“Quien da pronto, da dos veces”. Séneca
Gustavo Rivero Weber, tras cerca de cuatro años, ha vuelto a blandir la batuta frente a la Orquesta Sinfónica de Yucatán, en el noveno programa de la temporada septiembre diciembre dos mil veintidós. Tratándose de Grieg y Beethoven, el director invitado emprendería un camino bien conocido, para reflejar su apego a cada palmo de la interpretación.
La muy célebre suite número uno de Peer Gynt del compositor noruego Eduard Grieg, fue un halago para los niños y para quienes por primera ocasión llegaron a un concierto formal. El lenguaje romántico – de acentos nacionalistas – con que está armonizado, se asemeja a la musicalización incidental utilizada por los compositores de la cinematografía actual. No es desatinado, por consiguiente, señalar a Grieg como un padre de tales criterios.
En su configuración, la suite destaca por sutileza, siendo su segundo movimiento – La Muerte de Aase – del que depende la sima emocional, considerando cosa aparte la alegría y lo descomunal de los movimientos restantes. Sin embargo, Gustavo Rivero prescinde del tempo lento con tal de hacer su mensaje más liviano. Pudo hacerlo sin manifestar descortesía y, en cambio, la compagina en contexto del divertimento global de la breve suite. El tercer movimiento – el vals Danza de Anitra, casi arrancado del catálogo de Tchaikovsky – lució el embeleso para el que está hecho, dejando de cumplir la afinación exigentísima en el fraseo agudo, sutileza que no demeritó la interpretación.
Su energía creció apuntalada por los contrabajos y el humor creciente de los alientos. Peer Gynt arrancó ovaciones instantáneas, como lo previera el compositor, con ese golpazo entusiasta por haberse entrometido a la “Gruta del Rey de la Montaña”. Agradecido, el maestro Rivero procedió a la interpretación de la segunda sinfonía de Beethoven, con algunos comentarios previos para sopesar la importancia de dicha composición en la trayectoria del genio.
A lo largo de sus cuatro movimientos, la sinfonía despliega una serie de ardides, controversiales en su tiempo, sobre los que no vale la pena puntualizar debido a que, en su época, si bien causaron sorpresa o hasta revuelo, hoy son se une a los colores en ese cuadro que todos valoramos: su legado total. Sí cabe mencionar los sutiles homenajes a Haydn y Mozart, pero incorporados como pinceladas que no adelgazan su lenguaje propio.
Antes del segundo movimiento, Beethoven habrá expresado la inmanente fuerza de su carácter. Asombroso, da un golpe de timón – con su Larghetto – y hace un nuevo recorrido emocional, variando la intensidad de su discurso con el que logra conmover; y de nuevo variarlo, como si lo acordado fuere insuficiente o necesariamente sujeto de renovación. La orquesta iba cumpliendo los requisitos de cada compás y así, la batuta se paseaba por aquellos pasajes con la facilidad de un día en el campo. Beethoven satisfizo lo que se espera de su presencia y la audiencia estalló en aplausos instantáneamente.
Tremenda calidez y no era para menos: la OSY bien pudiera ser llamada especialista en Beethoven, si un día se pretende enlistar sus cualidades. Como buen pianista, el maestro Rivero compensó aquella aplaudería y ofreció un agradecimiento doble tanto con palabras como sin ellas. El buen desempeño se tradujo en una pieza de encore. Pues fue una aportación inesperada: era el segundo movimiento – Contemplación – de la obra “El Jardín Encantado”, de su mentor Alfonso de Elías, al que denominó romántico mexicano. Y sí, realmente lo es, en un sentido próximo a Dvořák. Su aura decisiva fue un cierre en plenitud de bondades.
Música accesible, pero bien delicada, bajo el dominio de la Sinfónica de Yucatán fue una despedida elegante para el mes de noviembre, que en Mérida y en todas partes ha sido memorable en más de un sentido. Los grandes aplausos para la sinfónica, con batuta propia o prestada, lo refrendan. ¡Bravo!