Lazos de marginalidad en el fin del mundo

En la obra de teatro “¡Uy el apocalipsis y yo con estos pelos!”. Fotos: Diana Heredia

Apocalipsis… ¡se acerca su magnífica culminación! Libro de los Testigos de Jehová.

Una tela blanca cubre por completo el escenario. De repente un sonido estrepitoso resuena. Ruido de artefactos colisionando, con golpe secos, contra el pavimento. Todos callamos. El lienzo blanco cae con violencia develando una pequeña habitación en cuyo centro hay un sillón rojo elevado en un ángulo de cuarenta y cinco grados, evidentemente descolocado. Una penumbra bordea el ambiente que se hace más espeso por el humo que cae en cascada desde lo alto.

En el piso distinguimos cúmulos de envases de plástico regados que, además, delimitan el espacio de representación. Del techo cuelgan, en posiciones anárquicas, un racimo de botellas de PET que, pacientes, esperan a sus víctimas como espada de Damocles. En el fondo de la escena, y exactamente detrás del sillón rojo pende una pantalla transparente que contiene desechos sanitarios no biodegradables. Un universo simbólico que sugiere que la debacle planetaria derivará de la insostenible crisis ecológica y ambiental en la que nos encontramos. Un laberinto minotaúrico sin salida. Tiempo de una vorágine exacerbada, de preguntas fuertes y respuestas débiles.

“¡Uy el apocalipsis y yo con estos pelos!” es una obra original de José Ramón Enríquez, la cual se presentó el sábado 15 de marzo a las ocho de la noche bajo la dirección de Pablo Herrero de la compañía Teatro hacia el margen. Se tuvo a Jenny Ávila como asistente de dirección; así como a Jesús Molina y Jonatan Ku como encargados del planteamiento escenográfico.

La anécdota es sencilla -que no simple-, pero desoladoramente contemporánea, más en boga de lo que quisiéramos. El encuentro entre una joven transexual, conocida como “La Gasolina”, interpretado por Teo Flores y una longeva mujer conocida como La Doñita, encarnada por Eglé Mendiburu, donde recapitulan sobre sus vidas y anécdotas en el contexto de un cataclismo que ha extinguido a la humanidad. Asistimos a los últimos instantes de dos personas que han quedado atrapadas en una habitación, luego del apocalipsis mundial y que pueden sincerarse ante un fin inevitable: todo terminará en el momento en que el oxígeno se consuma en la habitación/burbuja donde se encuentran.

El montaje se sostiene, en gran parte, gracias a una dramaturgia contundente, de ritmo interno vertiginoso, que dialoga en diversas dimensiones temáticas y escalas de lo humano. Así, se permite reflexionar sobre la crisis civilizatoria, el calentamiento global, el sistema económico desigual, la barbarie de la acumulación y la ferocidad de la globalización. Pero igual encuentra refugio para hablarnos sobre un recetario de anécdotas dolorosas: violencia machista, abuso sexual, discriminación de género y brutalidad doméstica. Ambos personajes se comparten y nos hacen partícipes de sus universos íntimos y condición marginal por ser mujeres.

Un acierto de la dramaturgia consiste en que, pese a que los personajes comparten historias salvajes y dolorosas, éstos nunca son revictimizados. Más bien logran reivindicarse desde su condición vulnerable, como aquella frase que asevera: “hay que tener buen olfato y muchos webos para sobrevivir a la putería”. Lo anterior es posible porque la pieza es planteada como una tragicomedia, con picos elevados en clave de farsa, logrando que el público suelte carcajadas ante acontecimientos que duelen hasta la médula.

Es destacable el trabajo actoral que resulta de una manufactura impecable. Eglé Mendiburu que interpreta a la “Doñita” es un monstruo de la escena y Teo Flores no desmerece, ni se tambalea ante su contraparte en el escenario. Al contrario. Son como dos bestias felinas en cadencia acompasada y complicidad empática. Sus texturas vocales y su comunión arriba de la tabla generan que los espectadores ingresemos al pacto ficcional sin cuestionarnos la verosimilitud de la situación. El montaje cae, por momentos, en periodos de ritmo aletargado derivado de un trazo escénico escaso y excesivamente reiterado. Muestra de ello es que los ejecutantes se encuentran casi todo el tiempo sentados en posición frontal y tres cuartos. Hay muy poca variedad en cuanto a la exploración física de los actores, resultando en posturas corporales monótonas y repetitivas.

También lo que en un principio se muestra como un dispositivo escenográfico poderoso, cargado de simbolismo, se disuelve conforme avanza el trabajo puesto que éste no dialoga casi en ningún momento con lo que sucede en la trama. Termina siendo un aparato ornamental o decorativo.  Esta carencia de interacción genera que el trabajo no logre redondearse con eficacia. Un desliz que suele ocurrir con frecuencia en nuestra ínsula teatral: planteamientos escenográficos que apelan a lo efectista, pero terminan siendo como un telón de fondo del cual se puede prescindir.

Asimismo, el uso de efectos especiales que irrumpen en episodios concretos para reiterar el cataclismo resulta tautológico e innecesario. Desde el principio sabemos el contexto en el que ocurre la anécdota. Entonces hacer uso de sonidos estruendosos en off y luces destellantes como en película mexicana de luchadores termina siendo un recurso innecesario. El final de la obra tiene un cierre extremadamente abrupto y no logra la emotividad propia de una situación como la planteada. Esto último en parte porque el actor Teo Flores no logra transitar de la farsa al drama y los susurros finales causan gracia en vez de angustia.

Finalmente, la obra nos plantea reflexiones sobre nuestro contexto apocalíptico en un mundo donde la constante es el desencanto de los sueños; en contraparte, tenemos la inmediatez, el consumismo, la individualidad y el éxito económico solitario, que han traído hasta nosotros una sensación de hartazgo y cansancio. Nos permite imaginar un escenario posible donde la esperanza ha sido desterrada y donde “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Todo lo anterior en el marco de una emergencia sanitaria provocada por una pandemia mundial que aqueja a toda la humanidad.

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