voz baja, esboza una melodía que merece el sitio de privilegio que ha tenido siempre.
Albinoni, a pesar de su vida desahogada, antes que libertino prefería ser un consumado violinista y estudioso de la armonía, con tal de conmover. A favor de la delicadeza, propone lo que llegará a ser el concerto grosso, haciendo que las frases musicales se hallaren equitativas entre solistas y la orquesta que los acompañe. Con ello en mente, cuando se consumía la divulgadísma Segunda Guerra Mundial, Remo Giazotto usó las ideas del genio veneciano para armar un rompecabezas: con otra sonoridad, con instrumentos modernos, mostró lo que pudo heredarse del Barroco. La interpretación, fluyendo con gracia en todos los empalmes, era trabajada con esmero en el violín solista cuando la orquesta le alcanza. Y también mostraba dinamismo, valor agregado que suele ser infrecuente para esta partitura, dejando grata la experiencia de descubrirla más allá de las grabaciones en cualquier formato. El aplauso copioso fue evidencia de cuánto se disfrutó.
El hilo anímico reveló a Mahler. Su famoso Adagietto (adagio pequeño) extraído de su quinta sinfonía, es una sosegada pero emocionante proclama que se abre paso como poesía. Trasciende con el arpa; es entonces que todo gira alrededor de esta. Nadie levanta la voz y no hace falta, porque lo más importante puede decirse a murmullos, contrario al impetuoso -grosero- carácter del compositor, que en realidad esconde un firmamento de matices suaves; impensable en alguien acostumbrado a la frustración, de tanto no hallar a otros que compartan su visión artística. Así, sorprende cómo rebasa la gran sordina que envuelve a la orquesta y relata su necesidad de imaginar usando música.
Del asombro, a la ovación. Muestras, incluso a voces, demostraban el entusiasmo por cómo se iba desarrollando la velada y es que el momento culminante en forma de sinfonía -esta vez completa- estaba por venir. Numerada sexta, como sexta la fecha en la temporada, la inspiración de Beethoven irrumpió como aire puro renovando su mente, en sus indispensables vagabundeos por los campos, alejado de su severa Viena. La “Pastoral”, de forja programática, es afán por recrear lo que le rodeaba, mientras percibía una obra superior a la suya: la naturaleza. Ya los pintores han sabido qué hacer con sus colores; Beethoven la explica con sonidos y silencios, todavía dentro de un tradicionalismo en la intención, pero apoyado en un quinto capítulo, tributando un formato enriquecido.
Las postales atestadas de belleza -sus movimientos- en sus títulos desvelan al niño feliz de llegar al bosque: “Despertar de alegres sentimientos al encontrarse en el campo” y “Escena junto al arroyo”, pasan por cantos de pájaros, embarcan hacia una fiesta campesina y a lo altisonante de una tormenta con relámpagos y miedo. Finaliza con el agradecimiento cantando a la lluvia, en un himno cuya simpleza, a manos de otro, quizá diera un resultado poco consistente; pero, en las del genio de Bonn, se vuelve un proceso cuasi evangelizador.
La meta alcanzada quizá superaba lo proyectado. Queda una fecha para cerrar la temporada. Nadie podría salir insatisfecho. Para esta vez, el espectador novel, fue obsequiado al reconocer la música que salió en alguna película o que debe estar en uno de los discos viejos. Luego, lo excelente de escuchar la transición hacia Beethoven, a través de un adagietto que ahora será un nuevo preferido. Y para el que asiste acostumbradamente, pasear por los bosques junto al genio, comprendiendo las cosas como él las pudo ver, la ocasión valdría como recuerdo de lujo. Los grandes aplausos allí soltados -vaya que sí- fueron todos espontáneos. ¡Bravo…!