Libertad de expresión: el nombre del escándalo

Los pervertidos hoy; mañana el mundo…

Ahora más que nunca, pienso en Larry Flynt. Pienso en Hustler, la revista pornográfica que fundó y convirtió en una empresa multimillonaria a base de lo que muchos, incluyendo a enardecidas feministas, vieron como la cínica explotación del cuerpo femenino. Pienso en la primera vez en que fue encarcelado por cargos de obscenidad, incidente que lo inspiró para dedicar su vida a defender la Libre Expresión de acuerdo a la Primera Enmienda de la Constitución de Estados Unidos. Pienso en cuando su cruzada lo llevó a enfrentarse con el pastor evangélico Jerry Falwell; dando a entender, en el contexto claro de una parodia (de carácter bastante cuestionable, pero parodia al fin y al cabo), que Falwell había perdido su virginidad con su propia madre.

También pienso en lo que paso después: Falwell demandó a Flynt alegando que la parodia le había causado angustia emocional, el caso fue llevado a la Suprema Corte de Justicia y, en una decisión de proporciones históricas, la corte falló a favor de Flynt debido a que, en palabras textuales de uno de los jueces, “el hecho de que la sociedad halle ofensivo un discurso no es razón suficiente para suprimirlo”. Desde luego que pienso en la manera tan elocuente y entretenida con la que estos acontecimientos se encuentran dramatizados en Larry Flynt: El Nombre del Escándalo (The People vs. Larry Flynt, 1996), realizada por Milos Forman y protagonizada Woody Harrelson en el papel del pornógrafo.

Pero más allá de eso, pienso en los lamentables acontecimientos ocurridos la semana pasada en torno a las “renuncias” tanto del ahora ex-director de TV UNAM como del ahora ex-director de cultura en el Ayuntamiento de Mérida. Pienso en la jactancia con que muchos insisten en que no fueron sus opiniones en sí las que ocasionaron que fueran separados de sus respectivos cargos, sino el haberlas expresado en calidad de figuras públicas.

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Mientras pienso en todo lo anterior, me pregunto con qué clase de libertad, ya no de expresión a secas, sino de expresión de pensamientos, se puede contar en realidad cuando queremos que la primera y más notoria limitación a la misma sea con nuestros líderes. ¿De qué libertad de opinión podemos presumir sí existen opiniones sujetas a, no sólo ser debatidas, sino también a ser activamente castigadas, aún procediendo de figuras indeseables cuyo único crimen -parafraseando a uno de los diálogos más memorables de la película-, sería tener mal gusto?

Forman, nacido en Checoslovaquia y mejor conocido por ser el director de Atrapado Sin Salida (One Flew Over The Cuckoo´s Nest, 1975) y Amadeus (1984), difícilmente imaginó que algún día estaría llevando a un personaje como Flynt a la pantalla grande. De hecho, pocos imaginaron que alguien llegase a hacerlo en absoluto. Un fabricante de pornografía, especialmente un tipo con los niveles de provocación explícita que caracterizan a “Hustler” no corresponde a la primera opción que cualquiera consideraría para fungir como héroe en esta clase de historia. Si lo que se busca es hablar de libertad de prensa y censura, ¿por qué no escoger mejor a un escritor, poeta o periodista?

Quizás porque Forman sabe que ese justamente es el punto. Es muy fácil hablar de libertad de prensa valiéndose de figuras convencionales, propensas a la simpatía e inofensivamente complejas. Pero solamente llevando el concepto hasta sus límites con ejemplos que desafíen nuestra percepción del mismo, al grado de obligarnos a reconsiderar lo que siempre hemos dado por sentado en él, lograremos obtener una autentica oportunidad de comprobar su validez y eficacia.

credit: Provided by Milos Forman Milos Forman, director

Forman no condona los contenidos que Flynt publica. En varias ocasiones ha reconocido que, al revisar ediciones pasadas de “Hustler” para decidir qué tanto de ella incluir en el filme, no pudo evitar sentir repulsión hacía el material. De igual forma, la película no hace esfuerzos por desmentir la vulgaridad y misoginia de Flynt. Durante una junta de trabajo con su equipo editorial, lo vemos reaccionar con entusiasmo ante la propuesta de una caricatura mostrando a los personajes de El Mago de Oz involucrados en una orgía. Más adelante, una portada de su revista muestra el cuerpo de una mujer siendo hecho trizas a través de una trituradora de carne. Que nadie los engañe; este hombre es asqueroso.

No obstante, pese a contar con él en calidad de protagonista, la película no es en realidad acerca de Flynt, sus negocios o sus vicios. Aunque no me malentiendan, por supuesto que eso está ahí. Pero en humilde opinión de quien escribe, no es aquello con lo que conviene o vale la pena quedarse. Para mí, es más bien sobre lo que pasa cuando la hipocresía e intereses de terceros se apoyan en lo que culturalmente hemos aprendido a considerar “pornográfico” para prosperar a costa de nuestra inteligencia. Cuando la mejor manera de protegernos de ideas dañinas consiste en negarnos la oportunidad de decidir por nosotros mismos si en efecto son dañinas o no. Cuando se asume que existe semejante cosa como el derecho a nunca sentirse ofendido. Pero sobre todo, cuando nadie entiende o quiere entender que, en una sociedad regida por ese derecho, los degenerados son apenas los primeros en la lista. Milos Forman conoce esto último mejor que nadie.

De acuerdo con sus palabras extraídas de una entrevista en la víspera del estreno de la película en el Festival de Cine de Nueva York: “Tanto los nazis como los comunistas empezaron sus regímenes con cruzadas en contra de los pervertidos. Fui testigo de eso; y no solo nadie se opuso, sino que todos aplaudieron. ¿Quién quiere pervertidos corriendo libres en las calles? Entonces, ya en el poder, empezaron a formular leyes contra los pervertidos. Estas leyes fueron formuladas convenientemente; de tal manera que, si así lo desearan, pudiesen etiquetar como un pervertido a cualquiera que no estuviese de acuerdo con el gobierno. Comenzaron con los homosexuales y los pornógrafos. Los negros y los judíos. Luego descubrías que Jesucristo era también un pervertido. Shakespeare era pervertido; William Faulkner era pervertido. Luego, tu plomero también era pervertido. Y finalmente, el pervertido eras tú”.

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He escuchado por ahí el rumor de que el verdadero motivo por el que Nicolás Alvarado e Irving Berlín fueron destituidos muy poco tuvo que ver con sus opiniones. Más bien, que la indignación popular ante las mismas en las redes sociales tuvo la suerte de constituir el pretexto perfecto para que sus enemigos políticos se deshicieran de ellos. Tal posibilidad, lejos de minimizar el testimonio de Forman, lo fortalece bastante como para empezar a temblar. ¿Por qué? Porque, sea por los motivos que hayan sido, castigar a la opinión de unos cuantos deja la puerta abierta para castigar a la de todos. Porque incluso cuando los comentarios que los convirtieron a los dos en personas non-gratas fueron tan inapropiados y soberbios como las revistas de Larry Flynt son vomitivas, ganamos más con su existencia que con su supresión. Porque el mero hecho de poder tener acceso a ellos para reaccionar en la forma que consideremos pertinente (debatiéndolas, refutándolas, condenándolas o maldiciéndolas) es un excelente síntoma de que la libertad de expresión no es un único camino angosto, sino una autopista infinita con múltiples carriles y direcciones.

Hace días, en relación al tema, un usuario en la red publicó: “!Los artistas somos la voz del pueblo, el político no!”. Claro que está en su derecho de opinarlo. Claro que nadie le hará renunciar a su trabajo ni lo arrastrará hasta la celda más cercana. Al igual que tampoco me pasara a mí por opinar que quien haya publicado eso no tiene la menor idea de lo que dice y que prefiero mil veces vivir en un mundo donde TODOS seamos la voz del pueblo. Hasta el más corrupto político. Hasta el más sórdido pornógrafo, el más clasista director de televisión universitaria y el más descuidado director municipal de cultura. Cuando nadie parece dispuesto a proteger a la peor opinión en aras del futuro de la mejor, es cuestión de tiempo descubrir quiénes de los que leen estas líneas serán los próximos “pervertidos”.

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