El héroe debe hacer a un lado el orgullo, la virtud, la belleza y la vida e inclinarse o someterse a lo absolutamente intolerable. Entonces descubre que él y su opuesto no son diferentes especies, sino una sola carne. Joseph Campbell
En 1949 Joseph Campbell publicaba su famoso ensayo “El héroe de las mil caras”. En el describe el célebre viaje del héroe, ese ciclo que se repite en las leyendas mitológicas, en la literatura universal y en prácticamente en toda la narrativa de ficción. El viaje del héroe inicia en el hogar hasta que la aventura le llama. Es entonces cuando, después de vencer todos sus miedos, con la ayuda de un mentor acepta finalmente su destino y emprende la aventura. Encontrará en el camino aliados y enemigos, tendrá éxitos durante las pruebas que se le presenten incluso en una particularmente difícil que le hará dudar de su llamado. Terminará venciéndola para ganar recompensas y reconocimientos. Volverá después al hogar completamente transformado tanto el exterior como en el interior.
Este ciclo está presente en aventuras tan clásicas como La Ilíada y La Odisea. Está presente en la aventura de Frodo Baggins en la trilogía de The Lord of The Rings o en el Ivanhoe de Sir. Walter Scott. El mismo Luke Skywalker siguió el canon del ciclo del héroe hasta convertirse en el Jedi que le devolvió el balance a la Fuerza y trajo paz a una galaxia muy lejana. Ese ciclo también está presente en la alberca olímpica de Río 2016. Permea toda la historia del que quizá sea el más grande héroe olímpico de todos los tiempos: Michael Phelps.
Phelps proviene de un hogar complicado. Sus padres se divorciaron cuando el futuro nadador tenía 9 años de edad, el hecho le marcó para siempre. Creció en la búsqueda desesperada por una figura paterna y esta llegó de la mano de un entrenador, un mentor, un hombre que le llevaría por la aventura que para Phelps estaba diseñada: Bob Bowman. Un entrenador de natación que reconoció el potencial de aquel niño que padecía un severo déficit de atención y que presentaba problemas de hiperactividad. Juntos comenzaron el ciclo que llevaría a Michael Phelps hasta lo más alto del Olimpo.
En 2012 no había duda de que Michael Phelps era un héroe moderno, un mito viviente, un superdotado. Los reflectores habían estado sobre él como no lo habían hecho con ningún otro atleta olímpico. Parecía que su ciclo heroico había terminado, que era el momento de regresar a casa a disfrutar de las recompensas obtenidas. Pero los mitos nunca son dueños de su destino. Sobre ellos siempre parece aparecerse un obstáculo que lo cambie todo, un nudo en la trama que dispare la acción hacía un final inesperado, climático.
En el caso de Michael Phelps ese nudo llegó de una forma dramática que llevó al ídolo hasta los reinos en donde habita un Hades despiadado, dispuesto a emitir juicios que terminen por tumbar a todo héroe del pedestal en el que antes le habían puesto: la opinión pública. El 30 de septiembre de 2014 Michael Phelps fue arrestado por conducir bajo los efectos del alcohol. Ello lo llevó a internarse en una clínica especializada para el tratamiento de las adicciones. El propio Michael Phelps ha descrito la experiencia como un infierno al grado de haber pensado en terminar con su vida.
Pero si algo nos ha enseñado la aventura es que los héroes siempre se levantan y en el interior de Michael aún existía una pequeña flama del fuego que lo había llevado a ser el mejor del mundo. Pero esa flama había cambiado de combustible, la rabia y el resentimiento no la alimentaban más. Ahora eran el perdón y el amor los que motivaban a Michael Phelps: su eterna novia había dado a luz a un pequeño varón que desde ese momento se convirtió en eje de su vida, en el propósito de su existencia. El ciclo aún no terminaba y la llamada de la aventura lo volvería a meter en un alberca olímpica para, entonces sí, culminar los trazos de su obra deportiva.
En el cuarto día de competencia en Río 2016, Michael Phelps agregó dos nuevas medallas de Oro a su palmarés olímpico. A sus 31 años, Phelps recordó al mundo entero el porqué es un héroe. Nadó dos finales olímpicas con tan solo dos horas de distancia entre ambas. Se convirtió en el hombre de mayor edad en ganar una final olímpica en la natación. Nadadores más jóvenes le vieron la espalda mientras el tritón de Baltimore agigantaba su leyenda. Al término de los 200 metros mariposa – su prueba favorita – Phelps se irguió sobre la alberca mirando en lontananza. El Poseidón de las piscinas recibía la ovación por haberse agenciado su vigésima medalla de oro.
120 minutos después ganaría la número veintiuno en el relevo de 4 x 200 estilo libre. Cerró la prueba con autoridad, con la fuerza del más grande, el más fuerte. En la ceremonia de premiación de los 200 metros mariposa, Michael Phelps derramó varias lágrimas las cuales entremezcló con una sonrisa. No tenía la mirada fija en la bandera de las barras y las estrellas sino que miraba a la tribunas, al sitio donde se encontraba la madre de Boomer, su pequeño su hijo –y futura esposa–. Su mirada era una mirada hacía el futuro, a esa vida que le espera después de Río, la vida junto a su mujer e hijo, la vida de la recompensa, la vida que marcará el final de su viaje, de uno de los ciclos olímpicos más brillantes de la historia, el del héroe que no solamente venció a sus rivales en la alberca sino que tuvo el valor para enfrentarse a su peor y más aguerrido rival, vencerle y hacerle su propia carne.
Excelente toda la serie. Felicidades.