Texto leído durante la presentación de “El canto de los grillos”, reeditada por Ediciones Odradek, ocurrida el 21 de junio de 2023 en la sala Adamo Boari del Palacio de Bellas Artes.
El 8 de noviembre de 1986, en el número 474, del Suplemento Sábado del Periódico Unomásuno, apareció un amplio reportaje sobre Juan García Ponce, con motivo de la entrega de fragmentos de la Novela Inmaculada o los Placeres de la Inocencia; una fotografía de Juan, realizada por Héctor García, así como diversas obras de Balthus, ilustran el Suplemento, dirigido por Huberto Batis, memorable editor y amigo entrañable de García Ponce. Se incluye una entrevista realizada a Juan por el escritor Roberto Vallarino, cofrade del círculo íntimo de escritores y artistas que formaron parte de sus tertulias y amistades.
Vallarino le pregunta a Juan en la entrevista; cito: “Es muy frecuente escuchar –y el otro día lo vimos en la Casa del Lago en una mesa redonda sobre tu obra- que dicen con gran facilidad: “Bueno García Ponce siempre ha escrito la misma novela”, García Ponce responde “–Te voy a decir en parte yo tengo la culpa porque pensando un poco en Heidegger, un poco en Klossowski, me he divertido haciendo el plagio de decir: “Uno piensa una sola cosa”. Y es cierto. Lo que pasa es que esa sola cosa en la que yo he pensado es en que quiero ser escritor. ¿Y en qué consiste serlo? Pues en escribir novelas, muchos relatos, muchos ensayos”.
En efecto, desde que apareció publicada la obra de Teatro, El Canto de los Grillos, que fue considerada la mejor obra del concurso convocado para la Feria del Libro de 1956 y editada en 1958 por la Imprenta de la Universidad, ya que fue merecedora del Premio Ciudad de México, entregado por el Presidente de la República Adolfo Ruiz Cortines, parece que Juan ha escrito en torno a la misma idea, que en realidad es la suma de varias: la provincia y su ritmo, el sentir religioso, la doble moral de una sociedad que por una parte, cuida las buenas formas, sabiendo que siempre habrá una rendija para escabullirse de ellas, el erotismo insinuado o explícito, los objetos y el movimiento, también la contradicción de visiones de los personajes entre la ciudad de México y Mérida que se expresan en la obra de teatro, pero que García Ponce va a incorporar posteriormente al mundo de sus novelas, haciendo que tanto los árboles, la ciudad y el amor sean parte recurrente en su obra.
El libro El Canto de los Grillos, edición del poeta y ensayista Alfonso D’Aquino que presentamos, reedita por vez primera esta obra acompañado de un prólogo, correspondencia y fotografías; desde que apareció la primera edición dedicada a Salvador Novo, quien tuvo un papel muy importante en un inicio en la trayectoria de Juan, nunca más se volvió a publicar de forma individual; celebramos, por lo tanto, que debido al interés del Maestro D´ Aquino y los demás colaboradores de esta publicación, también la realización de programas y textos sobre García Ponce que continuamente se publican en su sitio de Facebook, donde destacan los programas en Radio Universidad con la voz del escritor; que acompañado de imágenes nos llevan por una travesía en el tiempo.
Antes de entrar en materia del libro que hoy nos convoca, quisiera detenerme en la figura del poeta Alfonso, quien durante muchos años tuvo su propio taller de poesía en La Casa del Lago, en Chapultepec, donde Juan García Ponce tuvo una destacada participación, cuando los escritores Tomas Segovia y Juan Vicente Melo tuvieron un notable actuar, se realizaban conferencias, exposiciones, de los jóvenes y talentosos artistas que posteriormente serían denominados como la Generación de la Ruptura como Lilia Carrillo, Manuel Felguérez, Francisco Corzas, Fernando García Ponce y Roger von Gunten, por citar algunos; sin duda la influencia de Juan como escritor y difusor de la cultura y el arte, las puestas de teatro dirigidas por Juan José Gurrola, dejaron una impronta en el poeta Alfonso, como en mi caso, la obra de Juan ha permeado en mi vida, por la calidad de su literatura, su visión y crítica de arte; no importa el tiempo cronológico, la buena literatura trasciende el tiempo; la obra El Canto de Los grillos en su edición original, es de difícil adquisición, salvo en algunas bibliotecas puede consultarse, ya que el resto se encuentra en manos de coleccionistas privados; el solo hecho de reeditarla la hará accesible para esta generación y las posteriores.
El libro que hoy presentamos en el Museo del Palacio de Bellas Artes tiene en su portada una maravillosa fotografía, es la casa de Juan García Ponce en Mérida, Yucatán donde vivió; se observan las columnas del portal, un jardín y frondosos árboles, así como una lámpara circular en el techo, con las vigas propias de las construcciones de la época; esta casa y sus personajes son narradas en su Autobiografía Precoz, publicación que realizó en 1966 a invitación de Emmanuel Carballo y que nos invita a imaginar de manera simbólica en una casa típica los sucesos de la obra de Teatro El Canto de Los Grillos.
La fotografía forma parte del archivo familiar de Juan García Ponce que conserva su hija Mercedes García Oteyza, quien junto con Mercedes Oteyza, poseen el legado literario y artístico de Juan y gracias a su generosidad podemos tener acceso a su obra para honrar la memoria de un gran escritor y crítico de arte.
Inicia el libro publicado por Odradek con un prólogo de Ricardo E. Tatto, cuyo título me parece espléndido: El canto de los grillos se vuelve a escuchar, que abre con un epígrafe de Jules Renard: “Mi pueblo es el centro del mundo, porqué el centro del mundo está en todas partes”. Ricardo nos habla de la obra de teatro en el tiempo, aporta datos muy interesantes para comprender el momento histórico, realizando la descripción de la misma, así como del universo literario y artístico en la Ciudad de México, sobre todo, la manera en que la crítica recibió la obra de Juan, las querellas entre los diversos grupos de artistas, directores y escritores de teatro.
Cuando uno revisa las notas de prensa de la época que se mencionan, de inmediato se percata de los grupos claramente diferenciados, que se encontraban en la Universidad, así como las áreas gubernamentales de cultura y los empresarios teatrales. Juan García Ponce, si bien es cierto que publicó originalmente teatro, ganando el premio y prestigio, contra lo que uno pudiera pensar, la crítica de la época no fue unánimemente celebratoria, inclusive fue muy dura; no soy crítico de teatro para poder opinar sobre la trascendencia de la obra El Canto de los Grillos, pero sí aventuro a pensar que Juan quedó en un fuego cruzado entre escritores, funcionarios culturales, actores, directores de teatro y periodistas.
En su novela Pasado Presente (1993), la última que escribió Juan y la preferida de Hernán Lara Zavala, da cuenta de una autobiografía novelada, es decir, escribe sucesos de su vida tanto personal como de la vida cultural y social; cambia los nombres de los personajes, pero son claramente identificables; en esa novela narra profusamente la génesis y desarrollo de la obra de teatro, El Canto de los Grillos que aparece con el nombre de El Girar de las Veletas; si bien es cierto es una novela, también lo es que es una cartografía valiosa de la Ciudad de México, un testimonio emocional de diversos sucesos que formaron parte de esta notable generación.
La obra que Odradek publica, incluye una fotografía de la portada de la primera edición; integrada en tres actos, El Canto de los Grillos, se desarrolla en Mérida e inicia de esta forma: “Un lunes, a fines de octubre. Son aproximadamente las once de la mañana. Hay una calma absoluta. En el pequeño jardín, las hojas de las plantas permanecen inmóviles. Sólo se escucha el lento susurrar de la fuente y el trino de los canarios”.
Particularmente destaco los visos que se aprecian en la obra de Juan, la relación entre tiempo y espacio, las contradicciones que hay entre el papel de una mujer de provincia yucateca y otra de la ciudad de México, como la tía Evenilde solterona, ceñida a la religión, jueza de los actos de la familia, así como la irreverente nana Miguela. Con rasgos indígenas, desafiante y burlona a la condición de la tía anteriormente citada, cariñosa y maternal con Ana; no olvidemos que las nanas eran consideradas de importancia en la familia, ya que en ellas descansaba la crianza de los hijos y vivían pendientes de lo que se requiriera.
En la obra de teatro, destacan los personajes femeninos, el trato indignante que tiene la tía hacia Roberto, marido de Sylvia, que nunca es considerado en las decisiones importantes y, por lo tanto, quiere migrar a la Ciudad de México; el desdén con que la casta divina yucateca veía a todos aquellos que no formaran parte de ella; el imperio de las buenas conciencias que tenían que asistir a misa y, por supuesto, la natural decisión para una mujer que era casarse -en esa época- y consagrarse a las labores que el matrimonio le imponía, salirse de ese canon era completamente censurable. En un dialogo del Primer Acto entre Aida y su hija Ana, le pregunta:
AIDA: pero hijita, ¿tanto te importa Luisito?
ANA: No él en especial: cualquiera ¿No te das cuenta?
Tengo veinticuatro años mamá. ¡Veinticuatro ¡Todas mis amigas se casaron ya ¡Voy a ser una solterona!
AIDA: ¿Que tendría de malo? Tu tía Evenilde nunca se casó y vive muy contenta.
ANA: ¡Nadie que sea una solterona puede vivir contenta ¡. (Pág. 37).
Una de las aportaciones del libro es la sección de Anexos: el primero lo constituye una carta de Luisa Josefina Hernández a Juan García Ponce, publicada en el Suplemento de México en la Cultura periódico Novedades de 6 de octubre de 1957, la dramaturga era una importante figura que escribe su opinión sobre la obra.
Es importante destacar que el suplemento, fundado y dirigido por Fernando Benítez y Vicente Rojo como director artístico, quien llegó a México refugiado del exilio español, que contiene entrevistas de Elena Poniatowska a diversos personajes, los escritos de jóvenes talentosos como Octavio Paz, Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco, Rosario Castellanos, Carlos Monsiváis y el propio Juan García Ponce; así como la crítica de arte para la generación denominada de La Ruptura, donde las obras y exposiciones de Vicente Rojo, Manuel Felguérez, Lilia Carrillo, Arnaldo Coen, Roger von Gunten, Fernando García Ponce, Francisco Corzas y José Luis Cuevas, por citar algunos, es sin duda el suplemento más importante de referencia cultural que por supuesto incluía la voz de los expertos en el teatro.
Luisa Josefina Hernández escribe en la Carta a Juan:
“Es a propósito de La feria distante que hemos visto representada hace pocas semanas en el Teatro del Seguro Social, y que le fue criticada duramente. Al hablar de ella pienso siempre en el texto y no en la puesta en escena y lo haré después de que hayamos recordado juntos sus obras anteriores” y sigue más adelante “A principios de este año me sorprendió El Canto de los grillos. La pasión del dialogo como puro comentario había desaparecido. El coro estaba reducido a dos personajes, justificados porque representan el sentido común de un grupo de seres a quienes en cierto modo les falta. Pero lo que más me gustó fue el enfoque de los problemas y el tema de la obra. Por fin había salido de usted mismo, para ver con ojos de crítico, cuyo mecanismo conoce y unas personas a quienes comprende y juzga”. (pág. 158).
También en el libro se incluyen los escritos de José Luis Ibáñez y de Carlos Valdés publicados en la Revista de la Universidad, quienes realizan una crítica a la obra de teatro; Carlos cierra su texto con la siguiente frase: Se oye el canto de los grillos: un símbolo de la monotonía espiritual de la provincia “. (Pág. 171)
Realizar un recuento de la obra de Juan García Ponce es todavía tarea pendiente, queda por publicar sus obras completas, así como la reedición sobre todo de las obras de teatro que realizó, que con la evolución del pensamiento y sensibilidad en el tiempo va incorporando a sus personajes; pienso y así lo comentamos en algún momento, con mi amigo el poeta y escritor Ángel Cuevas que Juan en su novela La casa en la playa -publicada en mayo de 1966 por la Editorial Joaquín Mortiz, de Don Joaquín Diez-Canedo-, incorpora a un personaje que también viene de la Ciudad de México a pasar unos días en la playa con su amiga y familia yucateca, con el contraste de pensamiento y actuar con quien vive en Mérida: Celia y Martha; evidentemente tiene la novela otra estructura e intención, pero en Juan siempre estuvieron presentes esos mundos entre ambas ciudades, que por supuesto, formaron parte de su biografía .
El libro incluye algunas fotografías, de diversos momentos y desigual claridad en la publicación; hay una de Juan recibiendo el premio de manos del presidente de la República, el veracruzano Adolfo Ruiz Cortines. Recordemos lo que en esa época significaba la investidura presidencial, la época del presidencialismo donde su palabra y presencia era el centro de gravitación de la nación. Juan lo recibe sonriente; esta imagen, sin duda, nos hace pensar en la alegría, pero sobre todo la vocación férrea para consagrar su vida a la literatura y el arte: Gracias por tanto, querido Juan.