En la gala austríaca y polaca
El Peón Contreras, vestido de gala de los pies a la cabeza, deslumbró con la presencia de W. A. Mozart a través de un repertorio apenas suficiente para saciar el gusto por su obra inconmensurable. Era la agradable noche del dos de febrero de dos mil dieciocho y el clima no podía ser más excelente tanto afuera – mirando las estrellas – como dentro, disfrutando su brillo a través del manantial que fue la inspiración del salzburgués genial.
En la segunda parte del programa, un genio polaco cuyo nombre es de escasa o nula noción en Mérida, Mieczyslaw Karlowicz, la Orquesta Sinfónica de Yucatán introdujo la atmósfera de uno de los estados del Romanticismo, en su fase más vanguardista. Por principio, las luces se apagaron y la música refulgió. La Obertura de “Don Giovanni” KV. 527, compuesta hacia los últimos años del compositor, fue el aperitivo perfecto, un atisbo a la monumental ópera que la emana y que la OSY se enorgullece en anunciar para esta temporada.
El dramatismo de su primer acorde, como erupción volcánica, presagiaba un evento de mayores dimensiones. Las escalas parsimoniosas se fueron sucediendo, elevándose más para rematarse en acordes de estridencia majestuosa y elevando la fascinación ante la notable belleza de su avance. En instantes, Mozart estaba enseñoreado de la atención de los presentes, en una especie de hechizo detrás del que no se sabe qué admirar primero, si su forma de utilizar una sinfónica, el virtuosismo de su partitura o la ejecución de la orquesta, que para la ocasión fue conducida por una batuta invitada, la del maestro polaco Jacek Rogala, absolutamente acostumbrado a dirigir esta clase de maravillas. La transición sonora de lo escrito en un papel, tanto como el virtuosismo del compositor y la afortunada ejecución, provocaron ovaciones que debieron ser más cálidas y más prolongadas: fue una muestra de la magnificencia que será interpretada completa en fecha próxima.
El Concierto para Violín Núm. 4 catalogado con el número 218, es obra de un Mozart adolescente. No obstante su juventud, las dimensiones de su legado en esta época de su vida, fueron magistrales y regias, acontecidas por su inmensa creatividad para la melodía e incontables recursos para armonizar. El concierto, hecho de tres partes habituales – Allegro, Andante Cantabile y Rondó – es una meta de interpretación para cualquier orquesta y sobre todos, para cualquier solista.
Para esta posición, la responsabilidad recayó en las manos magistrales de Osvaldo Urbieta Méndez, joven concertista oaxaqueño que tiene una amplia trayectoria, con la que ha obtenido buena cosecha de premios y reconocimientos. Volcados en la interpretación, la altitud mozartiana es algo que puede quedar lejos del alcance de muchos. No estriba únicamente en aspectos técnicos, sino en el espíritu que radica en todas sus notas. Mozart es sumamente fácil de escuchar, pero su interpretación es otra historia. Como su música solamente puede provenir del Cielo, antes hay que ser ángel, al menos un poco.
Algunos lances se produjeron por causa de los tales tecnicismos, dedos que posiblemente titubearon un poco al decir de frases. Mozart, como es costumbre, tras haber dibujado su versión del Paraíso, cerró su concierto discretamente, como una brisa que se acaba, sin hilván con otros compositores, que suelen buscar el fanfarrioso recurso común, mientras mayor, mejor: el remate estruendoso y la rimbombancia. La retribución fue un aplauso espléndido, que provocó gente puesta en pie y otras expresiones de júbilo.
Finalmente, el cierre de la ocasión fue para estrenar en nuestra ciudad la Sinfonía en Mi menor Opus 7, inspiración de Mieczyslaw Karlowicz, una muestra excelente de lo que pudiera haber sido compuesto con matices de Mahler o de un Brahms evolucionado, con el peculiar enfoque de basarse en los metales y las maderas para construir sus estructuras armónicas, con finos aderezos percutidos. El discurso sinfónico, no obstante el apasionamiento que consigue y proyecta, es opuesto a movimientos en falso. Su madurez que rebasa lo exquisito, es un abrazo continuo que por momentos se fortalece de la cuerda, desarrollándola en un modo que en realidad no se emparenta con nadie de los compositores de su tiempo ni anteriores.
Los cuatro movimientos que conforman la sinfonía van del Andante – Allegro (primero) al Andante pero no demasiado (segundo). La llegada del tercer movimiento, Vivace – Molto menos movido (tercero), plantea una frontera indefinible con el resto de la obra, no como si fuera ajena de la otras, sino complementaria en un modo sorpresivo. Para la conclusión, un Allegro Majestuoso, génesis de plenitud, se va transformando en Allegro Moderado pero prosigue escalando hasta llegar a un Allegro Vivo, glorificación de un final que nunca se pudiera prevenir.
Fue una velada de estupenda entrega, no solamente por la alta calidad en la interpretación de las obras en el programa, sino por el sensato equilibrio – difícil ecuación – que es zarpar con Mozart y dirigirse por otros rumbos con una composición de dimensiones quiméricas, misión del magnífico compositor polaco Karlowicz. ¡Bravo!