La revolución de lo efímero: La Reina del Flow y Bad Bunny

David Moreno analiza al reggaetón como fenómeno popular surgido desde la cultura de masas, para irse conformando en una revolución estética que ha trastocado la industria musical, como es el caso de Bad Bunny y La Reina del Flow...

Desde hace unos meses estoy viendo una telenovela colombiana llamada “La Reina del Flow”. Es un culebrón muy divertido que si bien funciona con las estructuras narrativas del melodrama televisivo clásico (amores, desamores, villanos malísimos, etc.), su historia cuenta las peripecias de un grupo de artistas de Reggaetón, eso es lo que la hace atractiva. La Reina del Flow explora, aunque sea de manera un tanto superficial, dónde nacen los ídolos de este género, sus métodos de producción musical y el impacto que llegan a tener entre sus fanáticos.

En el melodrama: los intérpretes surgen de las zonas populares de cualquier ciudad (Medellín en este caso), no es necesario que sepan música sino que tengan una habilidad particular para generar letras llenas de rimas que de alguna forma reflejen sus vivencias, letras escritas en el lenguaje más sencillo y directo que pueda tenerse, es decir simplemente que sean –en principio– lo más sinceras posibles. Una vez que son detectados por las compañías disqueras, éstas los llevan a estudios de grabación en los que los productores trabajan para producir la mayor cantidad de “hits” en el menor tiempo posible.

Hits que están cimentados en las letras y que se construyen sobre bases rítmicas, todas muy similares, en sesiones en las que difícilmente participa algún músico tocando un instrumento. Y luego está la difusión la cual se hace a través de la radio y sobre todo de las redes sociales en las que lo inmediato es lo que triunfa. Para los reggaetoneros de “La Reina del Flow” lo más importante es que sus canciones y sus figuras se posicionen a través de internet, pues es el ruido que puedan generar en la red lo que les garantiza que sigan con vigencia y produciendo canciones.

Si ustedes –como yo– son producto de otra música, ver La Reina del Flow resulta sumamente instructivo. Es una paleta de sonidos y situaciones que terminan por ser una especie de introducción a una forma de expresión musical que ha venido arrasando desde hace ya más de una década en todo el mundo de habla hispana. Música que ha superado las barreras sociales y económicas para que el día de hoy, existan personas que se alistan a pagar más de 200 dólares por un boleto de quien se ha convertido en el artista más exitoso de la historia del género: un tal Bad Bunny.

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            Benito Antonio Martínez Ocasio, es conocido como Bad Bunny. Un boricua que hasta hace unos años trabajaba como empacador en un súper mercado mientras subía sus canciones a SoundCloud. A través de internet su música llegó a oídos de un productor que le contrató para su compañía de grabación. A partir de entonces, gracias a You Tube y una serie de colaboraciones con otros artistas del género, Bad Bunny comenzó una meteórica carrera la cual le ha llevado a ser el cantante más escuchado del mundo en 2021. Un personaje muy singular y que ha aprovechado su fama para incursionar en otro tipo de actividades como la lucha libre (recién firmó un contrato con la WWE).

Hoy es el artista más exitoso del mundo en términos de reproducción musical en las diversas plataformas de streaming y su próxima gira de conciertos ha generado aglomeraciones virtuales nunca antes vistas para poder conseguir boletos para verle en directo. En México sus presentaciones en la CDMX y Monterrey, han provocado situaciones pocas veces vistas: 276 mil entradas vendidas en cuestión de horas y una locura desatada para poder obtener algún lugar en la reventa con gente empeñando autos, faltando al trabajo o poniendo sobre la mesa todos sus ahorros para poder estar los días 9 y 10 diciembre moviéndose al ritmo del trap latino del que, él mismo asegura, es el máximo representante.

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             Bad Bunny no es el primer artista boricua que llena el estadio azteca. Hace ya varias décadas Menudo se presentó en el Coloso de Santa Úrsula con las tribunas a tope. En aquellos años ochenta, el grupo se había convertido en todo un fenómeno y lo que provocaba entre sus seguidores pocas veces se había visto en un país como México. Recuerdo que algunas revistas incluso comparaban –en un auténtico despropósito-  a la “Menudomanía” con la “Beatlemanía”, haciendo alusión a lo que el cuarteto de Liverpool generaba entre sus fans durante los años en los que brindaban conciertos en vivo.

Menudo se terminó y se convirtió en uno de esos grupos que solamente funcionan cuando algún nostálgico pretende revivir sus años mozos. Es decir, su música sigue teniendo cierto significado entre quienes la conocieron en su momento de máximo apogeo, pero no logró trascender más allá en el tiempo. Eso ha pasado con muchas otras bandas y artistas que por unos años gozan de gran éxito pero que no resisten al paso del tiempo. En ese sentido, habrá que ver que es lo que sucede con Bad Bunny  en el futuro, si lo que hace realmente tiene la trascendencia para instalarse en el terreno de lo atemporal, de lo que vivirá derribando barreras generacionales.

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            Lo que me queda claro, es que actualmente Bad Bunny constituye parte de un movimiento que de alguna forma tiene el carácter de revolucionario. La cuestión también gira en torno a qué tipo de revolución estamos hablando y si ésta realmente tendrá una permanencia en el mundo de la música. Desde mi perspectiva, creo se trata de una insurrección musical que se aprovecha del sistema para trastocarlo. No anda por las laterales, sino que desde un principio ha tomado los caminos principales para desde ahí marcar un nuevo rumbo.

Y lo hace con música cuyo disfrute se asocia irremediablemente con lo efímero, generada para un regocijo momentáneo, música destinada más a estimular lo sentidos que a la razón o al espíritu. A diferencia de otros géneros musicales, lo único que hace el reggaetón es alimentar el deseo del cuerpo para moverse, generar pretextos para el roce, el toque, el “perreo”. Bad Bunny no tiene la pretensión de generar reflexiones con sus composiciones, lo que produce está destinado a una generación que ha crecido en la cultura de lo inmediato, lo pasajero.

De ahí la necesidad que tiene Benito de no detenerse en la producción musical, sino que tanto él como muchos de los intérpretes de su género conocen perfectamente la fecha de extinción de sus hits y por ello están en una actividad creativa constante. Difícilmente se encerrarán en un estudio en largas sesiones de producción de un disco, simplemente porque no tienen la necesidad de hacerlo y prefieren centrarse en la posibilidad de subir sencillos a las diversas plataformas de distribución, porque así garantizan su vigencia para una generación que difícilmente se sienta a escuchar álbumes enteros como lo hicieron sus padres y/o abuelos.

El análisis sobre Bad Bunny y otros artistas similares podría centrarse en la calidad de la música que están creando, en lo precario de su técnica. Por supuesto eso es válido, pero sería solamente tomar una pieza de un pastel más grande. Para entender este de tipo de fenómenos hay que también intentar explicar el contexto en el cual surgen, entender que la generación que escucha e idolatra a Bad Bunny es producto de una serie de circunstancias y acontecimientos que los han llevado a utilizar el escape que produce el reggaetón como una válvula de desfogue que les permite olvidar momentáneamente que viven en un mundo que les es cada vez más hostil.

Pero a diferencia de otras generaciones que utilizaron otra música para lo mismo, aquí se ha llevado al máximo a la satisfacción instantánea y escapista. Lo lúdico se impone a lo artístico y eso es quizá lo que no terminan de comprender los críticos del género y de sus seguidores, pues pretenden equiparar a sus generaciones con las actuales, usar los parámetros de hace una o dos décadas para intentar explicar a lo novedoso. Es ahí donde la crítica se convierte en algo desfasado y sin mucho éxito al intentar explicar las razones por las cuales Bad Bunny es hoy un referente en todo el mundo.

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A pesar de que venimos discutiendo sobre el reggaetón desde hace unos 15 años, es hasta ahora cuando ha venido a desplazar de las listas de popularidad al resto de los géneros musicales, que la discusión sobre el mismo se ha ido haciendo cada vez más amplia y con mayor presencia en redes y medios. El hecho de que incluso se produzcan melodramas que tienen como cimiento a la subcultura que envuelve a este tipo de música, habla de cómo ha asaltado de manera importante los principales medios de producción ya no solo musicales sino también audiovisuales.

Reitero: solamente el tiempo dirá si se trata de una moda pasajera o si realmente estamos ante una forma de expresión musical que permanecerá en la cima por un tiempo determinado para luego anclarse en el océano de las nostalgias de quienes hoy se desvelan frente a sus dispositivos móviles o computadoras con la esperanza de conseguir un boleto para ver a Bad Bunny. Es una película que hemos visto en muchas ocasiones y no toda la música que tiene su génesis en los barrios populares suele tener una caducidad indefinida.

El reggaetón ha salido de esos barrios para instalarse en el gusto de gente perteneciente a todas las esferas de la sociedad. Comparte en ese sentido –guardando todas las proporciones- una historia común con el Tango, el Jazz o el Rock que nacieron en estratos sociales bajos, pero que han logrado trascender de manera importante para instalarse en otros escenarios, algunos de ellos de altísimo nivel. Pero también existen otras tantas formas de expresión musical cuya esfera de influencia – sobre todo en lo artístico – no logra ir más allá y termina por perderse.

Lo que queda claro es que en este momento no hay nada más popular que el reggaetón. Lo que ha pasado con Bad Bunny es la muestra más importante de un género musical que ha aprovechado al llamado “Imperio de lo Efímero” para vender y hacerlo espectacularmente, vender para una generación que parece destinada a un futuro muy complicado y que ha encontrado en el baile, en la piel, la expresión que ahora necesitan para plantarle cara a lo que viene. Y no hay duda que existe algo de revolucionario en ello. aunque sea una revolución fincada en algo que parece frágil y transitorio.

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