Incendian las cuerdas en el Peón Contreras

Tango y fuego de la violinista Leticia Moreno

Frente a la audiencia del Peón Contreras, la Orquesta Sinfónica de Yucatán estaba dispuesta en su versión formada para cuerdas, cuando el cálido aplauso trajo a la violinista española Leticia Moreno, visitante que compartiría su repertorio en el tercer concierto de la Temporada 28. Su paso decidido, sus ademanes categóricos, su mirada hacían contraste con la fragilidad de su presencia. Un ligero asentimiento confirmó estar totalmente lista, haciendo que el maestro Juan Carlos Lomónaco diera la señal de inicio. La orquesta empezó a desplegar una secuencia de acordes impresionantes, graves, íntimos, a los que se unió la voz de aquel violín invitado, semejante a un barco que zarpa con las velas hinchadas de viento, para mostrar el ímpetu del Buenos Aires según Astor Piazzola.

Las Cuatro Estaciones Porteñas, reminiscencia vivaldiana, se presentaron en el orden como fueron compuestas: Verano Porteño (1965), Otoño Porteño (1969), Invierno Porteño (1970) y Primavera Porteña (1970). Si bien el gigante del bandoneón las fue creando como estrellas solitarias, luego tomaron forma de constelación en una suite. El compositor ruso Leonid Desyatnikov, a pocos años del fallecimiento de Piazzola, tradujo las voces originales de violín, piano, guitarra, contrabajo y bandoneón para ser interpretadas por orquesta de cuerdas y violín solista, siendo este en las manos de Leticia Moreno, uno de los portentos más memorables –con toda seguridad– de esta temporada.

La bella virtuosa, como en trance telepático, todo el tiempo mantuvo contacto con la batuta y con el concertino Christopher Collins Lee, aunque lo cierto fue que cada sección de músicos participó en el constante diálogo, arrebatados, agitados en la búsqueda de decir el Tango lo más apegado a su trágico espíritu. De la carcajada que solloza hasta el sentido de resignación, que antes ha pasado por un considerable espectro de elegías, la obra de Piazzola no está basada en ostentaciones rítmicas –que están allí, de sobra– sino en el reflejo de su preciada identidad, reconocida al instante, que lo sitúa como la monedita de oro que es, un portento de Argentina con facciones de folklor y de academia.

Sería difícil que alguien quede ajeno al discurso de este inmortal. Las frases de la solista, aderezadas por una orquesta que puso yeites (efectos semejantes a chasquidos o frotadas que el arco ejerce sobre la cuerda en la zona inerte del violín) y contrapuntos usando arcos de chelos y de contrabajos, un momento después ornamentaban las arengas de la orquesta, no por una lucha supremacista, sino compartiendo el duelo musical de raíces rioplatenses. La ovación, ni por estruendosa ni por prolongada, fue suficiente. Aquello no era un teatro; no era una orquesta con director y solista; no era un público febril. Fue un momento amplio como el horizonte.

Terminado el impacto que causó el violín de la maestra Moreno, la orquesta fortalecida en la cuerda, metales y percusiones, con inclusión del piano y del arpa, puso la otra mejilla para recibir el beso del público. La danza, en su otra dimensión, maravillosamente quedó expuesta a través de una selección de temas de Romeo y Julieta, la obra de Sergei Prokofiev para ballet, basada desde luego, en la pluma de un Shakespeare que parecía haber nacido ruso. Dicha selección, una suite diminuta, mostraba en cada requiebre la delicadeza y lo exótico de la Rusia antigua, heredando mucho de sus preciosas danzas populares.

La fastuosa y sombría “Danza de los Caballeros”, una de las grandes rúbricas de Prokofiev, fue precedida por partes denominadas “Los Montesco y Los Capuleto”, “La Joven Julieta”, “Fray Lorenzo” todas fulgurantes, esbozando una alegría que no intuye la tragedia venidera. En las partes sucesivas, en vez de aclararse, todo va tomando matices contradictorios – según la imperecedera historia – hasta que llega la muerte, obsequiando la antítesis de los finales felices. En su carácter incidental, la partitura de Prokofiev describe las sensaciones de un modo tan apegado, que todo se vuelve asombro. Utiliza los recursos orquestales con grandilocuencia. Hace vibrar la estructura instrumental con tanta intensidad, que por momentos supera las expectativas para la que está creada.

Esto podría explicar que no es imposible, como los teatros Kirov y Bolshoi decían, sino desmerecido convertir en acompañamiento de ballet la colosal belleza de sus temas. La versión de la Orquesta Sinfónica de Yucatán rebasó los límites de cualquier alcance previo. Sería inapropiado decir que fue exitosa. Fue dulce y diestramente fiel al carácter deseado, como si fuera música que tocan todos los días para jugar o solazarse. La grata impresión que dejó semejante repertorio no se dice con palabras, porque aquello que trasciende no se puede explicar… ¡Bravo!    

Aquí puedes ver el video grabado en vivo durante el concierto del viernes 29 de septiembre:

Primera parte:

https://www.facebook.com/OrquestaSinfonicadeYucatan/videos/1498325270213501/

Segunda parte:

https://www.facebook.com/OrquestaSinfonicadeYucatan/videos/1498345946878100/

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