La transformación de un disco

¡Las Crónicas Melómanas de Óscar Muñoz están de regreso! En esta entrega, se relata el viaje de unos amigos a un balneario de Cuautla, en donde Irene, una hermosa chica en bikini, causa la ardiente transformación de un disco de John Mayall...

CRÓNICAS MELÓMANAS.

Era junio cuando varios amigos organizamos una excursión a Las estacas, un balneario localizado en Morelos, relativamente cerca de Cuautla. Para ello, como era costumbre de muchos en esa época, alquilamos un camión de pasajeros que nos llevara al lugar muy temprano y nos regresara el mismo día por la tarde. Corrimos la voz y las invitaciones a los amigos más cercanos para disfrutar la excursión como en familia.

Aquella ocasión, invité personalmente a Irene, con quien intentaba en ese entonces asegurar una cercanía más allá de la amistad. Era una mujer muy blanca, aunque con el cabello oscuro, que tenía una conversación interesante y misteriosa. Ella era la secretaria de una escuela normal para maestros, aunque se había graduado en la misma escuela como docente. Sus relaciones públicas eran grandiosas, a todos caía muy bien, y yo no fui la excepción. Así que no pude contenerme en invitarla, a lo que ella aceptó gustosa.

En el trayecto hacia el balneario, hablamos de mil cosas, pero sobre todo de música. Eso ya lo sabía con anterioridad: era el tema predilecto de ambos. Aunque a ella le gustaba más el género pop y a mí, el rock underground, aquello no fue obstáculo para congeniar de maravilla. Mientras ella disfrutaba mucho de canciones más populares, como La primera vez que vi tu cara, de Roberta Flack, yo gozaba el disco completo de John Mayall de aquel año: Jazz Blues Fusion.

Cuando llegamos al balneario, unos y otras nos fuimos a los vestidores a cambiarnos de ropa para disfrutar de las albercas del lugar. Y cuando nos encontramos de nueva cuenta Irene y yo, quedé como pasmado: ella llevaba un bikini que hacía lucir su cuerpo como una diosa. Irena estaba sensacional. Tardé un poco en salir de mi impresión, a pesar de que algunos de los amigos comenzaron a burlarse de mi semblante. Irene también se dio cuenta y sólo sonrió con cierta coquetería maliciosa.

Por fin estábamos listos para darnos un chapuzón y los dos corrimos hacia la alberca más cercana, que era para los niños, algo que ninguno sabía. Así que salimos de ahí y buscamos una alberca más adecuada para refrescarnos y disfrutar el día. Ella llevaba un bolso tejido de palma y un sombrero del mismo material. Y yo, una petaquita con un tocadiscos portátil, de baterías, y algunos discos, entre ellos el de John Mayall. Eso sí, cada uno llevaba al cuello una toalla para cuando saliéramos del agua, las que coloqué sobre el prado cercano a la alberca para recostarnos y tomar un poco de sol antes de remojarnos en el agua.

Para amenizar nuestra estancia en la orilla de la alberca, puse algunos discos de 45 rpm en aquel maravilloso tocadiscos portátil que había conseguido, no hacía mucho tiempo, en la frontera, cuando viajamos Agustín, Pepe y yo a Nuevo Laredo. El aparato era muy práctico porque no necesitaba de conexión eléctrica, sólo de cuatro baterías grandes. Y, a pesar de que tenía una pequeña bocina interior, el sonido era increíble. Lo primero que pusimos en el tocadiscos fueron algunas canciones del gusto de Irene, y yo me reservaría para el final el disco Jazz Blues Fusión, de Mayall.

Por fin era la hora de sumirnos en la alberca y, antes, poner mi disco predilecto en tanto disfrutábamos del agua. Ah, cómo nos deleitamos ese día, escuchando el disco de Mayall y conversando de cosas que ya no recuerdo de tantas que hablamos. De pronto, casi al final del disco, que era de 33 rpm, es decir, un long play con piezas que sumaban hasta poco más de 20 minutos por lado, escuchamos un guitarreo extraño, como si en lugar de las notas de blues y jazz fusionadas, de repente fuera notas más cercanas a la sicodelia, con distorsionadores fuzz y wah-wah. Era como si en lugar de Freddy Robinson a la guitarra fuera Jimi Hendrix.

Aquel extraño estilo en el guitarreo nos hizo voltear hacia donde estaba el tocadiscos y acercarnos a la orilla para saber qué sucedía. Y, oh, sorpresa: el disco de Mayall había recibido el sol directo todo ese tiempo y el plato de vinilo estaba completamente ondeado por el calor. Irene lamentó tanto el suceso que casi llora, aunque yo no me sentí tan afligido. El resultado de la deformación del vinilo hizo que el disco fuera único. A ver, ¿quién había escuchado Jazz Blues Fusion en un estilo psicodélico más que blusero? ¡Uy, cómo lo festejé!

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