Desplazamientos del cuerpo en el arte de Yucatán del siglo XXI
Dentro de las prácticas artísticas que emergieron durante la primera década del siglo XXI en Yucatán, el cuerpo y su desplazamiento, ya sea a escala urbana o global, cobró protagonismo como estrategia para replantear la relación entre el arte y los públicos, aspecto que se asumió no sólo como un gesto disruptivo hacia el sistema del arte imperante en la región, sino que devino en un rasgo de los proyectos desarrollados por generaciones jóvenes que crecían en medio de procesos globalizadores.
Las formas en que el cuerpo irrumpe se dan más allá de la práctica performática en los proyectos que mencionaré, ya que nos centraremos sobre todo en el carácter de medio o conducto a través del cual se crea un quiebre con las formas tradicionales de circulación y legitimación del arte en la escena local. El cuerpo, pues, adquiere una carga política en tanto deviene vehículo para establecer otras rutas de conectividad más allá de canales oficiales y preestablecidos. De igual manera, los proyectos referidos en el presente texto se caracteriza por el interés de parte de los creadores de entrar “en conexión” con otras partes del país y del mundo, así como el establecimiento de acciones colaborativas con artistas de otras latitudes, ejercicios que de una u otra manera terminaron dándose de cuerpo a cuerpo.
A continuación exploraremos someramente tres ejemplos realizados desde Yucatán por artistas jóvenes que se valieron de nuevas tácticas para hacerse visibles, en las cuales el cuerpo en traslación fue parte fundamental de la propia propuesta. Estos son “Performance a domicilio” en 2006, el viaje realizado por el colectivo Combi Collective en el mismo año y las numerosas ediciones del grupo “Fotobuzón” iniciadas en 2008.
El primer caso, Performance a Domicilio, fue un proyecto elaborado por Débora Carnevali (desarrollado para la ciudad de Mérida y la Ciudad de México) que se extendió a lo largo de once meses con la participación, en su mayoría, de artistas jóvenes residentes en Yucatán como Gabriel Quintal, Edgar Canul, Ragel Santana, Omar Rosiles, Rodrigo Quiñones y Omar Góngora. Este consistió en la realización de performances, previa solicitud telefónica, en el lugar y hora en el que el interesado lo demandase; replicando con humor la dinámica con la cual se ordena alimentos.
El catálogo de actos performáticos que podían pedirse, consultable en línea, incluía “covers” de artistas famosos de la historia del performance, como Ana Mendieta, Gilbert & George o Marina Abrahamovic, así como acciones originales de los yucatecos.
Más allá de la referencia a la historia del arte y la reinterpretación del archivo como punto de partida para nuevos proyectos artísticos, Performance a Domicilio hace del recorrido del cuerpo el propio medio a través del cual el arte transita por la ciudad y se enlaza con los públicos de forma directa.
De tal manera, el sistema de ordenamiento de performances implica el abandono de los modos tradicionales y oficiales de exhibición y la creación de una red autónoma de influencia.
Otro caso se llevó a cabo ese mismo año por tres artistas bajo el nombre de Combi Collective, quienes realizaron un viaje desde Yucatán hacia el resto del país en un Volkswagen modelo Combi Caravelle. No sólo llevaron con ellos una exposición de obras de artistas yucatecos que fueron expuestas en catorce estados de la república, sino que, igualmente, a lo largo del trayecto se convirtieron en la senda por la cual otros artistas de otras entidades intercambiaron obras entre sí. Esto sucedía mientras la página electrónica del proyecto refrescaba información y permitía observar la actualización de la ruta del viaje en un mapa.
El grupo, conformado por Robin Canul, Gabriel Cabañas y Jorge Bervera, a medida que avanzaba por el país comenzó a construir una red de tráfico de calcomanías y esténciles entre creadores que solicitaban hacer llegar sus piezas a Chihuahua, Tijuana, Guadalajara, Ciudad de México o Chiapas. La colección remanente en manos de Combi Collective, ahora reunida y enmarcada en una pieza, es testimonio y archivo del intercambio.
El viaje no sólo significó ser un proyecto de conexiones con otras ciudades del país, sino también el posicionamiento simbólico de Mérida como centro, como punto de partida y llegada de un trayecto de intercambio cultural. La presencia del cuerpo y su itinerario por el país devino en el medio franco a través del cual se trazaron nuevas rutas para el arte de jóvenes yucatecos.
Por su parte el colectivo Fotobuzón, integrado principalmente por Luis Payán, José Luis Fajardo, Omar Said, Lizette Abraham, Enrique Osorno, Robin Canul y Pepe Molina, surgió en 2008 como un grupo de fotógrafos yucatecos que también rompieron las formas habituales a favor de una democratización del arte, decidiendo realizar recorridos urbanos basados en el azar, mientras iban depositando sus fotografías en los buzones de las casas y las oficinas. Subyacía en este gesto valorar la imagen como objeto en tiempos en que la virtualidad dominaba ya con fuerza. A lo largo del tiempo el proyecto fue diversificando su forma de distribución y sumando invitados en cada edición que organizaban.
Pronto las derivas urbanas devinieron en intervenciones en el espacio público, eventos artísticos o viajes a otras ciudades del país y el mundo donde se replicaban estas mismas estrategias. El proyecto hasta el momento ha llegado a Brasil, Argentina, Cuba, Chile, Holanda, Republica Checa, Estados Unidos, China, Perú y Ecuador, así como a diferentes ciudades de la república mexicana como Palizada, Xalapa, San Agustín Etla, Saltillo, Coahuila, San Luis Potosí, Sayula y Ciudad de México. Algunos de los fotógrafos invitados al proyecto han sido Pedro Meyer, Lourdes Grobet, Maya Goded, Dulce Pinzón, Fernando Montiel Klint, Adela Goldbard, Ramiro Chávez, Francisco Mata Rosas, entre otros.
En los tres proyectos mencionados prescindir de espacios galerísticos oficiales no sólo fue consecuencia de la dificultad que representaba para los artistas jóvenes acceder a ellos, sino que las propias estrategias aluden al replanteamiento de las conexiones entre arte y públicos. Acciones como la de los grupos mencionados implicaban una crítica indirecta al sistema del arte en el Estado; sobre todo a sus modos de difusión que se encontraban cooptados por artistas legitimados ante las esferas políticas en el poder.
Crear formas de visualización del arte era cuestionar la eficacia y pertinencia de las existentes en tanto generaban con éxito nuevas e interesantes experiencias. En ese mismo sentido otros proyectos anteriormente desarrollados en Yucatán como la revista Alterarte (2001-2017) o el colectivo Deisy Loría (2002-2003) ya habían sentado antecedentes en tanto estrategia disruptiva que buscaba poner en marcha otros formas de interacción.
En muchos de los proyectos de esos años en Yucatán, como en los que hemos mencionado, una de sus características en las nuevas estrategias fue establecer lazos de conectividad con otros lugares y artistas del país y del mundo. Estar vinculados se asumió como ser parte de lo global, pero sobre todo, ser parte del mismo tiempo; es decir, ser contemporáneos.
La noción de compartir información, inquietudes y soluciones afines en el campo del arte resultó en un rasgo de la identidad que se construía, regionalmente, durante aquellos años en los cuales la promesa globalizadora de igualdad en los intercambios culturales entre países aún se parecía tener cierta vigencia. Ser contemporáneo implicaba asimismo establecer relaciones con el exterior y eso significaba, no sólo ser un receptáculo de influencias, sino que entablar un dialogo; es decir, haber generado un canal de intercambio y, muchas veces, de colaboración. Ser contemporáneo era instaurar un diálogo, de ida y vuelta, con el resto del mundo.
*Parte de esta información e imágenes pudo verse en la exposición “Contemporal“, albergada en el Centro Cultural Olimpo en 2016.