El retorno de lo viejos vinilos

Les dejamos la más reciente entrega de las Crónicas Melómanas de Óscar Muñoz, relatos musicales que involucran discos de vinil, alguna bella dama y un giro argumental fantástico inspirado por la música... ¡La primera del 2022 incluye playlist...!

CRÓNICAS MELÓMANAS

Aquella tarde, mejor dicho, la tarde en que sucedió el acontecimiento (ya no sé si referirme a una tarde del pasado inmediato o el pasado remoto), esperaba la llegada de los invitados a la fiesta sorpresa que le habíamos organizado a Reyna. Obvio que a ella le había dicho que la esperaba en casa hasta las nueve de la noche, una vez que todos hubieran llegado y hecho todos los preparativos para la cena.

Como a Reyna le encantaba el rock, cada una de nuestras amistades decidieron comprarle un disco de vinilo, de los actuales, de 180 gramos, aunque de bandas y cantantes de sus viejos tiempos. En total reunimos como quince regalos, todos discos nuevos y sin abrir, y los escondimos muy bien para que, a su llegada, Reyna no alcanzara a ver ninguno. Quince discos de 180 gramos, y algunos en envoltorios muy voluminosos, serían una gran sorpresa. Además, todo era parte de la fiesta.

Yo le había comprado un disco doble en vivo de Janis Joplin, In Concert, que el original salió a la luz por primera vez en 1972, luego de la muerte de “la bruja del blues”. Yo lo tuve en mi discoteca y lo disfruté una enormidad, no sólo por las extraordinarias interpretaciones de la Janis, sino también porque fue el disco que me acercó a mi Reyna. El disco, que era parte de la serie Rock Revolution, única en el mundo, fue desgastándose con el tiempo por escucharlo tanto.

Otros discos que le esperaban como regalos eran también de la vieja época, como el de Johnny Winter en vivo o el de Jeff Beck Group, el que tenía una naranja en la portada como si fuera un logo. Y, así por el estilo, todos los regalos de principios de los años 70, aunque resurgidos hoy. Algunos yo los había escuchado en ese tiempo, aunque otros nunca tuve la oportunidad de conocerlos, como el disco de It’s A Beautiful Day, uno que llevaba en la portada un camello con tenis.

Claro que, cuando Reyna llegó a la hora esperada y todos la sorprendimos con aquellos maravillosos regalos, ella se volvió loca de felicidad. Todos vimos que, cada que abría un regalo, se le escurrían las lágrimas de la emoción. Enseguida, quiso que pusiéramos en la tornamesa uno a uno los regalos para disfrutarlos, no sólo ella sino todos por igual.

Así que el primero que puse en el tocadiscos fue el de Joplin, In Concert, como para abrir boca, mejor dicho, abrir oreja. Y mientras escuchamos aquellas maravillosas grabaciones en vivo, comimos algunos bocadillos y brindamos en honor de la festejada, que parecía quinceañera con sus quince discos deleitosos.

Luego de hartarnos de comida y bebida, nos sentamos todos en el tapete de la sala, uno que yo conservaba desde los tiempos en que nos creíamos hippies. Era un tapete tipo persa, aunque con colores muy acentuados y chillantes. Y sobre esa especie de cama comunitaria nos pusimos a escuchar con placentera concentración aquella música que nos trasportaba a otros tiempos. Algunos seguían la canción como Dios les daba a entender; otros sólo cerraban los ojos para que la música los arrastrara a los ambientes de antaño, y otros más yacían como drogados por la música.

Así transcurrió la noche, con un disco tras otro, sin parar. Ya de madrugada, como las 4 de la mañana, ocurrió lo inesperado. Le había tocado el turno al disco A Space in Time, de Ten Years After y, cuando inició la primera canción del lado B, Once there was a time (Hubo una vez un tiempo), cada uno de nosotros comenzamos a vernos un poco más jóvenes, digamos unos diez años antes (Ten Years Before), y luego unos veinte y luego más.

De pronto, en lugar de escuchar la canción de Ten Years After, el departamento fue invadido por una canción más vieja, como diez años antes de One there was a time: The times there are a-changin’ en la interpretación de The Byrds. Y de ahí todo saltó a otra antigua canción, esta vez de Bob Dylan: My back pages o Páginas del pasado, como todos la conocíamos. Y sucedió lo increíble: fuimos perdiendo los años acumulados como en un retorno al origen.

En ese preciso instante, casi al unísono, cantamos todos, sin excepciones, aquella canción de Bob Dylan como un himno, aunque más jóvenes, mucho más que nadie hubiera imaginado, ataviados primero con pantalones acampanados unos y minifaldas otras, con flores en el pelo unas y mariguana en los cigarros todos. Después, en lugar de los acampanados y las minifaldas, todos nos vimos en pantalones cortos y falditas con crinolinas.

Al final, como un coro celestial, cantamos el estribillo de Páginas del pasado una y otra vez: “Ah, but I was so much older then, I’m younger tan that now” (Ah, pero yo era más viejo entonces, ahora soy más joven que eso). Sin parar de repetirlo… una y otra vez… hasta que nos desvanecimos todos, uno después del otro. Reyna fue la última; bueno, eso quise pensar por ser la festejada, porque ya no pude quedarme al final.

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