Composiciones desde el Nuevo Mundo para Nueva York

Notas de un melómano yucateco.

El segundo concierto de la temporada XXXI de la OSY que tendrá lugar en el Teatro Peón Contreras el próximo viernes 25 a las 21 horas y el domingo 27 a las 12 I.M. contiene un atractivo programa en el que el talento, el virtuosismo, la belleza y Nueva York serán los protagonistas. Bajo la batuta de Juan Carlos Lomónaco, su director titular y la solista neoyorkina Megan Maiorana a la flauta, escucharemos la Obertura exterior (An Outdoor Overture)  de Aaron Copland (1900-1990);  el Concierto para flauta  de Lowell Liebermann (1961) y la Sinfonía No. 9 “Desde el Nuevo Mundo” de Antonin Dvorak (1841–1904) -por cierto, como ustedes saben, se pronuncia “Dvoryak”].

New York, New york, ciudad de procedencia de la talentosa solista y dos de los compositores que disfrutaremos en este concierto; ciudad sede de la School of Music and Art, para la cual se escribió y en la que se estrenó la obertura de Copland y la New York evocada por Dvorak en la sinfonía “Del Nuevo Mundo” y en donde se estrenó con la filarmónica local. El concierto para flauta opus 39 de Lowell Liebermann, estrenado en el Powell Hall de San Luis, Misuri, el 6 de noviembre de 1992, con el acompañamiento de The Saint Louis Symphony Orchestra, dirigida por Leonard Slatkin, fue escrito por este aclamado compositor contemporáneo por encargo del  flautista irlandés James Galway (1939) uno de los mayores intérpretes de este instrumento, que no conforme con haber agotado  lo más significativo del repertorio escrito para su instrumento, encargó a compositores de gran talento como el famoso Joaquín Rodrigo, escribieran para él nuevas partituras en su búsqueda de nuevos retos y posibilidades  interpretativas.

Conocedor a fondo de los recursos de este instrumento, Liebermann además ha escrito un concierto para flauta y arpa (misma combinación que eligiera Mozart en su día) y un trío para flauta, cello y piano por encargo también del mismo intérprete. A pesar de su estructura tradicional en tres movimientos: Moderado, Molto Adagio y Presto y su accesible sonido musical que es un deleite para quien lo escucha, este concierto Op.39 representa un gran reto a sus intérpretes. La propia Megan Maiorana a quien tendremos el agrado de escuchar en el Peón Contreras como solista en esa obra, ha expresado en entrevista a la prensa que “es una pieza muy accesible para el público porque la música de Liebermann no es atonal como sucede con otros compositores” y que “la pieza se caracteriza por sus velocidades: requiere mucha agilidad por parte del flautista, pues tiene partes muy lentas y muy rápidas”.

Estrenada en diciembre de 1938, la Obertura Exterior (An Outdoor Overture) de Aaron Copland, fue compuesta por encargo de Alexander Richter, director de la High School of Music and Art de la Ciudad de Nueva York, quien le pidió explícitamente a su autor que escribiera una obra de tono optimista que fuera del gusto de los jóvenes adolescentes ya que serviría como “disparo de salida” de la campaña de promoción escolar titulada “Música americana para jóvenes americanos”. Con gran éxito, Copland logró satisfacer el encargo entregando como resultado una pieza jovial, sin grandes dificultades interpretativas, para ser ejecutada lo mismo por una orquesta que por una banda musical. En palabras del propio compositor, que hemos intentado traducir fielmente de la fuente consultada (http://windliterature.org/2012/09/06/an-outdoor-overture-by-aaron-copland/):

“La pieza comienza en forma grandiosa [a cargo de toda la orquesta]* con un tema que se desarrolla inmediatamente como un largo solo para trompeta, acompañado de un pizzicato de cuerda. Un breve pasaje de puente en los vientos de madera conduce imperceptiblemente al primer tema de la sección de allegro, caracterizado por notas repetidas. Poco después, estas mismas notas repetidas, interpretadas de manera amplia, nos dan un segundo tema de marcha rápida, desarrollado en forma de canon. Hay una pausa abrupta, un repentino decrescendo, y aparece el tercer tema lírico, primero en la flauta, luego en el clarinete y, finalmente, en lo alto de las cuerdas.

Notas repetidas sobre el fagot parecen dirigir la pieza en dirección al allegro de apertura. En cambio, un cuarto y último tema evoluciona a otro tema en tiempo de marcha, pero esta vez menos ágil y con implicaciones más serias. Hay una preparación para la grandiosa introducción inicial que aparece aquí de nuevo, continúa con la melodía de trompeta solista, esta vez cantada por todas las cuerdas en una versión algo más suave. Una sección corta de puente basada en un ritmo constante trae una recapitulación condensada de la sección de allegro. Como momento culminante se combinan todos los temas. Una breve coda termina el trabajo sobre la grandiosa nota del comienzo”.*

 Compuesta en el año de 1893, la sinfonía “Del nuevo mundo” se estrenó el 16 de diciembre de ese mismo año bajo la conducción de Anton Seidl con la Filarmónica de New York. Esta novena sinfonía de Dvorák es quizá la más conocida de las obras de su autor, debido a la popularidad alcanzada por el tema principal del segundo movimiento que, por su belleza y accesibilidad, ha sido ampliamente difundido fuera de su ámbito hasta convertirlo en una melodía que flota en el imaginario colectivo popular.

Pertenece esta obra a la magnífica  producción realizada por el músico checo durante su estancia en Nueva York durante los años 1892 a 1895,  a donde fue invitado por Jeanette M. Thurber, para hacerse cargo de la dirección del Conservatorio Nacional de Música que ella misma fundara en 1885 y en el que Dvorák se dedicó a la enseñanza y a la dirección orquestal, alentando a los jóvenes compositores  norteamericanos a desarrollar su  identidad  a partir de  las raíces de la música nativa de los indios y  la música afroamericana  como dos vertientes de influencia en la búsqueda de una expresión musical propia,  idea que persigue la sinfonía “Desde el nuevo mundo” sin lograrlo del todo, pues resulta que esta obra,  además de un intento por rescatar el espíritu de la música indonorteamericana y afroamericana,  es un nostálgico canto de Dvorák a la patria añorada.

A partir del brevísimo Adagio que a manera de prefacio antecede al Allegro molto con que está estructurado el primer movimiento, el espíritu transita entre la nostalgia y el vigor de una orquesta magistralmente tratada que nos prepara para el segundo movimiento, el Largo, uno de los momentos más profundos y melancólicos en el registro de la música sinfónica. En contraste, el tercer movimiento inicia con un diálogo entre alientos y cuerdas acentuado con los golpes del timbal, reanima el espíritu y nos mueve a la danza. El cuarto movimiento retoma y hace gala del brillo de los metales y el canto de la madera, nos impregna de ritmo y nos lleva a la euforia, aunque no olvida qué lejos está de casa….

* La acotación en corchetes no pertenece al texto original.

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