Triunfal música clásica en el triple concierto de Beethoven
Salvo por el instantáneo disfrute de su obra, Beethoven no existe en versión fácil. A sabiendas, los maestros Irina Decheva, Iliana Stefanova y Veselin Dechev, armados de piano, violín y chelo respectivamente, salieron al encuentro del coloso de Bonn con respaldo de una magnífica Orquesta Sinfónica de Yucatán, que para esta ocasión, la número seis de su temporada enero–junio 2018, fue dirigida por el maestro español Miguel Ángel Navarro, distinguido huésped cuya aportación, desde cualquier ángulo, ha sido magistral.
Por principio, la orquesta ofreció una dosis de energía y belleza, tal como para cada ocasión estructura sus repertorios. Abriría con magia y para ello, el propio Beethoven era la mejor elección, considerando la continuidad de su presencia minutos después. Surgió así una notable interpretación de la Obertura de “Fidelio”, unigénita ópera del artista, con la que sufriera las desavenencias posteriores a su estreno, a principios del siglo diecinueve. Cosas de los tiempos, cambios en las tendencias y su propia evolución hacia nuevos bríos en el catálogo musical, formaron las variables que en conjunto, dieron al traste con el aplauso que en aquel tiempo debía recibir.
El reconocimiento finalmente sí llegó algunos años después, por intercesión de un libretista genial, Georg Friedrich Treitschke, cuyas aportaciones favorecieron sobre todo al esquema general. Desde luego, llegó también el aplauso de hoy, con su doble valoración artística e histórica. A partir de aquel momento, la escuela alemana da un golpe de timón para redefinir sus formas y sus fondos; atraca en el Romanticismo, para transmutarse en estirpe de nuevos baluartes y de otra configuración en el arte musical. Después de todo, se trataba de Beethoven.
En la interpretación del Concierto para Violín, Violonchelo y Piano Opus 56, nuestros coterráneos búlgaros se enfrentaron a un recio toro. Embravecido en sus lances de eterna belleza, era consecuente al bruñir las facciones del Clasicismo. Beethoven, en el enigma de sus motivos, refleja una dulzura que siempre combinó con los arrojos de un sonido gigantesco con ansias de poderlo escuchar; sin embargo, era el abrazo imposible de la Venus de Milo, debiendo conformarse con percibirlo en sus vibrantes fragores. La conversación entre piano, violín y violonchelo era un gustoso precepto, que cíclico se pronunciaba en los timbres de solistas. La tecla, discreta y acotada entre mezzopiano y mezzoforte, de pronto acompañaba lo dicho por el violín, hacía ecos al chelo y finalmente repetía la gracia derramada en una frase, que idéntica, fuera cantada por sus contrapartes. El director, atando una mano a la orquesta, con ligeros ademanes de la otra refrendaba la minuciosa charla entre solistas.
La presencia de estas dos obras fascinantes trajo incógnitas acerca del balance a continuación, yuxtapuesto mediante Robert Schumann. Al Romanticismo, consecuencia de repertorios como el ya presentado, sobraba potencial para llenar cualquier sala de conciertos. En efecto, así fue. Una orquesta robusta interpretó con admirable integridad la partitura del gran maestro, enfatizando la alegría con que fue concebida. La Sinfonía Núm. 1, Op. 38 “Primavera” tuvo un impacto descomunal y sobresaliente. Sus cuatro movimientos, compendiados de mutuo entendimiento, son reflejo de la inteligencia superior del respetado compositor.
El cierre con el último episodio, Allegro animado y gracioso, llegó deslumbrante y vivaz. En su avance todo terreno, la composición ya había planteado su Andanteinicial, un Larghetto y un Scherzo Muy Vivo. El ademán concluyente de batuta fue lo único que pudo romper el estado de ensoñación que invadía a la audiencia. Vaya un arrebato de gracia y candor y vigor. El director español, tan alegre como la música recién interpretada, recibió el elogio del público y reiteradamente salió a agradecer las consecuencias de su maestría compartida con la orquesta. El balance perfecto de la noche sucedió por la inteligente cohesión entre estilos: el Romanticismo y el Clasicismo sui géneris de Ludwig van Beethoven, gran predecesor, quien jamás dejará de asombrar y de ser preferido en cada oportunidad que se presente. ¡Bravo!
Hace mas de una década que no escuchaba la obertura de Fidelio , y sigo pensando en mi poco conocimiento musical, que es una rara mescolanza de emociones, una montaña rusa que va en diferentes velocidades, pero todas, nos hacen gritar en silencio cuando suben de intensidad las notas…no se si sería la pieza mas adecuada para alguien que sufre de estrés, pero si se que trasmite una energía como de 10 tazas de café, es como calma y tempestad..pero sobre todo, lleva a una meditación agitada que limpia en esos minutos la mente…fue bueno escucharla de nuevo..gracias por recordarme que existe tan majestuosa y pequeña bocanada de aire musical…excelente