La cultura del masaje Totumo: una crónica colombiana

Mar Gómez escribe su experiencia en Cartagena de Indias y el masaje con jícaras que recibió dentro de un volcán.

Durante los años ochenta tuve mi primer encuentro formal con el masaje. Laboraba en el recién creado nivel de Educación Especial. En esa época a los pequeños usuarios aún se les podía tocar, de hecho, era parte del trabajo tener acercamiento de piel a piel, lo que en la actualidad está prohibido por el cambio de modelo de atención en este tipo de instituciones, de rehabilitatorio terapéutico paso a ser educativo. La finalidad era el enseñar a los padres de familia la estimulación temprana tan necesaria para esos pequeños, no era el tocar por tocar, era hacer arte comunicativo usando las manos, tocamientos amorosamente artísticos.

Así fue que nos capacitaron en el también recién creado Instituto nacional de neuropsicología con una técnica inspirada en el masaje sueco de reflexología: “Masaje Vimala para bebes”. Una maravillosa estrategia para usar el tacto, para avivar con caricias suaves, para estimular el funcionamiento de todos los sistemas importantes (respiratorio, circulatorio, digestivo, nervioso, endocrino e inmune), para generar la comunicación no verbal de estos bebes que habían nacido con alguna problemática.

El totumo es un fruto que sirve como recipiente vegetal que crece en toda Centroamérica. En Yucatán lo conoces como jícara.

De esa experiencia consciente nace el encariñamiento con todo lo relacionado a estas técnicas, lo que me ayudo a entender que el cuerpo es un refugio de emociones, un templo que alberga memorias de placeres y tensiones, que la piel tiene sed, que necesita ser tocada con arte, amada desde que nacemos hasta nuestra muerte, porque los seres humanos somos más que carne y huesos, somos energía vital y espiritual. En esos tiempos el masaje solía estar asociado, en el mejor de los casos, a vacaciones suntuosas, a playa, a grandes cadenas hoteleras; era percibido con estigma asociado al lujo y poder adquisitivo, lo que no era erróneo, aunque tampoco totalmente verdad.

Otros lo miraban como un tema tabú asociado a la sexualidad y a la prostitución, falso para muchos, absolutamente cierto para quienes lo percibían por sus experiencias personales a ello. Afortunadamente cada vez más se fue divulgando la cultura del masaje y por ende la aceptación de su importancia en la salud física y mental, entendiéndola de una forma educativa y civilizada, enraizada a las milenarias técnicas y disciplinas orientales asociadas de igual forma a las culturas médicas y antropológicas de los pueblos.  En la actualidad existen tantas verdades y mitos como tipos de masajes. Sería ocioso hablar de ellos aquí, prefiero contarles la historia de uno de ellos…

EL TOTUMO

La costa caribe colombiana me recibió con música de acordeón y olor a cumbia, los coloridos callejones con balcones coloniales que son arte visual y hacen vibrar los cuerpos junto con sus murallas invitaban a redescubrir su historia y escribir la mía en este museo mágico al aire libre, la esplendorosa Cartagena de Indias que susurra la frase de Gabo “la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda”, y el organismo empezó a funcionar mejor.

Al estar admirando la gran puerta del reloj fui abordada por un hombre, invitándome con el típico acento cartagenero a comprar un paseo turístico. Recién llegaba de una experiencia táctil con los “perezosos”, esos pequeños animales que dicen que ni son osos ni primates; venia hechizada, el alma seguía acomodándose en el cuerpo por la experiencia del contacto con ellos, así que poco escuchaba la sugerencia de tomar un baño de lodo, que aseguraba ser benéfico para la salud y una maravilla para el cuerpo, argumentaba que debido a los componentes del lodo de estas tierras abundantes en sales y minerales, calcio, yodo y magnesio volvería a nacer; la invitación no sonaba a nada nuevo, nada interesante… pero que el baño fuera tomado dentro del cráter de un volcán lo volvió diferente, tan extraño como cautivador y sugerente.

Cuando en la verborrea de mi nuevo parcero sonó la palabra “masaje”, entregué toda mi atención a él. Una de las primeras y más simples emociones de la mente del ser humano es la curiosidad que es una especie de insubordinación, la que no tiene saciedad, y entonces el misterio se convirtió en un morboso deseo de conocerlo. Con música de Joe Arroyo y su famosa rebelión abordé el autobús, después una hora de cumbias y vallenato que acortaron la distancia. Al fondo de la recta carretera se veía gallardo, erguido, ¡ahí estaba el volcán del totumo!, a la distancia parecía enorme, al ir acercándonos su tamaño disminuía, con sus treinta y cinco metros de altura sobre el nivel del mar y dos mil trescientos de fondo estaba esperándome, como un novio enamorado.

Los pobladores de la región se acercan para darme la bienvenida e invitan a despojarme de ropas sobrantes para quedar en traje de baño. Una escalera rústica de madera aguardaba mis pies descalzos, una especial y divertida atracción sucia de hacer turismo ecológico en un cono volcánico me parecía divertida. Llegar a la boca del Vulcano fue tardado, había que tener cuidado de no resbalar. El cráter inerte abarrotado de lodo aceleraba la emoción por descubrir como ingresar dentro de él, no hay manera de sumergirse, la densidad no lo permite, solo se escuchan algunas burbujas de aire que expulsa el inactivo geiser. La sensación de unas grandes manos varoniles frotando y exfoliando mi cuerpo enlodado y flotando en la cavidad fueron la recompensa a esa ansiedad, mi masajista era un hombre simpático y conocedor de las leyendas de su pueblo, amasaba mis piernas y brazos narrando que hace miles de años un sacerdote católico vertió agua bendita el volcán ígneo, convencido de que el cráter y su lava eran obra del demonio, convirtiéndolo en lodo.  

Terminé agradecida de escuchar la leyenda y de la media hora de placer lodoso, las únicas erupciones fueron los suaves gemidos producto del agrado de ser tocada de esa forma tan sana, finalizaba el masaje para dar lugar a otro igualmente gozoso: el baño en la Ciénega que se encuentra al lado del pequeño y majestuoso volcancito. Una mujer indígena me aguardaba con su jícara para eliminar el lodo con sus suaves manos en la transparente agua fresca.  Retirar con suaves masajes circulares los residuos fue sin duda igualmente placentero. Las líneas energéticas que recorren mi cuerpo fluyeron como las placidas aguas de este lugar, haciendo salir lo estancado como si se tratase de piedras o ramas.

Una experiencia diferente, ¡cierto! Le llaman masaje exfoliante en lodo curativo, nada que ver con el coreano, con el alquímico, o la digito puntura; quizá se asemeje al linfático, pero no al sueco, o al deportivo, tailandés o relajante; completamente lejano a la aparatología masajeadora. No, ¡ninguno es igual! Lo que quizá se parezca será el placer de unas manos sanadoras en el cuerpo para dar bienestar. El acto intuitivo de frotarnos cuando sufrimos un golpe o dolor deja claro que la especialización con tantas técnicas tiene propósito, arte y cultura.

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