Soy de los que piensan que las entregas de premios hollywoodenses se caracterizan por elegir a sus nominados y ganadores por muchas razones que, en la gran mayoría de los casos, poco tienen que ver con el cine y más con los intereses de las grandes productoras o con el contexto político y económico que se presenta coyunturalmente con cada nueva temporada de premiaciones. Sin embargo, también estoy convencido que en ocasiones la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas de los Estados Unidos ha premiado con toda justicia a producciones que se destacan por su alto valor cinematográfico y a quienes las han hecho posibles.
Roma es uno de estos extraños garbanzos de a libra, una de esas rarezas que se han ganado el derecho a ser reconocidas por su gran calidad, pero que no deja de estar envuelta en una paradoja pues su éxito en los premios de la industria del cine norteamericano también tiene que ver con el singular escenario que se vive en la política en los Estados Unidos y en el que la poderosa industria del entretenimiento ha tomado partido.
Nadie puede negar que existe un consenso entre los críticos de cine más importantes de que lo hecho por Alfonso Cuarón entra en el terreno reservado a las obras maestras. Pongo tres ejemplos: Carlos Boyero, en El País, la calificaba como “Cine puro y hermoso”, para luego ahondar en que la cámara es utilizada como “un instrumento para narrar la vida”. Peter Travers, en Rolling Stone, decía que “Cuarón ha roto los muros del lenguaje y la cultura para elaborar la mejor película del año”; Leonardo García Tsao, en La Jornada, escribía que “Cuarón ha hecho la película mexicana que será una referencia inevitable en los años venideros. Tan rico es el despliegue visual y auditivo de Roma que uno siente la necesidad inmediata de volverla a ver. Seguro las repetidas visiones revelarán otros significados”.
Los anteriores son tres fragmentos de las opiniones de personas que traen consigo un enorme acervo de sabiduría cinematográfica y a las que se ha sumado un emocionado Guillermo del Toro que, en un sincero y magistral hilo de Twitter, ha escrito “10 observaciones personales sobre Roma”, en las que el jalisciense disecciona a la película con la sencillez de quien no solamente se rinde ante una gran película sino con la del erudito que no necesita de un lenguaje rebuscado y/o académico para mostrar su sapiencia.
Por lo tanto, es innegable que el inestable Óscar ha cometido uno de sus más grandes aciertos al nominar a Roma en sus categorías más importantes. Es un evento cinematográfico que tiene que ser celebrado y así lo ha entendido la Academia Hollywoodense. Se trata de un hecho histórico que podría tener aún más repercusiones si el filme se convierte en el primero que gane en las categorías de “Mejor película extranjera” y “Mejor película”. Con ello, garantizaría un paso a los anales de la historia que difícilmente será igualado en un futuro.
Pero la relación entre Roma y el Óscar se ha convertido en simbiótica. Con las 10 nominaciones la película alcanza un público que difícilmente la vería al tratarse de un producto filmado en blanco y negro hablado en mixteco y español. Óscar le abre puertas que probablemente no hubiera tenido aún al estar presente en el catálogo de Netflix. Al mismo tiempo, el Óscar también se aprovecha de Roma al mostrar a Hollywood como una industria que impulsa como ninguna otra la diversidad cultural, que es capaz de considerar como suya a una obra que es completamente ajena a los tradicionales modos de producción y distribución de cine norteamericano, con una temática completamente diferente a lo que se supone despierta el interés de la taquilla del otro lado del Río Bravo.
Hollywood busca asumirse a sí mismo como el “portavoz oficial de la diversidad”. Con ello, busca reafirmar su espíritu liberal sobre todo ante un gobierno como el de Donald Trump que desde un principio le ha declarado la guerra a la mayoría de los miembros de la industria que se han manifestado contrarios a sus políticas. Pero al final creo que no pasará nada con tal presunción hollywoodense, sobre todo si el mensaje cala en la mente de las personas: nuestra mayor riqueza es la diversidad y tenemos que defenderla, abogar por ella. Eso es algo más grande que Hollywood y que nos concierne a todos.
¿Es posible que en otro tiempo y en otras circunstancias Roma no hubiera alcanzado una o dos nominaciones al Óscar? Sí, por supuesto que esa es una posibilidad latente. Pero también hay que recordar que las obras de arte y lo que generan también responden a coyunturas muy particulares; es decir, muchas de ellas tienen la gran virtud de aparecer en el momento justo, en el tiempo adecuado para que su propuesta sea aún más importante.
Cuarón es hoy un autor relevante no solamente porque ha hecho una película emocionante, envolvente, que tiene la capacidad de desgarrar las entrañas mientras el espectador se pierde en sus imágenes y sonidos –en especial si el filme es visto en una sala de cine–, sino porque puede convertir una historia personal en un discurso universal, a la par de que la carrera que ha tenido su película en esta entrega de premios la convierte en pionera, en gestora de muchos cambios relacionados con la producción, la distribución y la manera como consumimos películas en esta segunda década del siglo XXI.
Pero sobre todo porque a raíz de sus 10 nominaciones su impacto saldrá del reducido grupo de personas que la habría visto con interés ya sea por su afición al cine, por su conocimiento del mismo o porque fue premiada con el León de Oro en Venecia para llegar a un público con otros intereses, con otra percepción del cine, y que llegó para demostrar que los muros, por más altos que estos sean, no son infranqueables.