Coppola impredecible y desconcertante: “Megalópolis”

Anahí García Jáquez reseña "Megalópolis", el más reciente filme de Francis Ford Coppola -y probablemente el último-, en el cual el legendario director se muestra errático, entregando una cinta que ha desconcertado a los críticos y espectadores por igual, pero que sin duda debe verse en las salas de cine...

Nueva York, como la conocemos, ya no existe. Ahora es Nueva Roma y su alcalde, Franklin Cicero, está consciente de que se requiere un cambio, pero el arquitecto Cesar Catilina tiene otros planes. Sus visiones chocarán y la lucha de poderes y egos comenzará…

Megalópolis (2024) es el más reciente trabajo de Francis Ford Coppola, una de las leyendas vivientes de la cinematografía estadounidense quien tiene ya su lugar reservado en el Olimpo gracias a filmes como la trilogía de El padrino, entre otros. A sus 85 años, este director ha salido de su retiro y después de dos décadas de no filmar, se ha aventurado a hacer este filme y, cuando decimos aventurado, lo decimos en serio, pues él lo financió de su propio bolsillo gracias a sus ganancias producto del negocio vitivinícola. Se dice que esta película viene gestándose desde hace 40 años debido a la similitud que el director encuentra entre los Estados Unidos y el Imperio Romano en términos de auge, caída y posterior decadencia, por lo que desde un principio, la controversia ha rodeado este proyecto y ha provocado que se le catalogue como infilmable.

Después de este contexto, pasemos a la trama de esta película que se presenta a sí misma como una fábula: el alcalde Cicero (Giancarlo Esposito) quiere desarrollar a Nueva Roma a través de un casino, el cual serviría para aumentar el flujo de capital gracias a las familias más acaudaladas de la ciudad, puesto que la deuda se acumula, todo esto mientras que el arquitecto Cesar Catilina (Adam Driver), quien además es el inventor de un material de construcción llamado Megalón, apuesta por la autosustentabilidad, además de querer usar su creación para construir una comunidad llamada Megalópolis.

Este hecho es el comienzo de una batalla por el control de la nueva ciudad, lo cual se complica todavía más cuando Cesar se enamora de Julia (Nathalie Emmanuel), la hija del alcalde. A eso hay que agregarle la oposición que Cesar encontrará en Clodio (Shia LaBeouf), su primo y pretendiente de Julia, Wow Platinium (Aubrey Plaza), una presentadora de televisión con quien ha tenido una relación, así como otros personajes que se van sumando a lo largo de la trama.

El guión, cortesía del mismo director, está estructurado como un drama que está compuesto por diálogos que hacen referencia a Shakespeare (en especial los de Cesar), reflexiones filosóficas de autores tales como Marco Aurelio, Rousseau o Emerson, todo ello con una clarísima referencia a la transición de Roma de un imperio a una república, desde los nombres de los personajes hasta la muestra del auge y caída del mismo.

Su tema principal a tratar, además de la corrupción de los gobiernos y la sociedad y la reinvención necesaria para paliar la decadencia, es el tiempo: ¿el pasado fue mejor?, ¿qué hacemos con este presente?, ¿es posible legar algo de valor para el futuro?, ¿podremos permanecer y prevalecer con el paso de los años y por encima de todo? Lo anterior basado en el don que Cesar tiene: congelar el tiempo.

Es evidente que se quisieron incluir tantos elementos que termina siendo un exceso y, por lo mismo, definirlo es difícil, ya que no explica nada de lo que sucede y el espectador tiene que imaginarlo o responderse sus propias preguntas ya que, los hechos sólo se dan, así sin explicación alguna o hilo conductor. Resumiendo: es un conjunto de ideas que se arrojaron a un caldero, se revolvieron y el resultado es este filme falto de equilibrio, cuyas secuencias no llevan a nada y donde parece que hasta la edición quedó mal hecha.

En cuanto a las actuaciones, se destaca Adam Driver, quien carga con gran parte del peso de la película y que tiene que entregar unos diálogos que, en voz de otro actor con menos talento, sonarían ridículos debido a su teatralidad. Su intento desesperado por vender la idea de esta utopía llamada Megalópolis toma gran parte del tiempo de la cinta y nos pone a pensar si así habrá querido Coppola vender la idea de este filme a los grandes estudios de Hollywood. Giancarlo Esposito es el villano y hace su papel como tal, ni más ni menos. Nathalie Emmanuel, el interés romántico, no da la réplica necesaria y se siente tibia y desganada al citar a los clásicos romanos.

En este elenco tan numeroso en el que conviven actores jóvenes así como grandes de la actuación podemos destacar a Aubrey Plaza, cuya Wow Platinium es estridente y maquiavélica por lo que embona perfecto en esta extravagancia; Jon Voight como un banquero casi senil que parece no tener la más remota idea de dónde está, Laurence Fishburne como el chofer de Cesar y la voz narradora que nos da la introducción y a ratos funciona como coro griego, de ésos que anunciaban las tragedias por venir y Talia Shire, quien es la madre del protagonista y se muestra distante emocionalmente, lo cual explica mucho del comportamiento y personalidad de su hijo. Todos ellos dirigidos de manera irregular por lo que los tonos son distintos y poco atinados.

Pero si nos vamos a los valores de producción, la cosa cambia: tenemos un diseño de producción en el cual se combina la estética kitsch con el Art Decó de los 20´s y lo futurista, creado por Bradley Rubin quien tuvo la ardua tarea de interpretar la visión del director y no se quedó corto, puesto que reviste de belleza escenarios tales como el edificio Chrysler o el Madison Square Garden.

La influencia romana se hace presente en el vestuario confeccionado por la galardonada Milena Canonero, que recurre al uso de togas o capas además de tener muy bien estudiados a los personajes, ya que su vestimenta habla mucho de su carácter. La música incidental fue escrita por el compositor argentino Osvaldo Golijov, quien le da un toque romántico con una mezcla de jazz y música sinfónica. Y por supuesto, no podemos dejar pasar la fotografía, que quedó a cargo del cinematógrafo rumano Mihai Malaimare Jr., cuya paleta de colores enriquece de manera muy poderosa la parte visual de este filme.

Megalópolis es una película muy impredecible en todos los sentidos, no sólo porque el espectador no sabe lo que se encontrará al avanzar la trama, sino porque la crítica la ama -pero también la odia-. En lo que sí coinciden los especialistas es que, este esfuerzo por retratar los paralelismos entre una civilización antigua y la actualidad que vive la potencia más grande del mundo, genera reacciones fuertes y seguramente habrá quienes tengan que verla más de una vez para poder descifrarla o admirarla, tratando de encontrar otra lectura que haya podido pasar desapercibida.

Existe la posibilidad de que este filme sea el último de Francis Ford Coppola, un hombre que le ha dado mucho al Séptimo Arte y que fue parte de ese movimiento llamado el Nuevo Hollywood, en el que el cine de autor se hacía valer por encima de intereses de los estudios o de las taquillas. Es difícil creer que quien no lo conozca se quede con esta impresión suya, aunque al menos sabremos que este viejo lobo de mar se dio el gusto de filmar lo que tenía en su mente y nos lo ha presentado, así que Coppola no se quedará con ganas de nada.

Megalópolis. 2024. Francis Ford Coppola. American Zoetrope/Caesar Film LLC. 

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