Despotriques aleatorios contra los medios, el mundo digital y el cine
Hoy quiero hablar e ir de la crítica al comentario de ocasión, del análisis al reduccionismo de lo que debemos y no debemos de valorar según miles de portales chafas que nos vienen a hablar de tantas cosas. Hace ya más de 20 años que un concepto, desde entonces ya rancio en el mundo académico, circulaba en los pasillos de algunas universidades. Le llamábamos posmodernidad (sepa la mierda como le digan ahora).
Entre otras cosas que “denunciaba” este “novedoso” concepto (y es que digo denuncia, pues eso parecía irrisoriamente), están una serie de fenómenos que hoy son norma. En algunos de ellos se encontraba el cambio de identidad a partir del nombre (es decir, que en la posmodernidad ya uno se hace de su nombre, como los apodos mamones que nos ponemos de FB). No se me hace una característica privativa de la posmodernidad, pero entonces ¿dónde ubicamos a Pessoa y sus tantos pinches apodos o heterónimos?
Otro de estos fenómenos, era la inmediatez de la información. Yo pensaba que con los cintillos de bullets informativos mientras Javier Alatorre decía una sarta de pendejadas, a manera de información noticiosa (hace 18 años) ya lo había visto todo. Hoy esto está de ¡no mames! Videos mientras hago scroll en un puto celular, mi habla llena de anglicismos, sin duda esto era el sueño de Gianni Vattimo, cuando se refería al “Pensamiento débil” (1983). En mi caso particular, la inmediatez sucede con la música desde hace ya varios años. Desde que la música se volvió cada vez más un asunto virtual, empecé a consumir más discos y más bandas, considerando que un disco de hace tres meses ya era viejo para mí. Y qué decir de un disco de hace dos años. ¡Barbaridad!
Es por ello que me sorprendí a mí mismo disfrutando discos que en la vida había escuchado y que eran de hace 30 años, como es el caso de Pink Floyd, banda que apenas descubrí en 2015, una puta antigüedad que me encantó. Hoy que me he involucrado en este rollo de la “crítica” (no me considero tal cosa), veo que igual el espíritu de la inmediatez ha desplazado al análisis. Por ejemplo, la competencia entre sitios de mierda ha hecho del comentario (olvidemos el análisis) cinematográfico una pendejada de ocasión y en un “tren del mame”, ese concepto de principios del 2000 que viene del “Cluetrain Manifesto”.
Ante este panorama, ya no nos podemos detener a analizar, ya el análisis se convierte en nota periodística (informativa tipo Rotten Tomatoes), ya saben, lo In y Out de la película o tonterías por el estilo. Es por ello que existe poco tiempo para denunciar (yo si acepto mi cómica condición de denunciante) el abuso del cine digital como fue el caso de la colosalmente mala Blade Runner sin un Ryan Gosling rubio, como siempre debería ser. ¿A estas alturas quien recuerda la película? Salvo porque el fotógrafo (Roger Deakins) que al fin ganó su Óscar.
Menos resulta pertinente recordar algo de Star Wars VIII, ya pasada la fiebre de denostaciones y defensas. Ya poco importa señalar que, como ya vivimos la época de la ensoñación políticamente correcta (por no decir la ilusión), finalmente Chewbacca se volvió vegano. Más allá de que si los nuevos personajes no tenían punch (para mí son magníficos). Ya ni que decir la supravalorada “Shape of Water” del Dios Tapatío. Una película auto homenaje (porque YOLO) y porque “soy Del Toro”. Esto me recuerda una anécdota de una gobernadora que cuando ganó la elección se mandó a hacer una senda vaquería (fiesta del pueblo) con dinero del erario y dijo: “me lo merezco”.
En esa película no hay ni un sólo diálogo con el público, todo es: mira sé hacer monstruos chingones porque soy yo. Sé hacer una gran historia como Hollywood la quiere porque soy yo. Fue una película en la que él tuvo un diálogo unilateral y se homenajeó a sí mismo; y no hay quien se lo pueda negar porque ya se rompió la madre no años, sino décadas en la industria. Ok, eso es correcto, pero ¿y el público? Ahhhh. ¡Claro! Como está de moda, metió a un co-protagonista LGBTTIQ de la época, ¡no mames súper de vanguardia el pedo! A mi parecer, debieron darle el Óscar a ese cabrón. Para los amantes de La La Land, metió allá una escenita de Fred Astaire, como queriendo decir que hizo un justo homenaje al viejo Hollywood. Por ello, empiezo a sospechar que Vattimo tenía razón (pinche filósofo ochentero) y sí, como bien decía, nuestro pensamiento es cada vez más débil…