Sanders y la OSY cabalgan con el Quijote de Telemann

Bajo la batuta del director invitado Stefan Sanders, la Orquesta Sinfónica de Yucatán mantuvo su corriente germana con un programa compuesto por Mendelssohn, Telemann y Mozart, según la crónica de Felipe de J. Cervera. ¡Bravo...!

A mano limpia, descartando batuta, el maestro Stefan Sanders fue el invitado de la OSY para dirigir su sexto programa, en esta temporada treinta y siete. Mientras recibía la ovación de entrada, se le veía una sonrisa bajo el cubrebocas. De frente al público, correspondió al saludo con la misma amabilidad con que trata a la música. Un segundo después, girando sobre talones, cambió el calor cuaresmal para invocar a Mendelssohn con una obertura, primera de siete secciones que conforman el opus 74 de su Athalie.

La obra, así en pequeño, es presagio de grandeza, lógica en la madurez del compositor. Mendelssohn cede una vez más a los pedidos de la nobleza, esta vez del rey Federico Guillermo IV de Prusia y compone, con el denso lenguaje del Romanticismo, algo para obsequiar a su corte. El resultado, ad hoc majestuoso, experimentaba algo que ocurre con algunas obras de Schubert: se adivina a Mozart en sus armados. Pero, más formal que jocosa, así la obertura sonó con cada matiz inculcado por el director. La destreza de la sinfónica demostraba por primera ocasión ante tal audiencia, su solidez para trabajar en equipo.

A los breves minutos, más aplausos. Todo estaba saliendo bien y era momento de prescindir de alientos. La reducción dejó a la familia de la cuerda como exponente de un Telemann originalmente barroco, que por razones elementales tuvo que ajustarse a la talla de una protosinfónica o mejor dicho, de una orquesta de cámara.

Se trató de la suite “Don Quijote” que, desde su nacimiento como texto, ha impactado por su espíritu humanista. El compositor, con el objeto de hacer que una pasión domine la expresión central, es un retratista del ánimo. Se mueve por la retórica musical del siglo en que vivió, con sus formas rítmicas, sus pausas y el frenesí de escalas que suben con gracia con tal de reiterar lo que en palabras dijera el escritor.

A los molinos de viento, que Don Quijote atacaba con su adarga, Stefan Sanders los acomete con violines y recrea el universo de los personajes principales, esta vez según Georg Telemann ya no barroco, sino bastante clásico. Allí también están los suspiros de Dulcinea, los porrazos de Sancho Panza, el galope de Rocinante, mediante ornatos que la orquesta reproduce, estimulando la imaginación.

En el movimiento final, de pronto es imposible seguir escondiendo al entertainer que lleva dentro: mostrándose de frente, el director marcaba el ritmo con aplausos, seguido por la concurrencia, en divertido intento de introducir a todos a la novela sinfónica. Ese fue el segundo momento en que la orquesta, bicicleta manejada sin manos, avanzó con el carácter decisivo hacia el final. Impulsándose a cada aplauso, comunicaba el júbilo del maestro Sanders.

Por fin, el grande entre aquellos de su misma lengua alemana. Mozart se abrió paso con su penúltima sinfonía (según Köchel), tan cuarenta como la temperatura de Mérida en el día o en la noche, después del efímero reposo invernal. La integración familiar trajo consigo a los alientos de vuelta, a los de madera y a los de metal, nuevamente prescindiendo de percusiones. El repaso de los cuatro movimientos de su formación sonata, hace lo único que puede hacer: elevar el espíritu. Mozart es un señor de la composición, siempre lo fue; pero en su lucidez ya no hay palabras que describan sus métodos ni sus intenciones de tanto estar ascendiendo a un cielo propio, lleno de luz.

La refinada interpretación de la Orquesta Sinfónica de Yucatán lo reflejó y de ello se desprendieron fuertes aplausos. La configuración del repertorio para esta ocasión, hizo un feliz preludio de primavera. Lo más interesante es que nada detiene la entrega de tan bella música: ni pandemias, ni la distancia, ni la barrera del tiempo, ni el calor. Siempre habrá oídos para tantos genios y sus intérpretes, como esta vez que Mendelssohn ajustó el momento para Telemann y, al final, Mozart lo dejó perfecto. ¡Bravo!

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