In memoriam, Mario Vargas Llosa (1936-2025)
Se fue el último gran escritor hispanoamericano que quedaba vivo. La obra de Mario Vargas Llosa es inherente al tema sociopolítico y literario del siglo XX. El llamado Boom es indefinible sin su titánico cuerpo de trabajo. Y si de titanes hablamos, considero que después de “Cien años de soledad” es necesario voltear a ver “Conversación en la catedral”. Por mucho el mejor libro del peruano.
El Boom, en esencia, tuvo dos grandes escritores: Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. Ya si los demás quieren decir que es injusto no nombrar a Fuentes, Rulfo, Borges, Cortázar y compañía, pues que vayan a mirar las ventas en las librerías cómo se siguen vendiendo sus publicaciones, muy por encima de autores modernos que aún no le llegan ni a los talones, incluso a los teloneros del Boom. Si en los sesenta hubo una dupla insuperable en música llamada Lennon-McCartney, en la literatura hispanoamericana de la misma década ocupa la misma importancia el tándem García Márquez-Vargas Llosa. Sin este par, la literatura de nuestro continente de habla hispana no tendría lugar en la geografía de las letras mundiales.
Y está bien, entiendo que a muchos no les guste o prefieran a Kafka, Kundera, Faulkner, Woolf, Zweig, Dostoievski, y hasta que los lean en su lenguaje original, está muy bien. Sabemos qué les pasa a los profetas que son en este caso de nuestro continente, y sabemos aún qué les pasa si los desencanta el comunismo y lo dicen abiertamente. Tienen el mismo destino que las prostitutas del Viejo Testamento. Así era Mario Vargas Llosa: directo y a la llaga. Recuérdese cuando dijo delante de un recatado Octavio Paz que la dictadura perfecta era México, y que seducía a sus intelectuales de una manera muy sutil, provocando el enojo e indigestión en el Nobel mexicano.
Quizá el único pecado para los detractores de Vargas Llosa haya sido el de la coherencia, ese pecado que no le perdonaron nunca los intelectuales de izquierda que creyeron que lo tenían entre sus filas a causa de la Revolución Cubana. Pero no. El peruano supo siempre estar del lado de la verdad histórica. Esa verdad compuesta de hechos y no de discursos encendidos en las plazas públicas por auténticos engañabobos. Me da pena ajena ver a los intelectuales woke (si es que los tiene) criticándole por sus obras supuestamente donde ensalza a la derecha. ¿Pero qué tipo de literatura están leyendo? ¿Quién les enseñó a interpretar una obra literaria? ¿De dónde agarran fuerzas para decir tantas estupideces? ¿En qué facultades enseñan a decir y pensar así?
Es lo que ocasiona la obra de un genio.
Su novela más grande, para mí, es “Conversación en la catedral” como dije líneas arriba. Este es un libro que reúne todos los elementos para ser la segunda gran obra del Boom. Me he topado con gente que se queda a menos de la mitad, no la acaban. Es aburridísima, me dicen. Pero claro, uno lee en virtud de sus conocimientos empíricos y los que le ha dado la vida, la literatura misma, el propio lenguaje; no le echen la culpa a la novela. Pregúntense aquellos que no tragan la escritura de Vargas Llosa si tienen las bases y el conocimiento que exige un texto de tal envergadura.
Para empezar, habría que conocer la historia política del Perú, el “ochenio” dictatorial del general Manuel A. Odría. La catedral no hace alusión a una relación de derechas, es decir, con la iglesia, esa fue una cáscara de banano que muchos críticos e intelectuales de izquierda pisaron sin recato. Por el contrario, La Catedral era una cantina donde su protagonista, Zavalita, encuentra la libertad, entre el alcohol y el periodismo, para poder hablar sin censuras ni mordazas sobre lo que no se podía hablar en las plazas públicas o en las redacciones de los periódicos de la época más dictatorial de la América Latina.
No, Vargas Llosa no es para cualquiera. Y por eso hoy le digo adiós al Gran, Gran Mario Vargas Llosa.