Comics Code Authority: censura y declive de la historieta norteamericana

Los años 50 del pasado siglo comenzaron con una paranoia anticomunista en los Estados Unidos cuyas repercusiones no sólo aceleraron la carrera armamentista -con el consabido desarrollo tecnológico que permitió la llegada de la humanidad al espacio y muchas de las comodidades de las que hoy disfrutamos-, también influyeron en la manera en que la cultura se desarrolló. Gracias a la limitación de las libertades y garantías civiles, el senador Joseph McCarthy llevó una serie de acusaciones, muchas de ellas sin fundamento, sobre personas para detener lo que él consideraba una conspiración comunista. La cacería de brujas no tardó en extenderse a productos culturales y sus realizadores, por lo que que el cine, el teatro o la pintura sufrieron baches importantes en su desarrollo, a pesar de ser considerados alta cultura. Productos considerados de desecho, como el cómic, tuvieron una persecución todavía más cruenta, donde no se exagera al decir que estuvieron a punto de desaparecer. Tuvo que ser la autocensura la que salvara a un medio que todavía no alcanzaba su madurez en el país que vio nacer a los superhéroes, su género más popular.

A finales de los años 40, sin una guerra que justificara su propaganda patriotera, el cómic de superhéroes estadunidense se encontraba de capa caída. Muchas de las editoriales se dedicaban a realizar cómic romántico, policíaco o western con el fin de satisfacer a una demografía que había leído superhéroes en su infancia pero que ahora exigía productos para adolescentes y adultos jóvenes. Eran también los inicios de los rebeldes sin causa, donde los sonidos de la música negra -considerados lascivos y perniciosos por la mojigatería blanca- se estaban popularizando entre la juventud de todos los colores y las emociones se encontraban a flor de piel. En este ambiente, el avezado hijo de un editor de cómics educativos y religiosos decidió que la juventud necesitaba cómics tan atrevidos como la música que estaban escuchando. William Gaines tomó las riendas de la empresa fundada por su padre Maxwell y comenzó a editar cómics con historias de guerra, crimen, terror y ciencia ficción en donde la novedad radicaba en causar un shock en el lector: la violencia, sangre y sevicia de las historias se convirtieron en la marca de casa. Pero todo eso no habría bastado para convertir a EC Comics en la editorial más popular del momento sin el trabajo de dibujantes y escritores dedicados a entregar el mejor trabajo posible.

Gente como Harvey Kurtzman, Wally Wood, Frank Frazetta, Al Feldstein, Otto Binder, Joe Orlando y Al Williamson, entre otros, se encontraban a gusto trabajando en EC debido no sólo a la libertad creativa de la que gozaban, sino por las condiciones laborales con las que contaban. La industria del cómic estadunidense nunca se preocupó por crear sindicatos de escritores o dibujantes que velaran por garantías laborales (a diferencia del cine o el teatro, donde sus trabajadores sí buscaron la forma de proteger sus intereses). Incluso era práctica común que no se otorgara crédito a los autores, eliminando la posibilidad de obtención de regalías a futuro, situación que EC cambió para bien. Fue tal la calidad de sus cómics, que el éxito no tardó y en poco tiempo EC Comics se convirtió en la editorial más vendedora, situación que por supuesto no gustó a su principal competencia: National Comics, a la postre conocida como DC Comics, y Archie Comics, editores de las aventuras de cierto adolescente pelirrojo.

Ya que desde su origen el cómic se ha considerado un producto cultural menor, dirigido a niños y clases bajas, era de esperarse que durante los años de su popularidad más alta -los años entre las guerras mundiales- surgieran críticas y comentarios negativos sobre la influencia que pudieran tener entre la juventud. El pánico moral busca siempre un culpable entre los productos creados para esparcimiento y distracción, lejos de analizar las causas socioeconómicas que pudiesen fabricar ambientes tóxicos en los diferentes estratos sociales. A finales de los años 40, un psicoanalista de cierto renombre comenzó a apuntar sus baterías hacia lo que consideraba una de las causas en el supuesto aumento de la delincuencia juvenil. Fredric Wertham comenzó a publicar algunos artículos en revistas de alto impacto acusando a los cómics de pervertir y tener mala influencia en los niños y adolescentes. En pleno macartismo publicó lo que hoy es un libro olvidado dentro del psicoanálisis, pero que en su momento aparentó dar la razón a timoratos y puritanos.

Seduction of the innocent (La Seducción de los inocentes) fue el libro donde Wertham aprovechó para tirar una retahíla de ataques contra el cómic, todos ellos sin fundamento o investigación científica que los validase, que en su momento causaron furor entre las damas y señores de la vela perpetua. Fue tal el impacto del libro que el senador Estes Kefauver incluso convoco audiencias senatoriales para dilucidar si los cómics tenían algo que ver con la delincuencia juvenil. (Recordemos que en los años 80 sería el heavy metal quien fuera acusado de lo mismo -también con audiencias en el senado estadunidense- y en este siglo son los videojuegos los nuevos culpables. Curiosamente, jamás se ha culpado a los sistemas económico y educativo o al abuso infantil de generar sociopatías). En dichas audiencias se concluyó tajantemente que los cómics eran capaces de promover conductas agresivas, sociópatas e incluso homosexuales (sí, gracias a los pequeños shorts que Batman le hacía vestir a Robin).

Wertham abogaba por una completa prohibición de la publicación de cómics en los Estados Unidos y quizás pudo haberla obtenido de no ser porque algunas editoriales ya estaban trabajando en un código de normas para la publicación de cómics dirigidos a niños y adolescentes. Basado en intentos anteriores, editoriales como Archie Comics propusieron y apoyaron la instauración del Comics Code Authority (CCA), un conjunto de reglas y normas que los cómics debían cumplir si querían ser publicados y distribuidos. Aunque no era obligatorio seguirlos, en la práctica si un cómic no poseía la certificación del CCA era difícil que lograra tener distribución en puntos de venta como farmacias, supermercados y puestos de revistas, por lo que tarde o temprano todas las editoriales tuvieron que aceptarlo.

Inspeccionado por encima, el CCA en realidad era una norma para evitar que EC Comics pudiera seguir publicando. Las reglas más sensatas incluían directrices como el nunca mostrar que el mal puede triunfar o jamás hacer apología del uso de drogas (aunque realmente impedía la representación de drogas de cualquier manera), las más estrictas prohibían expresamente la aparición de monstruos en las historias o las palabras terror y crimen en las portadas. Para una editorial cuyos títulos más populares eran The Vault of horror y Crime Suspenstories, esto significó un golpe mortal. Otras reglas incluían la prohibición de mostrar a policías o jueces en situaciones que arriesgaran su honor, impidiendo la realización de historias realistas con miembros del sistema judicial corruptos. En suma, el CCA premiaba la publicación de historias rosas, con personajes blancos, con humor todavía más blanco y con heroicidad. El CCA permitía que personajes como Archie y el Batman de la serie de televisión fueran las únicas alternativas posibles para personajes de cómics.

Mucho se ha especulado si las audiencias del senado y la instauración del CCA no fueron hechas ex profeso para afectar a EC Comics, compañía que no sólo estaba realizando los mejores cómics de la época y apropiándose del mercado, también estaba promoviendo un cambio laboral dentro de la industria, situación que las demás editoriales no tolerarían. También es sabido que EC promovía historias donde la crítica social tenía un gran peso, intentando cambiar el statu quo para bien. Historias donde se criticaba el racismo, el sistema económico y la corrupción todavía son consideradas un peligro hoy en día, por lo que en plena cacería de brujas no fueron ni siquiera toleradas. La instauración del CCA inició una especie de edad media en la historia del cómic estadunidense, una donde la creatividad y calidad tuvo su punto más bajo hasta que llego la llamada época de plata y revitalizó el cómic de superhéroes.

Con el paso del tiempo el CCA fue perdiendo autoridad. En los años 70 tanto Marvel como DC publicaron historias en contra del uso de drogas que no estuvieron certificadas, generando elogios. Para finales del siglo XX Marvel abandonó el CCA, comenzando a publicar cómic más violento, situación revertida con su posterior compra por parte de Disney. Para la primera década del siglo XXI, cayó completamente en desuso, siendo Archie Comics la última editorial en supuestamente utilizarlo y celebrándolo con la publicación de uno de sus mejores títulos en décadas: Afterlife with Archie, cómic de zombis que el CCA habría impedido de publicar. También en esa década salió un estudio de la historiadora Carol Tilley quien demostró que el trabajo de investigación de Fredric Wertham para su libro no sólo estaba plagado de errores, el autor había falsificado e inventado deliberadamente información con tal de probar sus hipótesis. Similar a estudios similares realizados con la obra de Sigmund Freud, han servido para reforzar el hecho de que el psiconálisis no es más que una disciplina pseudocientífica.

La instauración del CCA no tuvo impacto alguno en la delincuencia juvenil estadunidense, únicamente sirvió para retrasar el desarrollo de un medio de comunicación que de por sí ya tenía un retraso en su maduración. Es un ejemplo más de que coartar las libertades de expresión y creación sólo generan ambientes inhóspitos para la generación de comunidad y el desarrollo de la cultura. Todavía hoy el cómic es considerado un producto cultural menor, gracias a la incomprensión de autoridades, productores y creadores.

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