El pianista Alfredo Arjona transforma fiordos en acordes
La interpretación de la Orquesta Sinfónica de Yucatán el 23 del aciago septiembre de 2017, fue un viaje que traspuso más de ocho mil kilómetros hacia la península escandinava. Todo ocurrió en el Peón Contreras; pero también al borde de imaginarios abismos, paisajes de bosques y montañas – a veces noruegas, a veces finlandesas – y con vista al mar. Su director, el maestro Juan Carlos Lomónaco, expresó su cordial bienvenida asegurando que seguirían rutas trazadas por Jean Sibelius y Edvard Grieg, en un viaje a lo más profundo de sus sentimientos patrióticos. Ya todos sabíamos de la colaboración con el pianista Alfredo Arjona, para adentrarnos a una de las obras más amadas y reconocidas del Romántico nacionalista, engarzada en mitad del repertorio.
La noche empezó con el poema sinfónico Finlandia, emblema de Jean Sibelius, que desde el secretismo de sus acordes iniciales, desarrolla afanes de libertad que van creciendo hasta batirse a muerte contra su opresor imperialista. Los rusos, enseñoreados de aquella tierra que pertenece en derecho a los nacidos allí, debían ser repelidos – y lo fueron – para dejar en claro que el cielo y la tierra y todo lo de en medio, quedaba finalmente bajo la tutela de aquel pueblo anhelante de vivir su propio destino. La partitura evolucionaba y mostraba finlandeses al grito de guerra, con voces de metales y de percusiones, con violas y violines que coreaban aquel soplo de libertad, convertido en viento triunfalista, a la manera de un segundo himno nacional. La orquesta arrancó una ovación comparable al fortísimo que precisa el final.
De nuevo la aclamación, ahora para recibir al solista invitado, el maestro Alfredo Arjona. Sonreía dispuesto a interpretar el célebre y aquilatado Concierto para piano en La menor, Op. 16 del noruego Edvard Grieg. La obra, ciertamente pianística, es orquestal más allá de la mera intención de acompañar. Prodigiosa y predilecta en todo el mundo, no tuvo aceptación al momento de su estreno, sino luego de un proceso de varias revisiones, cuando su autor logró la opinión profesional y respaldo de Franz Liszt, otro gigante del piano y la composición.
El Allegro molto moderato, primero de tres movimientos, no puede ser otra cosa que majestuoso de principio a fin, desde la vehemencia con que piano y orquesta se encuentran en el segundo compás, tras el fanfarrioso timbal que los presagia. En ese contexto, el diálogo es un intercambio de arpegios que se decantan por un piano fulgurante, interpretando el fastuoso mensaje en su compendio, como si un rey pensara en voz alta sus íntimas ideas antes de emprender una gesta. El Andante discursa con la cuerda ensordinada. Murmuraba vaticinando un piano expresivo, que ligaba las frases musicales, una tras otra, como una sola línea magistral. La orquesta, fervorosa respondía. De pronto decía por sí misma, basándose en las flautas inmediatas al oboe, cosas que producían contrastes para hacer más emocional lo que en santo equilibrio fue el bellísimo segundo movimiento.
La obra cierra con majestuosidad que es término común en toda su extensión. El Allegro marcato surge de la gracia vertiginosa, sumamente lograda del maestro Arjona. El contrapunto entre orquesta y piano, y del piano para sí mismo, fue dando paso hasta alcanzar una sonoridad vigorosa, que todo el tiempo estuvo allí. Su despliegue de pronto cedió el paso a la mayor delicadeza en líneas poéticas, que pasaron de la orquesta al apacible decir del piano. El ritornello al carácter inicial, ahora quedó parsimonioso, como un canto de exultación resultando el espontáneo agradecimiento del público. Las ovaciones prolongadas, fueron reconocimiento al virtuosismo del pianista y de la orquesta aliada.
El programa aún tenía en reserva una joya más. Se trataba del regreso de Sibelius con su Sinfonía Núm. 1, Op. 39 formada por cuatro movimientos: dos Andantes no demasiado lentos, del que el primero mutaba en Allegro enérgico, luego un Scherzo-allegro y el Finale. Fue una muestra soberbia. Casi ininterrumpida, la partitura se mantuvo gloriosa, coloreada de variantes, comenzando con un desconcertante sabor españolizado, como un Schubert madrileño, experimental en la mente del finlandés dorado.
Su extroversión llegaba a puntos sensacionales de fortes y fortísimos, con amplias percusiones y metales, siempre extendiéndose, sorprendiendo por la riqueza de su contenido. Es una obra que brilla por su agraciada hechura. De principio a fin se eleva, sobrevuela, se transforma en susurros cantábiles y desde luego en una fuerza tremendista, como estar en medio de cañones diseñados para embellecer las más altas pretensiones espirituales.
La selección para el segundo concierto de la temporada veintiocho, demostró cualidades de la orquesta que exigen un alto nivel. Batuta y solista fueron un obsequio más alto que cualquier expectativa. Es natural que el aplauso haya sido concluyente, consecuencia del amor y la dedicación a la Música, desde el lejano momento en que aquellas almas nórdicas escribieron sobre un pentagrama, hasta el impactante acorde final, marcado por el maestro Lomónaco. ¡Bravo!