Los habitantes de Tesla han sido siempre muy amables con los turistas extranjeros. Para poderlos atender de la mejor manera, responder a todas sus preguntas y conducirlos a donde deseen llegar, cada vez dominan más idiomas. Al principio sólo un par de ellos hablaban francés, mientras que el resto, si acaso, balbuceaban un inglés rudimentario. Poco a poco, la industria hotelera y los museos comenzaron a necesitar empleados que hablaran italiano y eso creó entre la población tal entusiasmo que no tardaron en aparecer las escuelas de portugués, seguidas de las de alemán y ruso.
La sed de los habitantes de Tesla por aumentar sus conocimientos y poderle responder a cada turista en su lengua natal ha creado un verdadero auge de la enseñanza de idiomas, al grado de que empezó a faltar espacio para tantos alumnos. Un par de iglesias se han cerrado al culto porque se prefirió utilizarlas para los cursos de rumano y catalán. Cualquier turista esloveno puede preguntar dónde está el museo de las antigüedades y los transeúntes se amontonarán a su alrededor para darle explicaciones detalladas y practicar el idioma. Quizá encuentren el museo vacío porque es la hora de la clase de finlandés, que despertó gran entusiasmo en la población, al punto de que se habilitó el estadio de beisbol para tal fin.
Hay que admitir que los arcos monumentales y las antiguas ermitas han sufrido cierto descuido a causa de estas actividades. No es difícil ver que la basura se acumule en las avenidas mientras los empleados de limpieza practican entre sí lenguas indígenas de Perú y Australia, o se insultan a la manera de New Hampshire. Si bien los maestros de idiomas han subido de clase y muchos de ellos son ahora los habitantes de los barrios ricos, el propio turismo ha decaído, hay que admitirlo, pues a los visitantes les resulta difícil de soportar la ansiedad con que los habitantes de Tesla los abordan para ofrecerles toda clase de paseos y, con ese pretexto, explayarse durante horas presumiendo su buena pronunciación y hasta les hacen competencia. Los turistas angloparlantes se desesperan del detalle con que sus anfitriones despliegan su acento tejano o escocés y se quejan de que ellos sólo pidieron una botella de agua. Muchos turistas prefieren tomar cualquier autobús, aun cuando no sepan a dónde los llevará, a pedir indicaciones y quedar atrapados en los despliegues lingüísticos de los nativos. Sólo en casos de emergencia se animan a tomar un taxi.
El tráfico en las calles de Tesla se desordena cada vez más por culpa de los grupos que estudian o practican idiomas en voz alta a la menor provocación, y abandonan sus actividades en cualquier momento. Por tener el tiempo para dominar el sueco y el japonés, hay quien ha dejado a la familia y ahora no son raros los vagabundos ebrios que recorren sus calles murmurando proverbios en somalí. Los restaurantes están vacíos, el metro ha perdido a sus conductores. Es posible que el primer ministro, en cuanto salga de su curso de Babuino 2, declare el estado de emergencia, pero no se sabe bien, pues se le ha exigido hacerlo en veinte idiomas. Ante la amenaza, los habitantes de Tesla han decidido emigrar para desenvolverse en todas las lenguas que, aseguran, hablan mucho mejor que los nativos de otros países, y así suplantarlos y conquistar el mundo. En la ciudad de Tesla ya sólo quedan unos pocos turistas que vagan desconcertados y perdidos entre estatuas polvosas y hoteles con las camas sin hacer.