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Concierto 8 de la Temporada XXVII: Mozart, Kodály y Liszt

Considerando que W. A. Mozart ya componía a los 5 años de edad –allí por 1761– y hasta el fallecimiento de Zoltán Kodály acaecido hace medio siglo, surge la cuenta de dos centurias abarcadas en el repertorio de la Orquesta Sinfónica de Yucatán, para el concierto 8 de la Temporada XXVII, nuevamente dirigida por su titular, el maestro Juan Carlos Lomónaco, la noche del viernes 24 de marzo, repitiendo el recital el domingo 26.

Zigzagueando del clasicismo de Mozart al siglo XX con Kodály y luego un paso, ahora atrás, al decimonónico con el inclasificable Franz Liszt, la orquesta planteaba tres obras, cada una tan magistral como las demás. De entrada, la mozartiana Sinfonía 40 –una dicha de perfección– daría paso a las Danzas de Galanta, inspiración de un Kodály doctoral, generoso en gracia y elocuencia. Luego concluiría con la interpretación de Los Preludios S.97, vocación poética de otro austro-híngaro grandilocuente, Liszt.

Tras breve comentario del director, los primeros compases de la Sinfonía 40 surgieron sorpresivamente. La obra, desde el inicio, dice mucho y en voz peculiarmente baja, cuando la atención podría estar fuera de foco. Compás a compás, el primer movimiento sentó las bases de su trascendencia, con acostumbrado virtuosismo en que la melodía -reconocible hasta para el ajeno al repertorio académico- evoluciona repitiéndose a sí misma, en un acertijo cuya respuesta sorprende por su vitalidad e ingeniosa resolución. Lo que tiene de fácil de disfrutar, lo tiene de complejo en su interpretación. Reflejar el espíritu que vive en sus notas, que por sí mismas parecen una matemática comprobación de la felicidad, implica el esfuerzo primero de ser humano –o ángel– y después músico. Con este logro, se puede alojar en la memoria para muchos años o para siempre.

Al Molto Allegro siguió un Andante que en sí mismo debería ser considerado uno de los sagrados patrimonios de la Humanidad. Tras veintiún compases de diálogos sutiles entre cuerdas y maderas, de pronto aparece un inmenso horizonte que quita el aliento, con los más bellos colores del bosque de la imaginación, trayendo un sentimiento intenso como la fuerza de su ejecución. Cientos de compositores desearían pasar a la Historia con algo semejante. Para Mozart solo fue cuestión de tomar la pluma y ponerlo en un papel. Los demás movimientos atendieron a la naturaleza de sus caracteres. Tercero en el orden, el Minueto, delicado y jovial, asombroso en todo momento, logra desprender una efusiva sonoridad con el tutti orquestal, antecedente para el fraseo replicante del Finale, alegre y apurado por darle acabado a la obra, evocativa de cómo podría sonar el eterno paraíso.

Transcurrió así la primera parte de un concierto que se delineaba emocionante. Habría mucho más. Llegó un portento húngaro, Zoltán Kodály, con sus Danzas de Galanta. Tal como plantea, fue una tertulia graciosa entre secciones, con oboes y flautas disputándose por cantar las frases más alegres, más festivas, cuando el grueso de la orquesta así lo permitía. Surge de un planteamiento cuyo motivo musical, pasando los livianos trinos del clarinete, comienza a respaldarse con marcación de contrabajos, sutiles hacia a un enigmático pasaje: reflejando un arrebato profundo hasta desencadenar episodios de flauta disuelta en la orquesta. La obra de Kodály, gloriosa en su estructura, retrata a su patria amada. La interpretación de la orquesta, precisa en sus recursos, dio todo para arrancar cada aplauso recibido.

Para finalizar, llegó la partitura de Los Preludios (con el número 97 según el señor Searle, su catalogador). Franz Liszt, acostumbrado a expresarse con toda la sonoridad posible*, fue invadiendo la sala del teatro con un impresionante crescendo, sumamente bello y bien expresado. A partir de entonces, su poesía sinfónica nació deslumbrante en figuras de trompetas y de percusiones, con un soberbio pasaje de la cuerda grave acompañada del manto armónico de los primeros violines. Los detalles, las ideas musicales, todos indescriptibles, evolucionaron de manera tan tersa que nunca fue posible percibir las bisagras entre cada una de las partes.

El concierto fue un mosaico de muchas emociones, excelentes para el ánimo. La selección del programa permitió disfrutar una muestra sólida de cada estilo, en las particularidades de uno y otro compositor, sin atender demasiado a la uniformidad en las tendencias. Es gratificante descubrir de nuevo la grandiosidad en los detalles que surgieron de aquellas mentes privilegiadas, no solo por su legado, que es incomparable, sino por el sitio trascendente que siempre seguirán ocupando. ¡Bravo!

*A Franz Liszt se debe en gran medida la existencia de la gran cola de los pianos, siempre queriendo más volumen hasta alcanzar los cuatro fortes de sus partituras.

Mira el concierto en vivo aquí:

https://www.facebook.com/OrquestaSinfonicadeYucatan/videos/1316777868368243/

 

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