Carlos Martín Briceño reseña esta antología coeditada por Sedeculta y Ficticia Editorial.
Aunque no goza de tanta popularidad como la novela, el cuento, después de la poesía es, sin duda, el género que más se escribe en México. Por eso no es extraño que el Premio Nacional de Cuento “Beatriz Espejo”, a veinte años de su creación, siga convocando anualmente a cientos de narradores, nóveles y consolidados, que aspiran a ser leídos y reconocidos. El certamen, además, se ha posicionado como uno de los más importantes del país, tanto por su transparencia como por la lista de sus ganadores y finalistas, entre los que se encuentran algunas de las plumas más selectas de la República de las Letras.
Y para que el lector tenga la oportunidad conocer los relatos ganadores, que seguramente ya han aparecido por separado como disparos en la oscuridad en revistas o páginas electrónicas, la Secretaría de la Cultura y las Artes de Yucatán, junto con Ficticia Editorial, ha tenido el acierto de publicar El Espejo de Beatriz, Volumen 2, antología que reúne las treinta y seis historias que recibieron los primeros lugares y las menciones de honor desde el 2008 a la fecha.
Este libro, además de brindar al lector la oportunidad de juzgar los aciertos o fallos del jurado, constituye una muestra palpable de los derroteros que siguen los narradores mexicanos en el siglo que transcurre. Es una prueba, también, de que el cuento es un género vivo, nada menor como afirman algunos, que retrata las principales preocupaciones y problemáticas del país. Tan diversos como las visiones de sus autores, no resulta fácil clasificarlos, pero tomando en cuenta sus temáticas, con tal de sembrar en el lector la avidez por degustarlos, haré el intento.
Los hay que aluden a lo fantástico, de esos que desafían la frontera y antítesis entre lo real y lo irreal. Post mortem, el cuento que abre la colección, de Salvador Hurtado, una reconstrucción gótica con claras influencias de Allan Poe, es un buen ejemplo. También lo son El guardadito, de Joaquín Filio Tamayo; Trucos de bolsillo, de Efraím Blanco y Coda, de Amelia Suárez Arriaga. En los tres casos los autores se decantan, como quería Borges, por el tema de la confusión de lo onírico con lo real: un niño que vomita dinero, un mago que desaparece a su audiencia infantil, una pareja que juega a morir y revivir a través del sueño.
Danza africana de Iliana Olmedo; Hombre al agua, de Carlos Farfán; Peces podridos, de Andrés Jesús Castillo Martínez; Renault Alliance, amante y pistola, de Itzel Guevara del Ángel; Un hombre no entrega el corazón, de Luis Aguilar y Todo está cumplido, de Angélica López Gándara constituyen un sexteto de historias que aborda con maestría y desparpajo el tema de la infidelidad. Ya sea desde la sensualidad del baile, la inesperada muerte del amigo traidor, la venganza involuntaria del océano, el hartazgo de la mujer sumisa, la no aceptación de la bisexualidad o la imposibilidad del deseo, todas nos recuerdan que el adulterio es una de las principales fuentes de las que abreva la literatura, y que también el desamor, cuando se aleja de la cursilería con la que a veces se le retrata, nos puede regalar buenas historias, tal como sucede en Déjà vu, de José Luis Domínguez y Ionic King, de Claudia Cabrera Espinosa.
Hay en esta antología cinco cuentos que tienen su eje central en la infancia y adolescencia, territorios que dejan marcas que duran para siempre y que se reflejan en la actitud hacia nosotros mismos y los demás. Crisis, de Carlos Farfán; Cuidados paliativos, de Yobaín Vázquez Bailón; Los doce deseos, de Monserrat Ocampo Miranda; No te dejan salir, Ricky Randy Johnson contra los pájaros volando y La balada del infante marica, de Alonso Humberto Marín Ramírez estos tres últimos, son contados desde el punto de vista de los niños para dejarnos saber que no hay forma de suplir el amor de padres y que más vale entenderlo si no queremos que los hijos reclamen su derecho en el futuro.
Narcotráfico, drogas y violencia, flagelos que aquejan a nuestro pobre México desde hace un par de décadas, han permeado, inevitablemente, la literatura mexicana contemporánea. Y para prueba, bastan ocho botones de esta antología: Desaparecido, de Raúl García Rodríguez; A ras del suelo, de Daniel Tristán; Huellas en el camino, de Hernán Arturo Ruiz; La cerca, de Jorge E. Basaldúa, Lo que pasa por la cabeza de un tirador, de José Luis Enciso; Últimos ajos acompañados, de Miguel Ángel Gómez Reyes; Tiburones, de Adán Medellín; Cartas a Charlottenburg, de Martín Durán. Eso sí, ninguno recurre al facilismo de la violencia gratuita. Utilizando diversas figuras literarias, a veces con una prosa y precisión impecables, los autores, colocando por encima de la nota roja los conflictos humanos, logran transmitirnos honesta y trágicamente la angustia de sus personajes.
Mención aparte merecen aquellos cuentos que hacen literatura con la literatura o la historia. Y aunque pareciera que se necesita cierto bagaje cultural para disfrutarlos, lo cierto es que sus autores, merced a su maestría, seducen a cualquier tipo de lector, atrapándolo con una minuciosa descripción de hechos y detalles. Rembrandt y los almanaques, de Juan Casas Ávila; Morir en Shakespeare, de Arturo Núñez Alday; El antiguo enemigo, de Gustavo Vázquez Lozano; Mausoleo, de Federico Vite y El animal más hermoso del mundo, de Mauricio Carrera, todos ellos merecedores del primer lugar, son claro ejemplo de que la literatura constituye una excelente aliada para entender y resistir los embates de la realidad.
Dejo para el final cinco cuentos inclasificables, que tratan de temas diferentes a los anteriores, pero no por ello menos atractivos. Soledad, fútbol, fiesta brava, los rescoldos de la guerrilla guerrerense y un asesinato premeditado son las cuestiones que respectivamente abarcan Prometeo en la calle 51, de Javier España; Crack, de Marcial Fernández; El duelo, de Edgardo Arredondo; El pez más chico, de Adriana Ayala y La ofrenda, de Enrique Adonis R.M. Ninguno decepciona porque están contados, como recomendaba Hemingway, de manera que el significado más profundo de cada historia no sea evidente, sino que brille implícitamente.
En estos aciagos tiempos en que el presupuesto para actividades culturales ha sido drásticamente reducido por la Federación, hago votos para que las autoridades culturales del Municipio de Mérida y del Estado de Yucatán continúen convocando indefinidamente este importante premio que estimula la producción literaria, fomenta la lectura del cuento en el país y celebra la obra de una de las cuentistas mexicanas más emblemáticas de México.