A sesenta años de la muerte de Albert Camus

Una relectura de “El extranjero” a 78 años de su publicación.

La comprensión de que la vida es absurda no puede ser el fin, sino un comienzo. Albert Camus

 Congruente a lo que su filosofía sostiene, la vida de Albert Camus no fue un absurdo. A sesenta años de su muerte, acaecida el 4 de enero de 1960 y a setenta y ocho de la publicación de su primera novela “El extranjero” (L´Étranger, 1942), ganadora del Premio Nobel de Literatura en 1957, la relectura nos abre a nuevas reflexiones respecto al sentido de la existencia en “la civilización del espectáculo”, como diría Mario Vargas Llosa.

Camus, con una rigurosa economía de lenguaje, preciso, breve, libre de complacencias y trazos autobiográficos logra “decirnos” a través de Meursault, el protagonista argelino francés, lo absurdo de la vida: no hay plan divino porque no existe Dios, la vida no tiene un sentido intrínseco como todos creemos y en esa búsqueda se nos va. Esta perspectiva nos conduce a tres posibilidades: el suicidio, la religión o aceptar el absurdismo, siendo este último el elegido por el filósofo hasta que un cuestionado accidente carretero terminó con su vida a los cuarenta y seis años.

El título de la novela por sí mismo no aporta visos de la temática y mucho menos de la profundidad con la que Camus aborda la Teoría del Absurdo. El avance de la lectura nos permite penetrar al universo gris de Meursault y vamos comprendiendo el sentido metafórico del concepto “extranjero”. Un singular hombre treintañero, oficinista, solitario, a quien parece que los días le transcurren sin mayores sobresaltos. Esa impasibilidad es lo que la sociedad y la ley le reclamarán por no comportarse de acuerdo a las actitudes esperadas de un individuo sensible y, por ende, seguro, convirtiéndolo en extranjero en su propia tierra.

La primera línea de la novela es tan impactante como contundente. Define la personalidad del protagonista y nos advierte el tono de la narración. “Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé”. En primera persona nos va dosificando quién es y por qué es así. En sociedades donde el culto a la figura materna está deificada, es imposible pensar que con esa neutralidad y desconocimiento un hijo pudiera expresarse verbalmente sin expresión emocional ante la muerte de su progenitora. El telegrama del asilo informándole el fallecimiento de su madre lo obliga a pedir un permiso de dos días para faltar a trabajar y trasladarse de Argel a Merengo donde se llevará a cabo la inhumación. Ante la interpretación del semblante de su jefe, Meursault exclama: “No es culpa mía”. Estas expresiones podrían perfilarnos hacia un sociópata, carente de empatía, en donde ni la muerte de su madre logra sacarle un sollozo o lamentación alguna.

La personalidad de Meursault es delineada por Camus para introducir su Teoría del Absurdo, misma que permeó su dramaturgia, ensayos, novelas y en general toda su obra. La dimensión sensual del personaje parece su limitante. Las circunstancias no traspasan la epidermis, no oprimen su corazón. “Me sentí adormecido sin duda por la prisa y la carrera, añadidas a los barquinazos, el olor a gasolina y la reverberación del camino y del cielo”. En el trayecto al velatorio de su madre da cuenta de sus experiencias sensoriales sin expresar emociones ante la pérdida.

El desconcierto se acrecienta con su actitud durante la noche que pasa frente al féretro, con la única compañía a sus espaldas del portero del asilo, quien intenta desatornillar el ataúd para que se despida de su madre y él se lo impide. Una vez más, los sentidos cobran importancia y no los sentimientos: “La temperatura era agradable, el café me había recalentado y por la puerta abierta entraba el aroma de la noche y de las flores. Creo que dormité un poco”. Al día siguiente cuando la sala velatoria se pobló con los compañeros de su madre, Meursault apunta algo premonitorio: “Por un momento tuve la ridícula impresión de que estaban allí para juzgarme”.

La exacerbación sensorial del antihéroe eclipsa sus sentimientos. Lo anterior se evidencia en la ausencia de amor por una ex compañera de trabajo con la que se frecuenta para tener sexo sin otro plan, a pesar de que ella quiere casarse con él: “Entonces quiso saber si la amaba. Contesté como ya lo había hecho otra vez que no significaba nada, pero que sin duda no la amaba”.

El departamento que compartía con su madre dos años atrás antes de internarla al asilo de Merengo, se encontraba en un edificio donde vivían en sendos departamentos dos vecinos: un anciano con su viejo perro sarnoso y un proxeneta, quien conducirá a Meursault a la desgracia durante un viaje a la playa de Argel donde se perpetrará el asesinato que lo hundirá en la prisión. Si bien el rufián siente amistad por el antihéroe, este no corresponde a la camaradería, su misma apatía lo lleva a aceptar su participación en situaciones que terminarán pasándole factura.

La novela dividida en dos partes, describe en la primera la serie de sucesos y cómo los va sorteando el protagonista, quien acepta sin cuestionamientos lo que la vida le va deparando como una manera de externar lo absurdo. Una sociedad que al no ocuparse del individuo, lo vuelve abúlico y amoral; para quien la vida no tiene ningún valor, incluso ni la suya. Esta apatía lo lleva a descargar cuatro balazos en el cuerpo de un árabe con quien el proxeneta había reñido en la playa. Las detonaciones obedecieron a la crispación de su mano debido al agobio que sentía bajo el sol. La comparación tras hundir las balas en el cuerpo de la víctima fue: “como cuatro breves golpes que daba en la puerta de la desgracia”. La primera parte concluye delirante, la reflexión del asesino rayana en lo patológico: “Comprendí que había destruido el equilibrio del día, el silencio excepcional de una playa en la que había sido feliz”. 

La segunda parte se centra en el enjuiciamiento del homicida, donde se van develando los valores que regían en la sociedad y la aplicación de la ley. El reclamo social y legal no es finalmente el asesinato, esto no lo hace peligroso, sino su apostasía y blasfemia: “No creo en Dios, me aburre”. Así también la ausencia de sentimientos durante la velación y el sepelio de su madre, después de regresar a Argel, asistir a una comedia con su amante y pasar la noche con ella. Un hombre incapaz de soltar una lágrima y guardar luto. A falta de una respuesta a los testigos y al Tribunal por semejantes actitudes y sacando de sus cabales a su abogado defensor, quien no tuvo argumentos para justificar los cuatro balazos, es enviado al patíbulo. Asesinar sin motivo y la carencia de emociones fueron suficientes: “Sobre todo cuando el vacío de un corazón, tal como se descubre en este hombre, se transforma en un abismo en el que la sociedad puede sucumbir”.

Las visitas fallidas del capellán a la cárcel con la intención de apelar a la conciencia de Meursault, llegan al paroxismo cuando este le dice que le quedaba poco tiempo de vida y no quería perderlo con Dios. Llegando al final de su vida y de la novela, retornan las experiencias sensoriales: “…las estrellas sobre el rostro.”, “Ruidos del campo…”, “Olores a noche, a tierra y a sal…” “…aullaron las sirenas.” Recuerda a su madre y desea los gritos de odio de los asistentes a su ejecución para no sentirse tan solo.

A setenta y ocho años de su publicación en la plenitud de la Segunda Guerra Mundial, la relectura de “El extranjero”, nos lleva a nuevas interpretaciones a la luz de la era de la posverdad, donde los sentimientos cobran relevancia para influir las tendencias y preferencias. La aceptación de grupos minoritarios, políticas en derechos humanos, afiliaciones a partidos y religiones, no se pueden concebir en una ciudadanía apática, que siente que todos los esfuerzos son inútiles para evolucionar a cambios que construyan una mejor sociedad.

Camus propone la Teoría del Absurdo desde el personaje principal de su novela, quien está convencido de que la vida no tiene un sentido por sí misma, negando los principios supremos de la existencia. Este hecho debería congratularnos ya que cada quien la dota de valor; sin embargo, de lo anterior se colige que la vida no vale nada y que todo lo que se hace es mera repetición irracional. Desde esta óptica pueden explicarse las cifras de suicidios  y el engrosamiento de fieles en las múltiples religiones que proliferan ajustándose a las necesidades de seres que, sin abordar tópicos filosóficos, andan en busca de un sentido divino que racionalice su existencia.

Camus le dio sentido a su corta vida a través de su obra, cuya limitante fue su condición tuberculosa que le impidió jugar futbol, enlistarse en el ejército e impartir cátedra en la universidad, dedicándose al periodismo y a sus disertaciones filosóficas con Sartre, con quien sentó las diferencias entre el existencialismo y el absurdismo.

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